Cherán:
cinco años inventando lo imposible
“Una
política de emancipación radical no se origina en una prueba
de posibilidad que el examen del mundo
subministraría.”
La mañana del 15 de
abril del 2011, un grupo de alrededor de 10 mujeres del municipio p'urhépecha de Cherán, Michoacán, detuvieron
a una de las centenas de camionetas que todos los días cruzaban el pueblo para
transportar madera robada de los bosques de la comunidad. Las camionetas
siempre iban tripuladas por hombres armados hasta los dientes. Desde al menos
el 2008, los criminales no sólo habían arrasado los bosques cercanos de Tres
esquinas, Pakárakua, San Miguel, Cerritos los Cuates, Carichero, Cerrito de
León, Patanciro y El Cerecito, sino que asesinaron, insultaron, humillaron y
amenazaron a cualquiera que insinuara un reclamo. Al parecer, también violaron
a varias jovencitas. Las múltiples
denuncias de la comunidad naufragaron por años en un valle de silencio e
indiferencia en las oficinas de gobierno.
En general, la
agresión sexual a las mujeres del lugar era pan de todos los días. Rosa[2], una cheranense de 34
años de edad, cuenta con los ojos y las mejillas a punto de reventar:
“Ya
cada que pasaba, decían: ya se va a acabar la madera; pero seguimos con las
viejas de aquí de Cherán, decían.”
Rosa fue parte del
grupo de mujeres que detuvo a la camioneta mencionada en la esquina de Allende
y 18 de Marzo, cerca de la Iglesia del Calvario, en el Barrio Tercero de
Cherán. Esas mujeres no usaron ningún camión o auto para cerrar el paso a los
talamontes. Tampoco recolectaron armas previamente ni planearon una emboscada.
Ni siquiera se pusieron de acuerdo un día antes. Los únicos vehículos con que
se enfrentaron a los criminales fueron sus cuerpos. Los suyos eran cuerpos
hechos de los mismos átomos que los de los demás: con los mismos tejidos, las
mismas cicatrices, las mismas asimetrías de carne, las mismas redondeces, los
mismos granos, los mismos excesos. Es decir, en principio, cuerpos como
cualquier otro y como ningún otro.
La verdad es que frente
a ese grupo de hombres armados, los cuerpos de esas mujeres eran cuerpos que
pudieron terminar baleados en cuestión de segundos. Ahí hubieran quedado los
huérfanos, los viudos, las madres con las lagrimas rebotando en los regazos.
Por fortuna no fue así. Aunque después se sumaron los jóvenes y el pueblo
entero, el horizonte para transformar la realidad se constituyó, al menos en
los momentos iniciales, por un manojo de cuerpos de mujer: cuerpos
quebrantables, precarios, vulnerables, en perpetuo riesgo de perderse en el
abismo de la muerte. Cuerpos que en ningún momento perdieron el miedo; tampoco
la rabia, la ira, el coraje necesario para transformar su mundo. Como dice
Rosa:
“Nomás
detuvimos los carros. Se daba miedo. Pero al mismo tiempo se daba miedo y
coraje de que no podíamos hacer otra cosa más que de echarle ganas. Los señores
trataban de aventar el carro así. Pues el carro así pa'rriba. Se levantaba como
parándose de llantas. Y nosotros pus lo parábamos. Era mucho coraje […] pero
teníamos un como temorcito dentro del corazón. […] Se decide uno a levantarse
porque ya no le importa a uno el coraje, y así pues.”
Ese 15 de abril por la
tarde, la mayor parte de los 18,000 habitantes del pueblo se reunió alrededor
de fogatas que instalaron en sus barrios, en sus esquinas, afuera de sus casas.
En esas mismas calles de las que habían sido expulsados por la complicidad del
crimen organizado y el gobierno local. Cherán en p'urhépecha significa asustar.
Los habitantes de este pueblo descubrieron que en esas fogatas podían no sólo
compartir el susto, el miedo, el pánico cada vez que las alarmas anunciaban que
regresaban “los malos”. Ahí, junto a las llamas protectoras, también
compartieron la ira, el café, la dignidad, el té de nuriten, el mezcal, el
amargo y la cena.
En las primeras
semanas del movimiento, expulsaron a los talamontes ilegales, a la policía
coludida con el crimen, al presidente municipal y a todos los partidos políticos. El pueblo entero se organizó en una
forma de democracia innovadora que desde entonces se concentra en la
participación directa en unas 150 fogatas instaladas a lo largo y ancho de la
comunidad. La Suprema Corte de Justicia de la Nación aprobó una controversia constitucional que permite a Cherán
regirse por sus usos y costumbres. Eligieron, en voto público, un concejo mayor
formado por 12 notables llamados Keri
(grandes). Todos ellos propuestos primero en sus fogatas, elegidos en sus
asambleas de barrio y designados por la asamblea general. La mayor grandeza de
estos Keri es que no son autoridades.
Como lo explican con orgullo los habitantes de Cherán: al interior de la
comunidad “los Keri son sólo
representantes; la única autoridad es la asamblea”. Lo que esto significa
de manera práctica es que los Keri sólo
pueden ejecutar las decisiones que se toman en fogatas y asambleas y pueden ser
relevados de su puesto en cualquier momento que la asamblea lo decida. Algo
bien distinto a lo que pasa con el resto de los representantes del país.
Como resultado de esta
nueva política, Cherán no participó en las elecciones federales del 2012 y 2015. El pueblo no se llenó de propaganda ni
de las componendas, sobornos y promesas con las que todos los partidos políticos
de este país operan. En mayo del 2015, Cherán eligió, por usos y costumbres, su
segundo Concejo Mayor. A la distancia de cinco años, la comunidad enfrenta un
sinnúmero de desafíos al interior y de presiones continuas del exterior. Sin
embargo, pase lo que pase, el municipio de Cherán ha dado testimonio de cómo
crear una política muy distinta a la que tiene a este país ahogado en sangre.
No obstante, desde el
comienzo del movimiento y hasta la fecha, la mayor parte de los analistas,
estudiosos y políticos han mostrado escepticismo, cuando no hostilidad y
desdén, hacia el proceso que se lleva a cabo en Cherán. Para muchos, es
imposible que una pequeña comunidad p'urhépecha despliegue de manera duradera
una política que desafía los límites establecidos por las instituciones
gubernamentales, los partidos políticos, los medios de comunicación y las
empresas. “Es imposible que Cherán dure”,
dijeron muchos hace cinco años. “Es
imposible que Cherán sobreviva”, dicen muchos cinco años después. Es tan
imposible como que 10 mujeres detengan a un doble rodado tripulado por un
comando de criminales armados con AK-47; tan imposible como que los huicholes
detengan el avance de las mineras canadienses en Wirikuta; tan imposible como
que los zapatistas existan desde hace más de 30 años; tan imposible como que la
política signifique algo más que la tragedia con que se gobierna a este país.
Quizá la
política, al menos la política como se practica en Cherán, sea justo eso: una
especie de compromiso con la imposibilidad. La política como una suerte de
alfarería de lo imposible; como un telar en el que ―a contrapelo de lo que nos dictan los partidos políticos,
las instituciones y los gobiernos― se teje un
rebozo imposible que atraviesa y cobija a todos los que participan en ella. O
quizás esta política sea como una máquina sin poleas ni engranes en la que se
fabrican palabras imposibles como justicia, verdad, dignidad o comunidad;
palabras que se afirman como posibilidades a partir de los despojos de la
imposibilidad.
Este 15 de abril del
2016 se cumplen 5 años de imposibilidad en Cherán. Imposible no felicitarlos:
Feliz aniversario.
Luis Ramírez Trejo
(Homo vespa)
[2] En este texto sigo la misma política para citar entrevistas que la del proyecto en elaboración Cherán: la invención de lo imposible. A menos que se aclare explícitamente, los nombres de los entrevistados fueron cambiados, previo acuerdo con ellos, como una forma de respeto a su seguridad y privacidad.
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