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domingo, 15 de septiembre de 2019

16 de septiembre: el amargado


16 de septiembre: el amargado

No lo oculto: la torpeza es la única elegancia que tengo asegurada. En septiembre, el síndrome se agrava: soy tan desagradable como esas cucarachas voladoras que se niegan a morir después de haber sido despanzurradas. Mis amigos huyen como no lo harían de Gregorio Samsa: se alejan despavoridos casi desde que comienza el mes patrio.

Solitario frente a mi mesa, acaso envidio a José Emilio Pacheco que supo leer la misma maldición con inigualable belleza:


"No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.”



En mi pecho, el único sentimiento que evocan las fiestas patrias es el de vivir en uno de los países con mayor desigualdad, explotación e injusticia del mundo. Eso no es un vínculo político o humano que se pueda envidiar. En todo caso, es una tragedia para un país con una historia viva tan portentosa.

Las banderas, la pirotecnia, los mariachis, El Rey y la borrachera no convocan a ningún "pueblo" que decida luchar por su destino. No hay que ser pesimistas; los mexicanos en cierta forma tenemos razón: aquí, nuestra palabra es la ley... hasta que nos desaparecen.

Soy afecto a las comparaciones zoológicas. Sin temor a exagerar, se puede afirmar que en este mes patrio no hay diferencia substancial entre hablar de “mexicanos” y hablar de “vacas suizas”. Corrección: sí la hay. No hay tantas vacas suizas empeñadas en reprimir, desaparecer o asesinar a otras vacas suizas.

Dicho lo anterior: ¡'amonos por los tequilas!





¿Te gustó el texto? Puedes leer textos similares en Homo vespa en la crítica social.

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sábado, 14 de septiembre de 2019

Allende, siempre Allende

Allende: siempre Allende




El 11 de septiembre está marcado en la memoria de los pueblos que luchan por su liberación. En esa fecha en 1973, un artero golpe de Estado patrocinado por los Estados Unidos asesinó no sólo al presidente chileno Salvador Allende, sino a la esperanza de un pueblo que como pocos intentaba un camino distinto confiando en su dignidad y fuerza. Es un episodio imprescindible para las generaciones que le seguimos. Hace años publiqué un cuento sobre ese funesto día: con mis pobres aparejos literarios, que bien poca justicia le hacen a la figura del expresidente chileno, escribí sobre el dolor de entonces: sobre la poesía y la rebelión de ahora. Quien quiera leer dicho cuento puede seguir el siguiente enlace:  https://bit.ly/2kvbEra 

Mucho más importante, es escuchar al propio Salvador Allende al menos cada 11 de septiembre. En el enlace que acompaña este texto se reproduce uno de los discursos más hermosos que dio. No es que esté de acuerdo en todo lo dicho por Allende en esa ocasión que habló en la Universidad de Guadalajara. No creo particularmente ni en la unión de Latinoamérica ni en México ni en la juventud que ambiguamente defiende Allende. Los latinoamericanos se han matado entre ellos tan frecuentemente como los europeos o los africanos; México es un país fundamentalmente clasista, racista e injusto; y la juventud de José Saramago no fue óbice para ser un ejemplo de combatividad. En todo caso, la posibilidad de la crueldad y la belleza están tan equitativamente distribuidas entre pueblos, continentes, sexos y edades que adoptar alguna etiqueta como una forma de orgullo narcisista es sólo un error de pensamiento y sobre todo un truco para saciar nuestra --no siempre justificada-- necesidad de pertenencia. 

En el fondo, no creo que haya nada especialmente defendible en la “substancia” mexicana, que la haga tan distinta de la “substancia” chilena, latinoamericana, eslava o nepalés. “Pa pronto”: me parece que, al menos en últimas fechas, esas substancias nacionales sirven más para las chelas, los cuetes y los gritos destemplados de septiembre que para una conformación política que luche por la justicia.
  
Sin embargo, este discurso de Allende es especialmente importante porque en él se enarbola una crítica a los universitarios que olvidan la responsabilidad social que cualquiera debe tener, pero que es aún más necesaria hablando de gente que tiene la oportunidad de acceder a espacios de educación superior. 
Allende habla de la necesidad de la conciencia social en un país en que las universidades cada vez excluyen en mayor número a los que menos tienen. Esta exclusión es hoy en día aún peor. También es importante ese discurso que desde el marxismo se acerca al mensaje de Cristo cuando éste echa a los mercaderes del templo. Un discurso que necesitamos urgentemente en un México en que el Estado parece escuchar más a los “Concejos asesores” de los empresarios más poderosos del país que a las necesidades del pueblo. Un país en que el presidente invita a los mercaderes a la rueda de prensa mañanera para contar con su espaldarazo al gobierno, como pasó con Carlos Slim Helú (¿en serio no hay nadie que se indigne que en un país con una de la mayores desigualdades del mundo, viva el hombre más rico del mundo?). 

Salvador Allende tiene mucho que enseñarnos aún desde su historia golpeada, contradictoria y trunca.

Si te interesó este texto, puedes leer el cuento 11 de septiembre: el golpe.




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