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miércoles, 6 de febrero de 2019

UNAM 1999: la huelga y la memoria

UNAM 1999: la huelga y la memoria

¡Qué lo vengan a ver! ¡Qué lo vengan a ver!
Eso no es un rector es una puta de cabaret.” (vox populi dixit, 1999)

Francisco Barnés de Castro fue un químico que llegó a la rectoría de la UNAM en 1997 con aún menos habilidades políticas que méritos académicos. No es extraño: las virtudes que más premia la burocracia universitaria a esos niveles son saber cuando alinearse, saber cuando no hacer olas, y saber cuando defender los intereses del gobierno que te pone en el puesto. Sin embargo, Barnés no logró imponer las cuotas en la UNAM como lo requería el gobierno en 1999. Las torpezas de porro bravucón ya no servían de nada con el conflicto estudiantil atascado en noviembre de ese año. Barnés era un elefante epiléptico en cristalería y se necesitaba un caballero. Juan Ramón de la Fuente fue el cambio ideal antes de los penales. Sonriente, afable y comprensivo, Juan Ramón promovió, con habilidad insuperable, un plebiscito dirigido a la comunidad universitaria, que después utilizaría Ernesto Zedillo Ponce de León para legitimar la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) a Ciudad Universitaria con el fin de reprimir a los estudiantes y romper la huelga.

El seis de febrero del año 2000 ingresaron, a Ciudad Universitaria, alrededor de 2 mil 260 elementos de la mencionada PFP para terminar con una huelga que había comenzado casi un año antes. Cientos de estudiantes terminaron presos bajo cargos que iban desde el despojo hasta el motín y el terrorismo. Para las antologías de la infamia o la estupidez periodística quedan las escenas de Joaquín López Dóriga exhibiendo un taladro en la mano como un ejemplo de las “armas” encontradas a los estudiantes.

Los que por suerte escapamos aquel día organizamos, en los meses subsiguientes, marchas tristísimas, mítines desolados y boteos de desespero: pedíamos que nuestros compañeros salieran de la cárcel. No había nadie que no caminara contrariado, lloroso, lleno de ira y desatino. La verdad no histórica, que es la que siempre tiene tintes de verdad, es que Juan Ramón de la Fuente usó ese plebiscito como el que usa una piñata bien pintada para esconder una granada.

Con un par de golpes maestros, el refinado rector de la UNAM le enseñó a toda mi generación como se conduce un político «eficiente». Aprendimos, desde entonces, a desconfiar de la eficiencia política.

Es cierto, para entonces la huelga había durado quizá demasiados meses y el Consejo General de Huelga (CGH) estaba más que fragmentado. Los medios de comunicación se habían empeñado en reducir las distintas corrientes de pensamiento a una división maniquea y dicotómica: estudiantes y pseudo-estudiantes, huelguistas buenos y huelguistas malos, ultras y moderados. La realidad siempre fue mucho más compleja. Ser «moderado», por ejemplo, significó para muchos de nosotros participar sin reservas en la huelga y nunca dejarse cooptar por la izquierda institucional que tanto se había alimentado de la organización estudiantil previa, el llamado «CU histórico». Ahí estaban, ya desde entonces, los Fernando Belaunzarán, los Oscar Moreno, los Adolfo Llubere, para dar clases de como pudrirse en las cloacas de la política partidaria.

A pesar o gracias a su carencia de liderazgos evidentes, el movimiento de la huelga de 1999 triunfó: detuvo las intenciones de establecer una educación de corte clientelar como la que se vive en buena parte de las universidades públicas y todas las privadas del país. Eso no significa que la UNAM no implementara después, por años, mecanismos de cobro ilegítimos en servicios de posgrado y licenciatura. No pocos de ellos aún perduran. En tiempos de neoliberalismo, la lucha por la educación gratuita es siempre un sendero por recorrer.

El piropo en boca propia puede que sepa a maldición, pero estoy convencido de que la UNAM y el país tienen, en la generación estudiantil de 1999, un ejemplo de quienes supieron arriesgar, cuando fue necesario, su pensamiento, su cuerpo, su (in)certidumbre mayoritariamente clase-mediera y sus intereses individuales. A ese movimiento aún le debemos una reflexión que trascienda las descalificaciones de la derecha enclavada en la burocracia universitaria y de la izquierda partidaria, en ese entonces perredista, que con todo cinismo, fue capaz de pactar con su silencio o franca colaboración la represión de los estudiantes. Las enseñanzas políticas de la huelga de la UNAM están aún por apreciarse. En nuestras manos y nuestra intransigencia en la lucha por la educación gratuita está la posibilidad de su permanente despliegue.

Huelga, huelga, cachún, cachún ra ra cachún, cachún ra ra. Huelga: Universidad…

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