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domingo, 30 de agosto de 2015

Desencuentro

 Dormir contigo es estar solo dos veces,
 es la soledad al cuadrado...
Fito Paez.

Luna desplomada en la noche agria. Al fondo de la habitación, la ventana entreabierta murmura el fresco verdor de los árboles de la acera. El viento y su soplido me atraviesan como si un canto de ave nocturna clandestinamente reclamara mis senos. Junto al espejo, en la esquina, nuestra foto de recién casados. Tus ojos de criatura embelesada comiéndome las mejillas. La milenaria cascada que se nos escapaba a borbotones. Yo, inclinada: porque no lograba mantenerme erguida cuando estabas cerca de mí. Sin sentirlo, sin poder impedirlo, mi cuerpo dibujaba una órbita, una rotación descendente hacia tu centro, hacia el inevitable colapso de nuestros cuerpos densos en la insólita gravedad del universo. 

Mi mirada se desvía y me encuentro de nuevo en el espejo: el mismo cuarto, la misma cama, casi la misma luna, mejores muebles, alfombra marrón, y en la esquina el espejo, la foto. Foto sádica. Foto burlona. 

Llegas con tu espalda colmada de nuestra historia.


¿Cómo estás amor?

―Bien..., llamó tu madre, que le hables para lo de la fiesta de tu hermana.

¿Estás enojada?

No, estoy cansada.

Me dirijo a la cocina, enciendo la estufa, preparo la cena. Hirviendo la leche, burbujas en la leche, burbujas grandes y redondas que se me cuelan en las venas. Panecillos con mermelada. Tu taza con tu nombre gris,  tu nombre gris en mi pecho gris, en mis manos grises, en mi voz gris, en tu beso gris. Gris en mi mar gris...

Escucho tu risa fácil de programa estúpido en la televisión. Tu risa desbocada de siempre; pretexto de siempre: “¡sólo descanso mi amor!” No es que seas estúpido, sólo descansas...
“Los hombres cuando descansan son estúpidos”, dice mi madre.

Te sirvo. La leche se derrama como protestando por mi mueca de desamor. No lo notas, tu risa se mantiene atrapada en la televisión. Yo me voy, me pierdo en mi trayectoria sin sentido hacia la cama. Me recuesto y te observo por la puerta entreabierta. No cabe duda: tus ojos malva rematados en dos mariposas nocturnas aún poseen ese raro encanto de revolotearme detrás de las rodillas.

Fin de programa estúpido. Tu dedo apaga el televisor.  Te acercas. Lento como bisonte hermoso reconociendo su pradera. Despliegas tu cuerpo frente al espejo. Te sientas. Me acaricias distraídamente el muslo. Te miro el cuello mientras apagas la luz con tu mano derecha.  Acepto tus manos de alfarero consumado. Permito proximidades reconocidas: milímetros que claman su ansiedad. Con la mente reviso tu piel: recuerdo la aurora, el vislumbre instantáneo, el sudor de redención, la fragilidad de eclipse sobre nuestros madrugada. Recuerdos bajo mi vientre que se ahogan en el mar de su propia memoria.

Mientras jadeas, en el fondo de la obscuridad yo busco. Busco las disneas de mis dedos a tu contacto de humedad,  busco los templos de osadía que solía fabricar en tu pecho, busco los antídotos contra mí misma que aspiraba en tu sexo. Busco, revuelvo, sacudo, restriego: abro espasmos en mis ojos, ansiedades de sentirme fraguada de nuevo en tus muslos, dolores de tenerte sin encontrarte. Porque te tengo: tengo tu beso rabioso, tengo tu amor de mañanas frescas, tengo tus labios repletos de ternura. Pero yo, yo no te encuentro: te miro, te examino, te sacudo, te exploro, quisiera disectarte en autopsias de desespero, desollarte  y voltear tu piel con la ilusión de encontrarnos acurrucados debajo de alguna esquina de tu cuerpo. Tu cuerpo dormido: mi corazón dormido. Tú duermes y mientras no te encuentro me ahogo de nuevo en esta lágrima inmensa en que llevo años extraviada..., extrañándote...


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                                                                    Pintura: Dorina Costras