AMLO, Zizek y el pensamiento como resistencia III
Por Luis Ramírez Trejo (Homo vespa)
Si deseas leer la segunda parte de este ensayo da click aquí.
Pensar
también ayuda a evitar simplificaciones ofensivas. Por ejemplo,
independientemente de las críticas fundadas que se pueden hacer a la propuesta
de López Obrador, no hay razón que justifique la burla o la mofa hacia sus
partidarios, con motes como pejezombies, chairos, analfabetas, huevones,
mugrosos, vendidos, nacos, mononeurales, etc. En los casos más saludables, el
insulto sin ingenio delata el resentimiento del que es tundido con demasiada
frecuencia a macanazos (por ejemplo, los que suelen ser reprimidos cantan con
gusto: ¡esos son, esos son los que chingan la nación!); por desgracia, no es el
caso, en el insulto a los morenistas priva casi siempre una forma de clasismo o
el berrinche del niño pendenciero que prefiere escupir su verdad
incontrovertible para que no se note que sólo sabe de balbuceos. En los casos
extremos, el desdén y el escarnio se vuelve crimen o amenaza flagrante, como en
el caso denunciado recientemente por el caricaturista Helguera.
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Fotografìa Solalinde: Formato Siete Foto Sub Moisés: Homo vespa
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Pensar las no respuestas
Detenerse,
no votar y pensar: extraño consejo. ¿Pensar nos permite salir de este infierno?
Posiblemente no, o al menos no de manera inmediata. Pensar puede incluso dejar
una sensación de ansiedad, porque no garantiza encontrar soluciones urgentes;
más bien demanda dar espacio a la crítica radical en toda su profundidad. Ello
implica, casi siempre, develar problemas hasta entonces inadvertidos.
Sin
embargo, pensar ayuda a entender que ante la incertidumbre que nos presenta la
realidad, es bueno saber que las soluciones pueden venir en forma de no
respuestas. Por ejemplo, independientemente de si se votó o no, hoy tendría que
afirmarse radicalmente que las elecciones de 2018, al menos en las condiciones
en que se efectuaron, no son una solución ni siquiera parcial: no son un avance
democrático en sentido alguno. No hay, por desgracia, nada que celebrar. ¿En
serio alguien quiere celebrar la democracia de un proceso electoral en que se
perpetraron 1203 agresiones contra políticos, incluyendo 152 asesinatos, entre
ellos 48 a pre-candidatos y candidatos?[1]

Es
aún más inviable el desdén hacia los que decidieron (amloístas o no) votar por
López Obrador. Las razones para votar por AMLO fueron en 2018 tremendamente
variadas como siempre pasa en las elecciones mexicanas: van desde la compra del
voto por parte de MORENA, como en el caso documentado de Chiapas[2],
hasta el más crítico y consciente sufragio posible; pasando por las muchas
formas del accidente de la desinformación y del genuino deseo de cambio social.
Un rompecabezas de razones equiparable al del universo de los que se
abstuvieron de votar, anularon su voto, o no cesan de criticar la propuesta
amloísta. Los universos de los votantes y los no votantes nunca han sido
homogéneos. Reducir fenómenos así de complejos a un insulto es un descuido del
pensamiento, acaso una muestra flagrante de estupidez: dicho sea, con todo
respeto.
Mucho
más importante es el hecho de que nadie puede proclamar una superioridad
infalible. No hay en toda la experiencia humana algo que de recetas en
política: ni la filosofía ni la sociología ni la antropología han podido
determinar de antemano, y de manera absoluta, cuál es la mejor decisión en una
coyuntura (ni tampoco fuera de ella). Nadie tiene ni tendrá un mágico Palantir [3]
que garantice clarividencia de pitonisa. La política verdadera no es una ecuación
algebraica en la que se pueden obtener los valores verdaderos aplicando la
fórmula conveniente; sino un tipo de conocimiento que crea su propia verdad
cada vez que se desarrolla en medio de la incertidumbre[4].
Todo lo que puede hacerse desde un interés sincero es correr riesgos, observar
con pasión, pensar con empeño, y corregir nuestras apuestas.
Pensar
permite, por otro lado, no saltar a la legión de los ofendidos con la presteza
del que nació con la piel inexistente. Tan pobre pensamiento habita en el que
insulta sin elegancia ni reflexión, como en el que se ofende mucho más por su
inseguridad que por alguna lejana alusión. Esto es importante recordarlo a la
hora de considerar que nada de lo anterior excluye cuestionar sin reservas lo
que se da por sentado, incluso si ese cuestionamiento se desarrolla en términos
de sátira o farsa: provocaciones que bien ejecutadas son vías del pensamiento
tan legítimas como muchas otras. Por ejemplo, varios amloístas reclamaron, a
voz en cuello, que se ofendía al pueblo mexicano o al menos a los 30 millones
de votantes de AMLO en un comunicado en que los zapatistas rechazan la
democracia electoral usando una parodia relacionada con el fútbol[5].
El escrito es poco brillante y mucho menos sustancioso que muchos otros
publicados por los zapatistas de mensaje prácticamente idéntico. Si alguien de
veras está interesado en entender el porqué los zapatistas desconfían de los
partidos políticos y la clase política en general, es recomendable que lea al
menos la primera parte de la serie L@s zapatistas y la Otra: los peatones de la
historia[6].
En
el caso del texto de la discordia, es poco menos que lamentable que con tanta
facilidad se asuma que la parodia de un sistema político forzosamente ofende a
los votantes de un candidato, cuando en dicho texto no se hace una sola mención
a los 30 millones que votaron por él. A pesar de la desubicación de muchos
amloístas, no es seguro que los votantes de AMLO constituyan el pueblo mexicano
ni como categoría política ni de ninguna otra forma. Quienes así lo interpretan
ponen a todos los votantes de AMLO en el mismo costal de sus defensores a
ultranza y de paso incluyen al resto del pueblo de este país. En efecto, los
ofendidos cometen el mismo error de pensamiento de bulto que los que suelen
insultarlos.
Chantaje vs política verdadera
En
realidad, la reacción exacerbada de los que se declararon ofendidos con dicho
comunicado tiene que ver, más bien, con el chantaje que analizamos previamente (ver primera parte del ensayo).
Eso explica, por ejemplo, las acciones de activistas como el padre Alejandro
Solalinde y Omar García Velásquez, para tratar de obligar al EZLN a colaborar
con el gobierno obradorista bajo el argumento de la imperiosa necesidad de una
unidad nacional alrededor de un “presidente amigo”.
“El
movimiento zapatista es parte de nuestros logros en nuestra lucha social, pero
ya no tiene sentido aislarse con la idea de todo o nada. 30 millones no se
equivocan. Busquemos juntos la transformación nacional.”.
Alejandro
Solalinde en Twitter el 9 de julio de 2018.
Sin
embargo, ¿el ejercicio de la autonomía en territorios zapatistas no es más bien
un logro fundamentalmente de ellos mismos? ¿No es al menos mezquino, cuando no
impertinente, arrogarnos algo de esa conquista? Y sobre todo, en rigor, ¿por
qué 30 millones de mexicanos no habrían podido equivocarse al votar por AMLO?
¿Porque son muchos millones? ¿Eso quiere decir que los más de 19 millones que
eligieron a Peña Nieto tampoco pudieron equivocarse? ¿Y los casi 63 millones de
votantes que eligieron a Donald Trump estuvieron en lo correcto? ¿Qué hay de
los más de 17 millones de votos que votaron por los nazis en 1933?
No:
pensar la política y la democracia en términos meramente cuantitativos no solo
es falaz sino insostenible. Nadie sabe a ciencia cierta si los mexicanos que
votaron por AMLO se equivocaron o no, pero ello no se sabrá por el mero conteo
de votos. El número de votos determina quien gana, no si es correcto que gane.
Si agregamos que Solalinde ha sugerido que el problema es que los “líderes y
asesores” del EZLN pudieran estar “administrando el zapatismo”[7],
es evidente que estamos ante un intento de descalificación de un movimiento a
partir de la premisa de que sus integrantes son simples títeres de la necedad
de sus líderes y de gente externa al movimiento. No es difícil elucubrar una
forma de racismo en el corazón de esta premisa.
Independientemente
de lo que decidan o contesten los zapatistas, que nunca han necesitado ni
defensores ni voceros externos, es evidente que tienen todo el derecho de
considerar que el proyecto amloísta no corresponde a sus afectos y expectativas
políticas. No son los únicos. ¿Todos los que no coincidimos, desde la
izquierda, con el entusiasmo amloísta no somos más que “aislacionistas”? ¿No es
esa descalificación una forma de deslegitimar al interlocutor por anticipado?
La
descalificación a priori es con frecuencia uno de los primeros pasos de la
coerción política. Una de sus formas más perniciosas es cuando se envuelve en
una supuesta apertura democrática que, en realidad, es una imposición: si
hablan con nosotros son demócratas; si no, están en contra del pueblo mexicano
y son simples sectarios. Se trata de una actitud no muy distinta a la velada
amenaza del priismo de antaño: “el que se mueve no sale en la foto”. ¿Por qué
intentar obligar a los zapatistas a estar en una foto que no desean?
Lejos
de un diálogo honesto, el objetivo es plegar a los zapatistas al campo de una
posición única que detenta el poder y la hegemonía.
Por
otro lado, es evidente que no hay razón para suponer una sabiduría inapelable
en las mayorías. Así que sus decisiones son plenamente susceptibles de
escrutinio. ¿Se equivocaron 30 millones de mexicanos al votar por AMLO?
Intentaré,
sin ánimo de decretar juicios inapelables, dar una respuesta. Antes, vale la
pena recordar que Zizek recomendaba abstenerse por coraje ante las falsas elecciones
como las de México de 2018. Eso, evidentemente, ahora es irrelevante: con
boleta o sin ella, habiendo votado o no, nulificando o diversificando el voto;
ninguna opción tiene la más mínima oportunidad de tener un efecto si no hay un
movimiento popular que cree política verdadera para beneficio de todos.
Una
vez establecido lo anterior, algo podemos avanzar, aunque sea a través de no
respuestas. No, no se equivocaron los que votaron por AMLO: al menos no todos
ellos. Se equivocaron los que imaginaron a AMLO como un nuevo redentor de la
pureza y la bondad. Se equivocaron los que creen que eligieron una propuesta
alternativa significativamente distinta a la de los gobiernos depredadores que
hemos vivido. También se equivocaron los que piensan que el triunfo de AMLO, en
sí mismo, significa un “despertar” del pueblo mexicano: es falso que la
totalidad de los 30 millones que votaron por AMLO “despertaron” y se
involucrarán, después de las elecciones, en modificar la injusticia del país;
veremos cuántos realmente lo hacen. Se equivocaron los que defendieron y
defienden que hay que evitar la crítica y darle un voto de confianza a una
propuesta que no lo merece. Se equivocaron los que fueron a depositar un papel
en una urna creyendo que con eso cumplían su deber ciudadano y que, después de
las elecciones, regresaron a los menesteres de su vida diaria para volver a
pensar en política dentro de seis años.
No
se equivocaron aquellos que votaron por AMLO con base en cualquier especie de
esperanza negativa: a sabiendas de que habrían de decepcionarse casi
inmediatamente. Con la consciencia de que no es en el gobierno de AMLO; sino en
la lucha colectiva en donde existe la posibilidad de generar una verdadera
política de izquierda. Ésos que votaron a pesar de saber que estaban eligiendo
una nueva forma de neoliberalismo peligrosamente priista y sin ninguna garantía
ni mecanismo de auto- corrección. Aquellos que, en medio de una esperanza
mínima, pensaron el voto como lo que debe ser: un detalle despreciable e
insignificante de la acción política. Tampoco se equivocaron aquellos que,
habiendo defendido la esperanza, rechazarán tajantemente las imposiciones de un
gobierno que no corresponda a su confianza. Todos ellos votaron mucho menos
para que ganara AMLO, y mucho más para que perdieran Meade y Anaya. Se alegran
de que el PRIANISMO haya perdido; no saben si festejar que AMLO haya ganado.
Toman la trompeta y las serpentinas con más inseguridad y timidez que gozo. En
resumen, no se equivocaron todos aquellos que después de la embriaguez de una
fiesta, por fortuna de pronta extinción, estén dispuestos a interpelar,
objetar, supervisar y si es necesario defenestrar un gobierno cuya legitimidad
sólo debería descansar en la justicia de sus acciones y no en el simulacro de
respaldo de millones de votos.
Ellos
y todos los que prefieren concentrar su acción política en los movimientos
sociales saben que, lejos del solapamiento y el triunfalismo, lo que
necesitamos es seguir apoyando cada una de las resistencias locales que
tengamos a la mano con el cuidado de no limitarnos a sus demandas específicas.
La verdadera política no se concentra ni se circunscribe a demandas
particulares por legítimas que éstas sean ni del grupo del que provengan:
pueblos indígenas, mujeres, campesinos, empleados de confianza, maestros,
médicos, etc. La verdadera política siempre es generosa y convoca a una
justicia para todos. Como dice la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona:
“El
mundo que queremos es uno donde quepan muchos mundos. La Patria que construimos
es una donde quepan todos los pueblos y sus lenguas, que todos los pasos la
caminen, que todos la rían, que la amanezcan todos.”[8]
Al
margen del tinglado precario de las elecciones, la verdadera política se
desenvuelve en resistencias que operan en lo que Jaques Ranciѐre defiende como
el corazón de lo que sí es política: los esfuerzos colectivos para desestabilizar
el orden injusto, jerárquico y abusivo de la realidad.
Hoy
en día, México es un desierto y un camposanto: un país en ruinas para volver a
citar al escritor Jorge Volpi. Si queremos salvarlo, necesitamos no sólo una
resistencia; sino una multiplicidad de ellas que provengan de todos los
sectores de la sociedad. No sólo de los conocidos nichos de rebeldía como las
organizaciones obreras y estudiantiles, el EZLN, las comunidades indígenas, el
CIG o Marichuy. Necesitamos de resistencias auténticas que puedan operar
práctica, e incluso pragmáticamente, desde cualquier trinchera que se habite:
las organizaciones de damnificados, los estudiantes explotados del posgrado en
las universidades, los vecinos organizados contra las inmobiliarias o la
delincuencia, etc. Resistencias que puedan incluso florecer desde dentro del
propio gobierno de AMLO.
Un
par de ejemplos quizá inesperados: a menos de una semana del triunfo, Olga
Sánchez Cordero, la futura Secretaria de Gobernación, anunció que impulsará una
propuesta de despenalización de la mariguana y la amapola. Dicha iniciativa
puede ser parte de una estrategia que ataque el corazón del capitalismo
criminal y asesino que florece en la obsoleta política prohibicionista que aún
ejerce México. Otro ejemplo es el de Elena Álvarez-Buylla, eminente científica
y conocida opositora de la industria de los transgénicos, futura titular del
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) que postula, en su Plan de
Reestructuración:
"Evaluar
con rigor científico los costos sociales y ambientales en México del régimen
neoliberal"[9].
Es
seguro que estas y otras iniciativas inéditas en México navegarán a
contracorriente de un gobierno amloísta y una sociedad atrapados en el
conservadurismo de la derecha empresarial y el capitalismo. Por lo tanto,
dichas iniciativas deben ser impulsadas desde todos los enclaves sociales
posibles. Lo anterior no quiere decir que debemos colaborar con el gobierno.
Todo lo contrario. El pensamiento radical, ese que rechaza la injusticia por
principio, es la primera garantía de la distancia necesaria con la realidad
jerárquica del Estado: eso hace posible la resistencia. Ante la desigualdad, lo
que no se opone como conflicto no es política ni resistencia, sino cooptación.
Eso es lo que personajes como Alejandro Solalinde, Omar García Velásquez y
Nestora Salgado, para nombrar a los más conspicuos, no entienden. El EZLN y
todo el que quiera trabajar por la justicia tiene que luchar por habitar esa
distancia, por pensar en la resistencia: esto es con todos y sólo con los que
piensan en todos. No hay nada que debatir con la élite política y empresarial,
pero si con todos los que, amloístas o no, estén dispuestos a proseguir la
lucha por la justicia. Esa es la única forma de crear todas las resistencias
que se necesitan para obligar al gobierno de AMLO no a cumplir lo que prometió,
pues lo que prometió no es más que un neoliberalismo moralizante; sino a
forzarlo (y forzarnos) a inventar un verdadero viraje de izquierda que deje de
beneficiar a los privilegiados de siempre para beneficiar a las mayorías.
Tendremos
que obligar a Andrés Manuel López Obrador; es posible que, aunque no lo
confiese, él nos lo agradezca.
[1] Nava, Abraham. Matan a 523 políticos en proceso
electoral; 152 eran candidatos o precandidatos. Excelsior
[2] Hernández
Navarro, L. El
rompecabezas electoral. La Jornada. 10/07/2018. Consultado el 11/07/2018.
[4]
En la versión propuesta por el filósofo Alain Badiou, las políticas verdaderas
generan sus propias verdades, estrategias y símbolos conforme se desarrollan a
favor de la justicia; no establecen ni verdades ni métodos de manera
predeterminada. Un texto introductorio del autor de este ensayo sobre este tipo
de pensamiento se encuentra en: La
política de lo posible, Alain Badiou y el fraude a la democracia. Homo
vespa 02/09/2012. Consultado el 11/07/2018.
[6] 6 L@s
zapatistas y la Otra: los peatones de la historia. Introducción y Primera Parte:
los Caminos a la Sexta. Enlace Zapatista 17/09/2006. Consultado el
11/07/2018.
[7]
Rosagel, Shaila. Solalinde:
Asesores que parecen “administrar al zapatismo” no dejan el acercamiento con
AMLO. Sinembargo. Consultado el 11 de julio de 2018.
[8] CUARTA
DECLARACIÓN DE LA SELVA LACANDONA. Enlace zapatista. 01/01/1996. Consultado
el 11 de julio de 2018.
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