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jueves, 31 de marzo de 2011

Pederastia, Ratzinger y la sagrada palabra de Richard Dawkins.

Texto publicado originalmente en Emeequis el 7 de noviembre del 2010.

http://www.m-x.com.mx/2010-09-08/pederastia-ratzinger-y-la-sagrada-palabra-de-richard-dawkins/

Quizá lo único más peligroso que los fanatismos intelectuales es nuestra incapacidad para reconocerlos, sobre todo cuando esos fanatismos se disfrazan de causas justas.

El papa Benedicto XVI visitará del 16 al 19 de septiembre las localidades inglesas de Londres, Glasgow y Coventry. En el contexto de esta visita el papa enfrenta una campaña que busca en un movimiento parecido al que logró la detención de Augusto Pinochet en 1998 apresarlo bajo los cargos de encubrimiento a pederastas mientras fungía como máximo funcionario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución que analiza los casos de abuso sexual por parte de integrantes de la Iglesia católica.

La cabeza más visible detrás de esta campaña es Richard Dawkins, ex profesor de la universidad de Oxford y exaltado expositor del darwinismo en su faceta más reduccionista: Dawkins defiende, en párrafos de lúcida prosa, la idea de que los seres vivos no somos más que entidades dirigidas por genes egoístas cuya finalidad es transmitirse a las futuras generaciones.

Dawkins es, además, un enemigo de cualquier forma de expresión religiosa y misticismo. Su libro El espejismo de Dios (2006) es la cúspide de un discurso cuyo éxito se debe a los debates que ha sostenido con los creacionistas, quienes se aferran a que se enseñe en escuelas públicas que el universo se creó en siete días de 24 horas y que la Tierra tiene sólo unos cuantos miles de años.

A la campaña contra el papa no le falta razón. Benedicto XVI está envuelto en escándalos de encubrimiento a pederastas casi desde que fue elegido sucesor de Juan Pablo II. Para Benedicto XVI, como para la mayor parte de la autoridad eclesiástica, cuidar las apariencias es una política institucional: los sacerdotes acusados de abuso sexual han sido trasladados de una congregación a otra para salvar el prestigio de la Iglesia católica.

La iniciativa de Dawkins y compañía es valiosa no porque realmente se consiga detener al papa; una cosa es detener al decrépito y execrable ex dictador Pinochet y otra muy distinta es detener a uno de los líderes más poderosos del mundo. Lo realmente importante de la iniciativa es denunciar los tremendos entresijos de poder de los que participa la Iglesia como institución para cubrir delitos de lesa humanidad.

En su artículo “Richard Dawkins y el compromiso social” (La Jornada, 16/07/10), Julio Muñoz pondera a Dawkins como un defensor de la ciencia y de las explicaciones materialistas, cuya consecuencia le lleva a confrontar las supercherías opresoras de la religión (un refrito mal cocinado del adagio marxista “la religión es el opio de los pueblos”).

Lo que este autor y gran parte de la prensa soslaya es que Dawkins, en su faceta de militante ateísta pendenciero, causa en los pasillos de la academia más risas de deferencia y empática conmiseración que análisis profundos. Dawkins exhibe una ausencia de rigor científico en sus tesis y una candidez e ignorancia filosóficas al abordar un tema que fue un desafío para filósofos de la talla de Kierkegaard, Kant o el mismo Marx. En otras palabras, el discurso de Dawkins tiene de rigurosidad científica lo que mi madre cuando le reza a San Panuncio para que le aparezca las llaves.

La reducción de Dawkins y corifeos de la religión a sus deleznables aspectos de corrupción y violencia institucional es una caricatura de “filosofía”. Más aún, es una posición sumamente peligrosa: un discurso que igual se puede usar para acusar al criminal Ratzinger que para justificar políticas de descalificación e incluso discriminación hacia cualquier forma del Islam.

Me parece difícil sostener que la religión es por definición retardataria, como Dawkins con dedo flamígero sostiene y Muñoz parece apoyar. Baste recordar la existencia de hombres como Martin Luther King, Samuel Ruiz, Ernesto Cardenal u otros partidarios de la teología de la liberación.

La posición de Dawkins, elogia Muñoz, “está hondamente enraizada en una posición racionalista intransigente”. En esto Muñoz acierta, Dawkins es un “intransigente”: un exaltado misionero de la sagrada palabra de lo que él cree que es ciencia; un ortodoxo que reproduce los mismos esquemas argumentativos de la más acrítica posición religiosa (muy cercano al creacionismo que tanto critica, al priismo, panismo y perredismo que seguro no conoce, y a mis cuates que juraban que México ganaría el mundial).

Sin duda, es necesario aplaudir la iniciativa para detener al papa. Pero la ética no necesita de la ortodoxia cientificoide de Dawkins para exigir que se juzguen los crímenes de Ratzinger o Norberto Rivera por encubrir a pederastas, o por ejemplo, de Felipe Calderón y asociados por negligencia en el asesinato de 49 bebés en Hermosillo e innumerables más por enfermedades curables.

El fanatismo tiene muchas caras, todas ellas no muy agraciadas; quizá sólo compiten con nuestra teacher top model, la dueña de las quincenas de los afiliados al SNTE. Hay que tener cuidado de quien nos enamoramos…


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Homo vespa en la academia



Homo vespa desea fervientemente  que todas sus publicaciones, impresas o digitales, puedan compartirse de manera libre. Por desgracia, los derechos de las publicaciones académicas pertenecen a revistas internacionales que nada tienen de altruistas.  


Foucault lo sabía: la educación institucionalizada  es, sobre todo, una estructura de poder y control social. En esta sección  se indican las ligas a esas publicaciones y los datos del perfil contienen el correo para solicitar copias. Es claro que la mayor parte de esos artículos lindan en lo soporífero; pero, aunque difícil de creer, Homo vespa los encuentra incluso eróticos.


Efecto sinergico de la deaferentacion colinergica del nucleo basal magnocelular (NBR) y la lesion excitotoxica en amigdala en el condicionamiento aversivo a sabores Ramirez Trejo, Luis; 2001; 001-03021-R2-2001-1; Texto completo.

Determinacion del patron de la esterilidad masculina en Erythroxylum havanense Ramirez Trejo, Luis; 2007; 001-00377-R4-2007; Texto completo.

Humberto Gutiérrez, Ranier Gutiérrez, Luis Ramírez Trejo, Ricardo Silva Gandarias, Christopher E. Ormsby, María Isabel Miranda, and Federico Bermúdez Rattoni. (1999) Redundant Basal Forebrain Modulation in Taste Aversion Memory Formation J. Neurosci. 19: 7661-7669. ISI Impact Factor (2009): 7.178

Van Speybroeck, Linda and Ramírez-Trejo, Luis (2008). Have a little faith in evolution Biological Theory 3(4): 371-374.

Ramírez-Trejo, Luis and Van de Vijver, Gertrudis (2010). Recovering the Machine’s Enemies: Circularity, Emergence, Evolution, and Chance Artificial Life 16: 197–199.

Ramírez-Trejo, Luis and Van Speybroeck, Linda. (2010) Epigenetics: A Survey on Unorthodox Inheritance Biological Theory 5(1): 96-99.

Ramírez-Trejo, Luis. (2010) Two Functional Approaches to Anticipation in Biology International Journal of Computing Anticipatory Systems, volume 23: 86-93. 

Ramírez-Trejo, Luis; Demarest, Boris; Van Poucke, Joris; Van DE Vijver, Gertrudis. (2011). Conflated epistemology or how to lose the organism (again). Ludus Vitalis, vol. XIX (36): 353-385.


The lung and the moth. Using contextual approach for dissecting functional design in biology (en preparación).


The purpose behind the machine and the machine behind the function (en preparación)


Epigenetics and Design: an odd promising couple (en preparación)




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lunes, 28 de marzo de 2011

Estambul: el ojo de la abuela


Estambul: el ojo de la abuela

Texto publicado originalmente en La Jornada el 7 de noviembre del 2010.


Mirar de frente a mi abuela es como caminar con la sensación de que la sonrisa de un gato te acecha en la penumbra. Su cabeza gris, su silueta dudosa y la mirada vacía contrastan con la carcajada que suena a la menor provocación. Si no sospechara que nació en algún momento del siglo pasado, pensaría que es una esfinge milenaria que lanza albures en lugar de acertijos. A mí me recuerda a un futbolista canchero de los barrios más populares de la Bondojo; uno de ésos que por más que le hagas, siempre te saca dos metros de ventaja.
Cuenta la mitología familiar que mi abuela perdió el ojo izquierdo después de una embolia hará unos cuarenta años; su ojo derecho tiene una de esas carnosidades que los oftalmólogos, poéticamente, llaman cataratas. Como todo mito, hay que tomarlo con reservas: mi abuela, dicen los expertos, no ve... lo que no le conviene, agregamos sus nietos. Tarda exactamente tres segundos y medio para saber si te dejó tu novia o te peleaste con tu marido. Es temible cuando llegas a un bautizo con el saco incorrecto o perdiste el trabajo; se ríe de las insulsas discusiones de sus hijos y por supuesto se vuelve no sólo absolutamente ciega, sino sorda, muda y prácticamente inexistente cuando alguien le reclama algo.


Sin embargo, los ojos de mi abuela son de ésos que miran con una intensidad como si desde el inicio de los tiempos no hubieran hecho otra cosa, aun debajo de los párpados que los cubren. Quizá sea así siempre. Orhan Pamuk, ese turco que le da prestigio al Premio Nobel, dice que los ojos de los ciegos tienen la ventaja de que ya no se entretienen con las inmundicias de este mundo. Así, pues, debemos inferir que, en lugar de observarlo, los ojos de los ciegos se dedican a crear al mundo. De ahí su sabiduría.
El mismo Pamuk habla de Estambul –la antigua Bizancio–como una ciudad plagada de melancolía: calles de más de 2 mil 500 años de antigüedad inundadas con los sueños de un imperio que sustituyó a otro imperio. Una ciudad bañada en un oro cuya grandeza el tiempo enseñó a caer más de una vez. Hüzün es la palabra que los turcos emplean para referirse al sentimiento lánguido por todo lo perdido en el pasado y por todo lo inalcanzable en el presente. Es un sentimiento que no pertenece ni a las mezquitas, ni a los obeliscos egipcios, ni a las murallas romanas, ni siquiera a los 12 millones de habitantes de la ciudad. Hüzün es el sentimiento que sólo Estambul escogió para recrear la imposibilidad eterna de acercarse lo suficiente a Dios.

No podría ser de otra forma; ninguna otra ciudad acumula tantas huellas de veneración. La Agia Sofia, esa mezquita erigida como catedral por Justiniano, y que ya en el siglo IV celebraba a la virgen cristiana mientras ésta usaba un telar para tejer el cuerpo de Dios en su vientre. La Mezquita Azul, construida más de mil años después, con sus mosaicos azules y verdes reptando por las columnas, con sus cúpulas a punto de florecer y sus mariposas atrapadas en vitrales multicolores. Los gritos con que los sacerdotes llaman a oración desde los minaretes cinco veces al día; los centenares de personas arrodilladas en las calles orando en una lengua llena de devoción. No son ejemplos; Estambul es más un rito perpetuo que una ciudad de concreto.

Pero más allá de sus glorias de antaño, más allá de la poesía de su liturgia, partida de costilla a costilla por esa bisagra entre Oriente y Occidente llamada Bósforo, Estambul es un mundo acuoso en donde la transición entre el agua y el aire nunca termina de precisarse. La humedad es tan alta que aquí los hombres jamás terminan de sudar. La neblina, atrapada en los ojos del visitante, le hace creer que lo que ve no es un sueño; se equivoca, los hombres no son aquí más que dudosas siluetas borroneadas en el aire. En Estambul, como en todas las ciudades, debe haber profesiones fáciles y profesiones difíciles, pero ser una lámpara en Estambul debe ser la más frustrante de todas: cada día tendrías que librar una batalla de proporciones otomanas para que tu luz atraviese ese éter semiacuoso que respiran los anfibios habitantes de esta ciudad. La batalla, se sabe de antemano, la pierden todo el tiempo las lámparas. ¿El resultado?


Que ver a Estambul es como mirar una ciudad a través de una catarata: intuyes que detrás de la cortina de agua hay una ciudad milenaria, sabia, hermosa, arqueológica; proveniente de la inmensidad de un pasado no sólo glorioso, sino también sanguinario y férreo, como son las cosas verdaderamente humanas. Como un ojo que no tiene niña por no recordar su infancia: opaco de tanto ver, gris de tanto mirar, vivo de tanto entender, eterno de tanto extrañar. Una ciudad ciega, una ciudad con esa especie de silencio ocular que le permite, como diría otra vez Pamuk, ver lo que aparece en la oscuridad de Dios. Una ciudad como el ojo de mi abuela...


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Acerca de Homo vespa

Incluso yo, cuando niño, era tierno. Al menos eso es lo que cuenta mi madre. Con un morbo por los documentales con insectos copulando y una decepción porque el Lobo nunca se comía a Caperucita, siempre preferí la ternura de Allan Poe. Después de los gatos amurallados y los orangutanes asesinos, las avispas endoparásitas fueron mis criaturas favoritas. No me sedujo la belleza de su talle ni su sofisticado sistema de comunicación ni siquiera su colorido remolino de agresividad. Mis afectos se fundaron más bien en una intimidad revolucionaria, en una afinidad subversiva. Las avispas endoparásitas tienen la bella costumbre de atacar la cursilería de las orugas, inmovilizarlas con su veneno y depositar en sus entrañas racimos de inocencia en forma de huevos. Las larvas crecen, se alimentan de la sangre transparente y consumen poco a poco a la simpática oruguita. 

No es difícil imaginarlo. En un súbito mareo, la oruga camina retorciéndose sin entender: como un eco de sus vísceras una multitud ardorosa le sopla la nuca. Inmóvil y desesperada, la oruga siente el latido, el escándalo, el clamor de decenas de larvas que como niños obesos emergen de su piel. La aspirante a mariposa no sobrevive a los agujeritos por los que se le escapan linfa y aliento. Homo vespa hace referencia a esta dulce historia de la edad de oro. Homo se utiliza para denotar a la especie humana, vespa significa avispa en latín. Atacar al sistema desde dentro, dinamitar la poesía, la filosofía, la política, el amor. Me gusta la idea...


Avispas endoparásitas o cómo dinamitar a una oruga



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