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jueves, 14 de julio de 2016

De jóvenes y otras disidencias


De jóvenes y otras disidencias

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Es un lugar común creer que en las pupilas de la juventud está la esperanza y el futuro. Como en todos los espejismos hay seducción en el postulado; como en todos los postulados, se enmascara quizá un desencanto. Di clases muchos años a adolescentes: no suelo entusiasmarme con la gente por su edad. José Saramago, uno de mis escritores favoritos, rechazaba la fe gratuita en los jóvenes. Él solía pensar que las cosas que realmente valían la pena llegaban con el tiempo. Supongo que su juicio era muy adecuado para un novelista. En su caso funcionó: publicó el libro que lo dio a conocer a los 58 años y ganaría el Nobel de literatura 18 años después. Su pluma era un meteoro entrañable, efectivo y senil.

Comparto el escepticismo de Saramago. A pesar de lo que con frecuencia se asume, la esperanza no es esa idea lejana que nos gusta anidar en las mejillas de los niños y en el vigor de los adolescentes. La esperanza tampoco es esa nostalgia cómoda e irresponsable que se sienta, valga la cacofonía, a esperar que jóvenes o niños nos rediman y hagan, en algún futuro indefinido, lo que nosotros no podemos realizar ahora.

La única esperanza que vale la pena es la que se rebela en contra de esa vocación inmóvil, de ese sufrimiento abnegado. La esperanza que reside en cualquiera joven o viejo; decrépito o adolescente que sea atravesado por la impaciencia de alguna tormenta; por la necesidad de alguna resistencia; por el escozor y la rabia ante alguna injusticia. La esperanza que reside en una sexagenaria que defiende a su pueblo con una piedra en la mano en Cherán, en un médico maduro que protesta en la Ciudad de México con su estetoscopio al cuello, en una maestra veinteañera que enfrenta a la policía en Oaxaca. La esperanza que no se ancla en un futuro abstracto o en un presente perdido, sino en la vigencia de un tiempo por inventar.

No por ello deja de ser admirable cuando un joven supera el estigma de serlo para enfrentarse al tirano. Les dejo dos ejemplos recientes para aprender a sonreír en días de oscuridad.





lunes, 4 de julio de 2016

Ciudad de México I 2016


Ciudad de México I

Como desenterrado de su vientre de metal, la ciudad me levanta.
Su lujuria de concreto resuena aún en mis paredes.
No hubo entrega: sabemos los dos que siempre fui suyo.

Aunque quiera seducir sus muslos, 
le robaría su boca para repudiarme.
Aunque me tuviera piedad,
terminaría pidiéndole que me asesinara.
Aunque perdonara mi insolencia,
tomaría una de sus plazas, una esquina, la garganta de un semáforo, para desangrarme.

La ciudad se levanta: vestida con mi piel se marcha. Como a un Patroclo, arrastra mi carne por sus aceras.
 
Desollado le sonrío: ni siquiera mi muerte fue alguna vez mía.



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