Juan
Ramón el marrullero y el 68
Por Homo vespa
Francisco
Barnés de Castro fue un químico que llegó a la rectoría de la
UNAM con
aún menos habilidades políticas que méritos académicos.
No es extraño: las virtudes que más premia la burocracia
universitaria —especialmente
a esos niveles—
son saber cuando alinearse, saber cuando no hacer olas, y saber
cuando defender los intereses del gobierno que te pone en el puesto.
Sin embargo, Barnés no
logró imponer las cuotas en la UNAM como se lo requería el gobierno
en 1999. Las torpezas de porro bravucón ya no servían de nada con
el conflicto estudiantil atascado en noviembre de ese año. Barnés
era un
elefante epiléptico en cristalería y se necesitaba un caballero.
Juan Ramón de la Fuente fue el cambio ideal antes de los penales.
Sonriente, afable y comprensivo, Juan Ramón promovió,
con
habilidad insuperable, un
plebiscito dirigido a la comunidad universitaria, que después
utilizaría su jefe Ernesto Zedillo Ponce de León para legitimar la
entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) a Ciudad
Universitaria con el fin de romper la huelga.
Es
cierto, para entonces la huelga llevaba más de nueve meses y el
Consejo General de Huelga (CGH) estaba más que fragmentado. Yo
pertenecía a un sector estudiantil de «moderados» que siempre
rechazó al perredismo de ese entonces. Ser «moderado», para los
que apoyamos hasta el final el movimiento estudiantil, nunca
significó estar en contra de la huelga ni dejarse cooptar por la
izquierda institucional que tanto se había alimentado de la
organización estudiantil previa, el llamado «CU histórico». Ahí
estaban, ya desde entonces, los Fernando Belaunzarán, los Oscar
Moreno, los Adolfo Lluvere para dar clases de como pudrirse en las
cloacas de la política partidaria.
Aunque
en medio de la fragmentación y decadencia del CGH muchas voces ya
no fueran escuchadas, nadie se atrevería a desear la represión ni
siquiera en voz baja. Cuando, después del plebiscito, la PFP entró
a CU en febrero del año 2000, centenas de compañeros fueron
encarcelados bajo cargos que iban desde el despojo hasta el motín y
el terrorismo. Los que escaparon o no estábamos, por suerte, durante
la represión en CU organizamos, en los días subsiguientes, marchas
tristísimas, mítines desolados, boteos
de desespero; pedimos durante meses que nuestros compañeros salieran
de la cárcel.
Vi,
en esas movilizaciones, a multitud de compañeros que no rechazaron
el plebiscito, pero que nunca aceptarían que la PFP entrara a
reprimir al movimiento estudiantil. No había nadie que no caminara
contrariado, lloroso, lleno de ira y desatino. La verdad no
histórica, que es la que siempre tiene tintes de verdad, es que Juan
Ramón de la Fuente usó ese plebiscito como el que usa una piñata
bien pintada para esconder una granada.
Con
un par de golpes maestros, el refinado rector de la UNAM le enseñó
a toda mi generación como se conduce un político «eficiente».
Hoy
Juan Ramón de la Fuente da pláticas sobre el movimiento estudiantil
de 1968; supongo que quienes lo invitan deben pensar que es necesario
renovar el realismo mágico. Por su parte, Andrés Manuel López
Obrador postula a Juan Ramón como embajador ante la ONU y propone
«una consulta» sobre un aeropuerto que ya lleva miles de millones
avanzado y que ha sido rechazado, desde hace años, por el pueblo de
Atenco y el resto de las comunidades aledañas.
¿Consultas
y plebiscitos?: los hombres envejecen; sus marrullerías no.
Ex-paristas de la UNAM protestan contra Juan Ramón de la Fuente en conferencia sobre el movimiento estudiantil de 1968
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