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miércoles, 1 de agosto de 2018

Juan Ramón el marrullero y el 68


Juan Ramón el marrullero y el 68

Por Homo vespa
Francisco Barnés de Castro fue un químico que llegó a la rectoría de la UNAM con aún menos habilidades políticas que méritos académicos. No es extraño: las virtudes que más premia la burocracia universitaria especialmente a esos niveles son saber cuando alinearse, saber cuando no hacer olas, y saber cuando defender los intereses del gobierno que te pone en el puesto. Sin embargo, Barnés no logró imponer las cuotas en la UNAM como se lo requería el gobierno en 1999. Las torpezas de porro bravucón ya no servían de nada con el conflicto estudiantil atascado en noviembre de ese año. Barnés era un elefante epiléptico en cristalería y se necesitaba un caballero. Juan Ramón de la Fuente fue el cambio ideal antes de los penales. Sonriente, afable y comprensivo, Juan Ramón promovió, con habilidad insuperable, un plebiscito dirigido a la comunidad universitaria, que después utilizaría su jefe Ernesto Zedillo Ponce de León para legitimar la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) a Ciudad Universitaria con el fin de romper la huelga.

Es cierto, para entonces la huelga llevaba más de nueve meses y el Consejo General de Huelga (CGH) estaba más que fragmentado. Yo pertenecía a un sector estudiantil de «moderados» que siempre rechazó al perredismo de ese entonces. Ser «moderado», para los que apoyamos hasta el final el movimiento estudiantil, nunca significó estar en contra de la huelga ni dejarse cooptar por la izquierda institucional que tanto se había alimentado de la organización estudiantil previa, el llamado «CU histórico». Ahí estaban, ya desde entonces, los Fernando Belaunzarán, los Oscar Moreno, los Adolfo Lluvere para dar clases de como pudrirse en las cloacas de la política partidaria.

Aunque en medio de la fragmentación y decadencia del CGH muchas voces ya no fueran escuchadas, nadie se atrevería a desear la represión ni siquiera en voz baja. Cuando, después del plebiscito, la PFP entró a CU en febrero del año 2000, centenas de compañeros fueron encarcelados bajo cargos que iban desde el despojo hasta el motín y el terrorismo. Los que escaparon o no estábamos, por suerte, durante la represión en CU organizamos, en los días subsiguientes, marchas tristísimas, mítines desolados, boteos de desespero; pedimos durante meses que nuestros compañeros salieran de la cárcel.

Vi, en esas movilizaciones, a multitud de compañeros que no rechazaron el plebiscito, pero que nunca aceptarían que la PFP entrara a reprimir al movimiento estudiantil. No había nadie que no caminara contrariado, lloroso, lleno de ira y desatino. La verdad no histórica, que es la que siempre tiene tintes de verdad, es que Juan Ramón de la Fuente usó ese plebiscito como el que usa una piñata bien pintada para esconder una granada.

Con un par de golpes maestros, el refinado rector de la UNAM le enseñó a toda mi generación como se conduce un político «eficiente».

Hoy Juan Ramón de la Fuente da pláticas sobre el movimiento estudiantil de 1968; supongo que quienes lo invitan deben pensar que es necesario renovar el realismo mágico. Por su parte, Andrés Manuel López Obrador postula a Juan Ramón como embajador ante la ONU y propone «una consulta» sobre un aeropuerto que ya lleva miles de millones avanzado y que ha sido rechazado, desde hace años, por el pueblo de Atenco y el resto de las comunidades aledañas.

¿Consultas y plebiscitos?: los hombres envejecen; sus marrullerías no.




Ex-paristas de la UNAM protestan contra Juan Ramón de la Fuente en conferencia sobre el movimiento estudiantil de 1968

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