AMLO,
Zizek y el pensamiento como resistencia I
Por
Luis Ramirez Trejo (Homo vespa)
En
un texto previo1
a
las elecciones, señalé que el escritor Jorge Volpi acertaba al
describir las propuestas políticas de Andrés Manuel López Obrador
(AMLO), José Antonio Meade Kuribreña y Ricardo Anaya Cortés
como propuestas conservadoras. Sugerí ahí que dicho conservadurismo
era mucho más profundo que el que reflejaba una posición más bien
reticente y mezquina por parte de los candidatos con respecto a
tópicos como el aborto, el matrimonio igualitario, o la legalización
de la mariguana. Los tres candidatos fueron conservadores en el
sentido de que sus propuestas siempre implicaron preservar la
explotación económica y la exclusión política de la mayor parte
de la población.
No
es, por supuesto, peccata
minuta;
pero tampoco es una dolencia infrecuente. La mayor parte de los
partidos en las democracias de occidente conciben la explotación
como un resultado, quizá doloroso pero inevitable, del desarrollo
capitalista que impera en el actual mundo del libre mercado. El
neoliberalismo es el líder en estas corrientes de pensamiento que en
los países pobres como el nuestro sólo se traducen en desigualdad y
explotación. Muchos pensadores han apuntado que la democracia
electoral es la contraparte política de esa obsesión por la
economía que siempre da prioridad a las demandas del mercado. La
economía se vuelve el juego cuyas reglas inviolables nadie se atreve
a perturbar; el fondo que ningún partido político cuestiona más
allá del discurso panfletario; el tótem ante el cual se sacrifica
cualquier política
verdadera2
en que una comunidad se organiza para desafiar alguna injusticia: una
marcha de maestros, una huelga sindical, un paro estudiantil, una
comunidad indígena en rebelión, una organización vecinal de
damnificados, un país luchando contra una invasión extranjera.
El
filósofo esloveno Slavoj Zizek es uno de los más férreos críticos
del capitalismo y la democracia electoral. Para él, este tipo de
democracia ―con sus partidos políticos, sus procedimientos, sus
votaciones y sus árbitros― es una de las negaciones de la política
y la democracia en sí mismas. Más bien se trata de lo que Zizek,
siguiendo al brillante filósofo francés Jacques Rancière, denomina
la para-política:
“el
intento de despolitizar la política (llevándola a la lógica
policiaca3):
se acepta el conflicto político
pero
se reformula como una competición entre partidos y/o actores
autorizados que, dentro del espacio de la representatividad, aspiran
a ocupar (temporalmente) el poder ejecutivo4.
Después
de la revolución mexicana del siglo pasado y, quizá, el periodo
cardenista de medio siglo, México como país no ha sido democrático,
ni antes ni después de las elecciones de 2018. Actualmente, es un
régimen de cuerpo maloliente gobernado no sólo por la
para-política;
sino afectado de otra negación de la política que Zizek llama la
ultrapolítica:
“el
intento de despolitizar el conflicto extremándolo mediante la
militarización directa de la política, es decir, reformulando la
política como una guerra entre "nosotros" y "ellos"”5
Desde
el inicio de la guerra contra el narcotráfico, México vive la
militarización directa de los conflictos sociales en una estrategia
de seguridad
que ha cobrado la vida de alrededor de 250 mil mexicanos y que, de
manera muy simplista, se suele describir en términos del crimen
organizado vs el Estado.
En
todo caso, lo que aquí se quiere enfatizar es que lo que ha sucedido
en los meses de campañas electorales y las elecciones de julio de
2018 forma parte de algo que no
es política ni es democracia: no es la lucha de una comunidad por la
justicia. Los procesos electorales en México son poco más que
mecanismos publicitarios de para-política
en un capitalismo mafioso y criminal compuesto de intereses de
partidos políticos, poderosas empresas capitalistas y crimen
organizado —todo mezclado hasta lo
indistinguible—
que compiten para explotar la vida de personas, pueblos y
ecosistemas.
El
chantaje
Ante
la desolación que sufre el país desde hace décadas, la mayoría de
la población en México optó por darle una oportunidad a Andrés
Manuel López Obrador. Para buena parte de los que han luchado por un
gobierno de izquierda, las elecciones de 2018 fueron una oportunidad
que no se podía desaprovechar. Un sector creciente de la población
alertaba, desde la candidatura de AMLO en 2006, sobre la necesidad
apremiante de un cambio. En las elecciones de 2018, se apuró a todo
mundo a tomar postura; en especial ante la posibilidad de un nuevo
fraude del PRIAN similar a los de 2006 y 2012. El mensaje en las tres
elecciones (2006, 2012 y 2018) fue claro: ante la amenaza de otro
gobierno del PRIAN, todos debíamos apoyar a AMLO para que
estableciera las bases de una transformación necesaria. Finalmente,
el primero de julio de 2018, la desesperación del país, el tesón
del morenista, y la torpeza de sus contendientes, le dieron la
victoria a AMLO con un margen tan amplio que cualquier intento de
fraude resultó inútil.
Hay,
sin embargo, en esta victoria señales alarmantes. Buena parte del
amloísmo
desplegó, desde hace más de una década, una campaña propensa a la
indiferencia, la ofensa o el franco linchamiento hacia cualquier
crítica, por empática que ésta fuera. Esa actitud se consolidó
paulatinamente en forma de un chantaje: si alguien no declaraba su
simpatía o votaba por AMLO, entonces inmediatamente se convertía en
un cómplice del PRIAN, una comparsa del sistema, un parásito en
medio de la corrupción que carcome a México. En el mejor de los
casos, se terminaba siendo un ingenuo o un tonto útil cuando no un
villano infiltrado de la “mafia del poder”. La difamación abundó
y en justicia se le puede reprochar a López Obrador que no hizo ni
ha hecho nada para detenerla. Miles de activistas, movimientos
sociales, intelectuales, académicos, líderes sindicales, artistas y
demás ciudadanos interesados en otras formas de hacer política
sufrieron, por años, este acoso en distintos momentos: desde los
zapatistas hasta Carmen Aristegui; desde Javier Sicilia hasta los
padres de los 43 de Ayotzinapa; desde las comunidades purépechas
como Cherán hasta la aspirante a candidata por parte del Consejo
Indígena de Gobierno (CIG), María de Jesús Patricio Martínez
alias Marichuy.
Como
nos cuenta Zizek, algo similar sucedió con motivo de la segunda
vuelta de la elección francesa de 2017 entre Mariene Le Pen y
Emmanuelle Macron6.
La mayor parte de la izquierda llamó a favorecer el neoliberalismo
de Macron contra el neofacismo de Le Pen. Los alarmados izquierdistas
gritaban a voz en cuello: ¿en serio hay alguna forma de no votar
contra la barbarie anti-inmigrante filofascista de Le Pen? Su
paralelo mexicano es obvio: ¿en serio hay alguna forma de no votar
contra la corrupción asesina del PRIAN?
En
México, el resultado del chantaje en las elecciones de julio de 2018
fue algo similar a la “cargada” priista (pero a nivel nacional)
en favor de la opción que, aunque en muchos casos nunca convenció,
se le consideró “la menos mala”, “el mejor enemigo”, “la
única posibilidad”. Aunque incómodo y pendenciero, el chantaje
sería irrelevante, si no delatara un síndrome mucho más peligroso.
Zizek argumenta que el problema de estas reacciones es que ante la
urgencia de la situación, el chantaje erradica, para todo propósito,
el pensamiento. Ya nadie pregunta cuál es la naturaleza de la fuerza
política que se erige como única alternativa ante algo que
consideramos inaceptable como el neo-fascismo de Le Pen o la
corrupción incesante del PRIAN. A partir de la instalación del
chantaje, pocos se preguntan en serio si “lo menos malo” puede
ser en algún sentido bueno o qué condiciones son necesarias para
que lo sea. Los pocos que se atreven a indagar públicamente son
callados en la batahola del griterío o la censura del insulto
cibernético: deciden, en la mayor parte de los casos, mascullar sus
dudas en la intimidad de grupúsculos condenados al ostracismo.
Con
seguridad, el chantaje en México operó y sigue operando para
excluir cualquier forma de resistencia política que no se sume al
proyecto de AMLO. Eso, por ejemplo, fue uno de los factores para que
no se consiguieran las firmas necesarias que Marichuy necesitaba para
llegar como candidata a las elecciones de 2018. Sin duda, las
condiciones que estableció el INE para recaudar firmas a través de
celulares accesibles sólo para sectores privilegiados económicamente
y la propia desorganización de las redes de apoyo del CIG explican,
en buena parte, que no se hayan recaudado dichas firmas. Sin embargo,
es innegable que la posición de AMLO y la dirigencia de MORENA hacia
esa y otras expresiones políticas sólo puede calificarse de
mezquina, excluyente y desdeñosa.
Desde
el anuncio de dicha iniciativa política en octubre de 2016, López
Obrador espetó que se trataba de una maniobra “para hacerle el
juego al gobierno” con el fin de “que no haya una transformación
y cambio de régimen”. “El pueblo nos está apoyando en Chiapas y
en todo el país. La única esperanza es Morena, aunque no le guste a
muchos”7
Como
escribí en esas fechas:
“Cualquiera
que proponga una política distinta a MORENA es inmediatamente
arrojado al desfiladero de los cómplices de la “mafia en el poder”
por no apoyar la lucha correcta, es decir la que AMLO encabeza. Si la
CNTE, los huicholes, los electricistas, la comunidad de Cherán, o
los boy scouts se atreven a proponer alguna política o candidatura
distinta a la de MORENA, serán inmediatamente acusados, con el CNI y
el EZLN, de dividir el voto de izquierda y colaborar, por estupidez o
perversión, con la tiranía8
Finalmente,
el chantaje también evitó rechazar de tajo medidas que incomodarían
a cualquier izquierdista: alianzas indeseables como la que se hizo
con el conservador Partido Encuentro Social; concesiones vergonzosas
como la promesa de no perseguir a funcionarios corruptos de gobiernos
pasados; propuestas explícitas de explotación neoliberal como la
promoción de la minería canadiense9;
y un muy largo y doloroso etcétera.
Después
de la victoria de AMLO, una marea de felicidad y optimismo inundó el
país. El dato más relevante de los resultados electorales es que el
PRI, partido en el gobierno, enfrenta una debacle con el nivel de
votación más bajo de su historia10.
La coalición encabezada por PAN-PRD quedó a 18 millones de votos de
MORENA11
y
el último, al parecer, perdió felizmente su registro en 10 estados
12.
Se trata de una reacción comprensible después de la calamidad del
gobierno de Enrique Peña Nieto y los más de treinta años de
neoliberalismo que hemos sufrido. Como se ha dicho antes, el triunfo
de AMLO se explica fundamentalmente por la desesperación de la
población. No obstante, en la euforia de la victoria de Pirro, aquel
general de la antigüedad que ganaba batallas a costa de la masacre
de su propio ejército, el pensamiento se sacrificó en la primera
línea.
Es
por eso que es importante, justo ahora, en medio del entusiasmo
efervescente del triunfo, cuestionar qué tipo de izquierda es la que
representa AMLO. Ésa que arrasó en las urnas no por sus virtudes,
sino por sus habilidades maquiavélicas. ¿Debemos pasar por alto que
esta izquierda propone congraciarse con los capitales más poderosos
de este país? ¿Acaso debemos olvidar que es justo esta izquierda la
que ha incluido en sus filas a decenas de políticos corruptos que no
encontraron espacio para sus ambiciones en los partidos de los que
provienen? ¿Podemos estar seguros que no van a reproducir esa
corrupción y ambición que han ejercido en otros lados? ¿En serio,
AMLO los purificará con su mero ejemplo? ¿Debemos hacernos de la
vista gorda con una izquierda que impulsa el desarrollo
con iniciativas extractivistas como la minería canadiense, la
intensificación de la explotación petrolera, o la explotación
eólica del Istmo de Tehuantepec? ¿Debemos olvidar que es justo esta
izquierda la que piensa que no es necesario subir impuestos, ni
siquiera a los más ricos de México, para luchar contra la
desigualdad? ¿No es eso seguir protegiendo los intereses de los que
más tienen en uno de los países más desiguales del mundo? ¿Debemos
olvidar que es justo esta izquierda la que ha planteado una
estrategia de seguridad, con una Guardia Nacional, que implica
mantener la militarización de amplias regiones del país? ¿No debió
AMLO detallar un plan para desmilitarizar México, descriminalizar
las drogas, y perseguir el dinero sucio en bancos, empresas y
partidos políticos?
En
concreto, ¿no deberíamos preguntarnos, después de décadas de
lucha, si esta izquierda es aún izquierda? Sobre todo, cuando
durante la campaña, la hoy designada encargada de asuntos políticos
internos Tatiana Clouthier y Alfonso Romo, futuro coordinador del
gabinete, han insistido
explícitamente en que el
proyecto de AMLO es un proyecto de “centro” aliado sin reservas
de la inversión capitalista. Las declaraciones de Romo, coordinador
del Proyecto de Nación impulsado por AMLO no dejan lugar a dudas:
“Tenemos
que dar toda la certeza. Se necesita mucha inversión. Tenemos que
darle todos los elementos para que los empresarios mexicanos se
queden y los extranjeros vengan a México”13
El
centro (el centro radical
ironizaría Zizek14)
en todo el mundo ha significado capitalismo explotador sin ambages y
no hay un sólo ejemplo que exponga lo contrario.
Asimismo,
es absolutamente necesario denunciar la complicidad de la estructura
cupular que apoya a AMLO con la misma mafia del poder que el próximo
presidente lleva años denunciando. Una estructura que está
conformada por cuadros que han pertenecido a la clase responsable de
la actual crisis. En su crítica citada a Macron, miembro de la clase
neoliberal que produjo la crisis en Europa, Zizek lo plantea:
¿Se
puede curar la enfermedad con lo mismo que la causa?
En
México podemos preguntar:
¿Se
puede remediar la desigualdad y la explotación con gente que ha sido
miembro de la misma clase político-capitalista que ha causado la
crisis que vivimos: Esteban Moctezuma, Germán Martínez Cazares,
Gabriela Cuevas, Miguel Barbosa, Manuel Mondragón y Kalb, Ricardo
Salinas Pliego, Alfonso Romo o la misma Tatiana Clouthier, entre
cientos más?
Para
cualquiera que quiera revisar la historia reciente de la infamia
política en México, el clamor de justicia social por parte de la
cúpula política de AMLO es un gesto que sabe más a hipocresía que
a “honestidad valiente” o al futuro en que “Juntos haremos
historia”.
Lee la segunda parte: AMLO,Zizek y el pensamiento como resistencia II
1.Ramírez
Trejo, L. Elecciones
en México: carambola en el infierno.
Homo vespa 15/07/2018. Revisado 11/07/2018.
2 En
este punto, me adhiero a lo que se conoce en la literatura
especializada como “política de lo imposible” que considera a
la política
como una rompimiento colectivo que cambia radicalmente las
relaciones de una sociedad. No tiene lugar en la democracia
electoral o representativa.
3 En
el sentido en que lo usa Jacques Rancière, “policiaco” se
refiere a las jerarquías establecidas de desigualdad en la sociedad
. Para Rancière, como para otros neomarxistas, la política sólo
se puede entender en el marco del conflicto que desestabiliza esas
jerarquías. Esa desestabilización es lo que con frecuencia
llamamos “la lucha por la justicia”. El principal texto en que
se analiza esta forma de entender la política es :Rancière, J. El
desacuerdo. Política y filosofía.
Buenos Aires. Nueva Visión. 1996.
7 Montoya.
J.R. Descarta
López Obrador que candidata del EZLN divida el voto de la
oposición.
LaJornada. 16/10/2016. . Consultado el 11/07/2018.9.
8 Ramírez
Trejo, L . CNI
y EZLN: apuntes para esclarecer la claridad
.
Homo vespa. 20/10/2016. Consultado el 11/07/2018.
9 Rueda,
Rivelino.El
decálogo de López Obrador para enfrentar amenazas de Trump.
El
Financiero 20/01/2017. Consultado el 11/07/2018.
10 Melgar,
I.
Derrotas
2018 (La debacle del PRI y sus hazañas).
Excelsior.
05/07/2018. Consultado el
11/07/2018.
12 Se
eclipsa el PRD; pierde registro en 10 entidades (+infografía).
24 Horas. 10/07/2018. Consultado
el 11/07/2018.
13 México tendrá que ser un paraíso para la inversión privada”:
Alfonso Romo, próximo coordinador dela
presidencia de la República de AMLO
Desinformémonos.
04/07/2018.
Consultado el 11/07/2018.
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