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lunes, 23 de julio de 2018

AMLO, Zizek y el pensamiento como resistencia I


AMLO, Zizek y el pensamiento como resistencia I

Por Luis Ramirez Trejo (Homo vespa)


México: la no democracia

En un texto previo1 a las elecciones, señalé que el escritor Jorge Volpi acertaba al describir las propuestas políticas de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), José Antonio Meade Kuribreña y Ricardo Anaya Cortés como propuestas conservadoras. Sugerí ahí que dicho conservadurismo era mucho más profundo que el que reflejaba una posición más bien reticente y mezquina por parte de los candidatos con respecto a tópicos como el aborto, el matrimonio igualitario, o la legalización de la mariguana. Los tres candidatos fueron conservadores en el sentido de que sus propuestas siempre implicaron preservar la explotación económica y la exclusión política de la mayor parte de la población.

No es, por supuesto, peccata minuta; pero tampoco es una dolencia infrecuente. La mayor parte de los partidos en las democracias de occidente conciben la explotación como un resultado, quizá doloroso pero inevitable, del desarrollo capitalista que impera en el actual mundo del libre mercado. El neoliberalismo es el líder en estas corrientes de pensamiento que en los países pobres como el nuestro sólo se traducen en desigualdad y explotación. Muchos pensadores han apuntado que la democracia electoral es la contraparte política de esa obsesión por la economía que siempre da prioridad a las demandas del mercado. La economía se vuelve el juego cuyas reglas inviolables nadie se atreve a perturbar; el fondo que ningún partido político cuestiona más allá del discurso panfletario; el tótem ante el cual se sacrifica cualquier política verdadera2 en que una comunidad se organiza para desafiar alguna injusticia: una marcha de maestros, una huelga sindical, un paro estudiantil, una comunidad indígena en rebelión, una organización vecinal de damnificados, un país luchando contra una invasión extranjera.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek es uno de los más férreos críticos del capitalismo y la democracia electoral. Para él, este tipo de democracia ―con sus partidos políticos, sus procedimientos, sus votaciones y sus árbitros― es una de las negaciones de la política y la democracia en sí mismas. Más bien se trata de lo que Zizek, siguiendo al brillante filósofo francés Jacques Rancière, denomina la para-política:

el intento de despolitizar la política (llevándola a la lógica policiaca3): se acepta el conflicto político
pero se reformula como una competición entre partidos y/o actores autorizados que, dentro del espacio de la representatividad, aspiran a ocupar (temporalmente) el poder ejecutivo4.

Después de la revolución mexicana del siglo pasado y, quizá, el periodo cardenista de medio siglo, México como país no ha sido democrático, ni antes ni después de las elecciones de 2018. Actualmente, es un régimen de cuerpo maloliente gobernado no sólo por la para-política; sino afectado de otra negación de la política que Zizek llama la ultrapolítica:

el intento de despolitizar el conflicto extremándolo mediante la militarización directa de la política, es decir, reformulando la política como una guerra entre "nosotros" y "ellos"”5

Desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico, México vive la militarización directa de los conflictos sociales en una estrategia de seguridad que ha cobrado la vida de alrededor de 250 mil mexicanos y que, de manera muy simplista, se suele describir en términos del crimen organizado vs el Estado.

En todo caso, lo que aquí se quiere enfatizar es que lo que ha sucedido en los meses de campañas electorales y las elecciones de julio de 2018 forma parte de algo que no es política ni es democracia: no es la lucha de una comunidad por la justicia. Los procesos electorales en México son poco más que mecanismos publicitarios de para-política en un capitalismo mafioso y criminal compuesto de intereses de partidos políticos, poderosas empresas capitalistas y crimen organizado —todo mezclado hasta lo indistinguible— que compiten para explotar la vida de personas, pueblos y ecosistemas.

El chantaje

Ante la desolación que sufre el país desde hace décadas, la mayoría de la población en México optó por darle una oportunidad a Andrés Manuel López Obrador. Para buena parte de los que han luchado por un gobierno de izquierda, las elecciones de 2018 fueron una oportunidad que no se podía desaprovechar. Un sector creciente de la población alertaba, desde la candidatura de AMLO en 2006, sobre la necesidad apremiante de un cambio. En las elecciones de 2018, se apuró a todo mundo a tomar postura; en especial ante la posibilidad de un nuevo fraude del PRIAN similar a los de 2006 y 2012. El mensaje en las tres elecciones (2006, 2012 y 2018) fue claro: ante la amenaza de otro gobierno del PRIAN, todos debíamos apoyar a AMLO para que estableciera las bases de una transformación necesaria. Finalmente, el primero de julio de 2018, la desesperación del país, el tesón del morenista, y la torpeza de sus contendientes, le dieron la victoria a AMLO con un margen tan amplio que cualquier intento de fraude resultó inútil.

Hay, sin embargo, en esta victoria señales alarmantes. Buena parte del amloísmo desplegó, desde hace más de una década, una campaña propensa a la indiferencia, la ofensa o el franco linchamiento hacia cualquier crítica, por empática que ésta fuera. Esa actitud se consolidó paulatinamente en forma de un chantaje: si alguien no declaraba su simpatía o votaba por AMLO, entonces inmediatamente se convertía en un cómplice del PRIAN, una comparsa del sistema, un parásito en medio de la corrupción que carcome a México. En el mejor de los casos, se terminaba siendo un ingenuo o un tonto útil cuando no un villano infiltrado de la “mafia del poder”. La difamación abundó y en justicia se le puede reprochar a López Obrador que no hizo ni ha hecho nada para detenerla. Miles de activistas, movimientos sociales, intelectuales, académicos, líderes sindicales, artistas y demás ciudadanos interesados en otras formas de hacer política sufrieron, por años, este acoso en distintos momentos: desde los zapatistas hasta Carmen Aristegui; desde Javier Sicilia hasta los padres de los 43 de Ayotzinapa; desde las comunidades purépechas como Cherán hasta la aspirante a candidata por parte del Consejo Indígena de Gobierno (CIG), María de Jesús Patricio Martínez alias Marichuy.

Como nos cuenta Zizek, algo similar sucedió con motivo de la segunda vuelta de la elección francesa de 2017 entre Mariene Le Pen y Emmanuelle Macron6. La mayor parte de la izquierda llamó a favorecer el neoliberalismo de Macron contra el neofacismo de Le Pen. Los alarmados izquierdistas gritaban a voz en cuello: ¿en serio hay alguna forma de no votar contra la barbarie anti-inmigrante filofascista de Le Pen? Su paralelo mexicano es obvio: ¿en serio hay alguna forma de no votar contra la corrupción asesina del PRIAN?

En México, el resultado del chantaje en las elecciones de julio de 2018 fue algo similar a la “cargada” priista (pero a nivel nacional) en favor de la opción que, aunque en muchos casos nunca convenció, se le consideró “la menos mala”, “el mejor enemigo”, “la única posibilidad”. Aunque incómodo y pendenciero, el chantaje sería irrelevante, si no delatara un síndrome mucho más peligroso. Zizek argumenta que el problema de estas reacciones es que ante la urgencia de la situación, el chantaje erradica, para todo propósito, el pensamiento. Ya nadie pregunta cuál es la naturaleza de la fuerza política que se erige como única alternativa ante algo que consideramos inaceptable como el neo-fascismo de Le Pen o la corrupción incesante del PRIAN. A partir de la instalación del chantaje, pocos se preguntan en serio si “lo menos malo” puede ser en algún sentido bueno o qué condiciones son necesarias para que lo sea. Los pocos que se atreven a indagar públicamente son callados en la batahola del griterío o la censura del insulto cibernético: deciden, en la mayor parte de los casos, mascullar sus dudas en la intimidad de grupúsculos condenados al ostracismo.

Con seguridad, el chantaje en México operó y sigue operando para excluir cualquier forma de resistencia política que no se sume al proyecto de AMLO. Eso, por ejemplo, fue uno de los factores para que no se consiguieran las firmas necesarias que Marichuy necesitaba para llegar como candidata a las elecciones de 2018. Sin duda, las condiciones que estableció el INE para recaudar firmas a través de celulares accesibles sólo para sectores privilegiados económicamente y la propia desorganización de las redes de apoyo del CIG explican, en buena parte, que no se hayan recaudado dichas firmas. Sin embargo, es innegable que la posición de AMLO y la dirigencia de MORENA hacia esa y otras expresiones políticas sólo puede calificarse de mezquina, excluyente y desdeñosa.

Desde el anuncio de dicha iniciativa política en octubre de 2016, López Obrador espetó que se trataba de una maniobra “para hacerle el juego al gobierno” con el fin de “que no haya una transformación y cambio de régimen”. “El pueblo nos está apoyando en Chiapas y en todo el país. La única esperanza es Morena, aunque no le guste a muchos”7

Como escribí en esas fechas:

Cualquiera que proponga una política distinta a MORENA es inmediatamente arrojado al desfiladero de los cómplices de la “mafia en el poder” por no apoyar la lucha correcta, es decir la que AMLO encabeza. Si la CNTE, los huicholes, los electricistas, la comunidad de Cherán, o los boy scouts se atreven a proponer alguna política o candidatura distinta a la de MORENA, serán inmediatamente acusados, con el CNI y el EZLN, de dividir el voto de izquierda y colaborar, por estupidez o perversión, con la tiranía8

Finalmente, el chantaje también evitó rechazar de tajo medidas que incomodarían a cualquier izquierdista: alianzas indeseables como la que se hizo con el conservador Partido Encuentro Social; concesiones vergonzosas como la promesa de no perseguir a funcionarios corruptos de gobiernos pasados; propuestas explícitas de explotación neoliberal como la promoción de la minería canadiense9; y un muy largo y doloroso etcétera.

Después de la victoria de AMLO, una marea de felicidad y optimismo inundó el país. El dato más relevante de los resultados electorales es que el PRI, partido en el gobierno, enfrenta una debacle con el nivel de votación más bajo de su historia10. La coalición encabezada por PAN-PRD quedó a 18 millones de votos de MORENA11 y el último, al parecer, perdió felizmente su registro en 10 estados 12. Se trata de una reacción comprensible después de la calamidad del gobierno de Enrique Peña Nieto y los más de treinta años de neoliberalismo que hemos sufrido. Como se ha dicho antes, el triunfo de AMLO se explica fundamentalmente por la desesperación de la población. No obstante, en la euforia de la victoria de Pirro, aquel general de la antigüedad que ganaba batallas a costa de la masacre de su propio ejército, el pensamiento se sacrificó en la primera línea.

Es por eso que es importante, justo ahora, en medio del entusiasmo efervescente del triunfo, cuestionar qué tipo de izquierda es la que representa AMLO. Ésa que arrasó en las urnas no por sus virtudes, sino por sus habilidades maquiavélicas. ¿Debemos pasar por alto que esta izquierda propone congraciarse con los capitales más poderosos de este país? ¿Acaso debemos olvidar que es justo esta izquierda la que ha incluido en sus filas a decenas de políticos corruptos que no encontraron espacio para sus ambiciones en los partidos de los que provienen? ¿Podemos estar seguros que no van a reproducir esa corrupción y ambición que han ejercido en otros lados? ¿En serio, AMLO los purificará con su mero ejemplo? ¿Debemos hacernos de la vista gorda con una izquierda que impulsa el desarrollo con iniciativas extractivistas como la minería canadiense, la intensificación de la explotación petrolera, o la explotación eólica del Istmo de Tehuantepec? ¿Debemos olvidar que es justo esta izquierda la que piensa que no es necesario subir impuestos, ni siquiera a los más ricos de México, para luchar contra la desigualdad? ¿No es eso seguir protegiendo los intereses de los que más tienen en uno de los países más desiguales del mundo? ¿Debemos olvidar que es justo esta izquierda la que ha planteado una estrategia de seguridad, con una Guardia Nacional, que implica mantener la militarización de amplias regiones del país? ¿No debió AMLO detallar un plan para desmilitarizar México, descriminalizar las drogas, y perseguir el dinero sucio en bancos, empresas y partidos políticos?

En concreto, ¿no deberíamos preguntarnos, después de décadas de lucha, si esta izquierda es aún izquierda? Sobre todo, cuando durante la campaña, la hoy designada encargada de asuntos políticos internos Tatiana Clouthier y Alfonso Romo, futuro coordinador del gabinete, han insistido explícitamente en que el proyecto de AMLO es un proyecto de “centro” aliado sin reservas de la inversión capitalista. Las declaraciones de Romo, coordinador del Proyecto de Nación impulsado por AMLO no dejan lugar a dudas:

Tenemos que dar toda la certeza. Se necesita mucha inversión. Tenemos que darle todos los elementos para que los empresarios mexicanos se queden y los extranjeros vengan a México”13

El centro (el centro radical ironizaría Zizek14) en todo el mundo ha significado capitalismo explotador sin ambages y no hay un sólo ejemplo que exponga lo contrario.

Asimismo, es absolutamente necesario denunciar la complicidad de la estructura cupular que apoya a AMLO con la misma mafia del poder que el próximo presidente lleva años denunciando. Una estructura que está conformada por cuadros que han pertenecido a la clase responsable de la actual crisis. En su crítica citada a Macron, miembro de la clase neoliberal que produjo la crisis en Europa, Zizek lo plantea:
¿Se puede curar la enfermedad con lo mismo que la causa?
En México podemos preguntar:
¿Se puede remediar la desigualdad y la explotación con gente que ha sido miembro de la misma clase político-capitalista que ha causado la crisis que vivimos: Esteban Moctezuma, Germán Martínez Cazares, Gabriela Cuevas, Miguel Barbosa, Manuel Mondragón y Kalb, Ricardo Salinas Pliego, Alfonso Romo o la misma Tatiana Clouthier, entre cientos más?

Para cualquiera que quiera revisar la historia reciente de la infamia política en México, el clamor de justicia social por parte de la cúpula política de AMLO es un gesto que sabe más a hipocresía que a “honestidad valiente” o al futuro en que “Juntos haremos historia”.




1.Ramírez Trejo, L. Elecciones en México: carambola en el infierno. Homo vespa 15/07/2018. Revisado 11/07/2018.

2 En este punto, me adhiero a lo que se conoce en la literatura especializada como “política de lo imposible” que considera a la política como una rompimiento colectivo que cambia radicalmente las relaciones de una sociedad. No tiene lugar en la democracia electoral o representativa.
3 En el sentido en que lo usa Jacques Rancière, “policiaco” se refiere a las jerarquías establecidas de desigualdad en la sociedad . Para Rancière, como para otros neomarxistas, la política sólo se puede entender en el marco del conflicto que desestabiliza esas jerarquías. Esa desestabilización es lo que con frecuencia llamamos “la lucha por la justicia”. El principal texto en que se analiza esta forma de entender la política es :Rancière, J. El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires. Nueva Visión. 1996.
4 Zizek, S. En defensa de la intolerancia. Madrid. Sequitur. 2008. p. 28.
5 Idem p.29
6 Zizek, S. El Chantaje liberal. Página12. 06/05/2017. Consultado el 11/07/2018.
7 Montoya. J.R. Descarta López Obrador que candidata del EZLN divida el voto de la oposición. LaJornada. 16/10/2016. . Consultado el 11/07/2018.9.
8 Ramírez Trejo, L . CNI y EZLN: apuntes para esclarecer la claridad . Homo vespa. 20/10/2016. Consultado el 11/07/2018.
9 Rueda, Rivelino.El decálogo de López Obrador para enfrentar amenazas de Trump. El Financiero 20/01/2017. Consultado el 11/07/2018.
10 Melgar, I. Derrotas 2018 (La debacle del PRI y sus hazañas). Excelsior. 05/07/2018. Consultado el 11/07/2018.
12 Se eclipsa el PRD; pierde registro en 10 entidades (+infografía). 24 Horas. 10/07/2018. Consultado el 11/07/2018.
14 Zizek,S. En defensa...op cit. p. 32.


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