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lunes, 26 de agosto de 2019

Leto: anti-reseña del rock en los ochenta


Leto: anti-reseña del rock en los ochenta


Por Luis RT Homo vespa.
 
Leto” (2018) de Kirill Serebrennikov es una película rusa que visitó las salas de nuestra Cineteca Nacional. Una película de rock que, en el Leningrado de los años ochenta, no podía ser otra cosa más que marginal y periférico: casi clandestino. El régimen autoritario de la URSS, a punto de destruirse en la Perestroika, aún se incomodaba ante cualquier exabrupto de guitarra eléctrica que no cupiera en la disciplina de su uniforme militar y burocrático.

Rock escondido y discriminado: justo como el que se vivió en México por los mismos tiempos. Como en la ex-URSS, en el México de los ochenta y de ahora, se acostumbra traicionar las revoluciones exigiendo mesura, buen comportamiento, y apego a la moralidad que defienden los gobiernos. Después del festival de Rock y Ruedas de Avándaro en 1971, la solemnidad y el autoritarismo del gobierno mexicano marginó por décadas el rock que nacía en la contracultura de los barrios, las marchas, los hoyos funkies, los movimientos de resistencia. Todo eso antes de que los prestidigitadores de la mercadotecnia crearan el éxito comercial de “Rock en tu idioma” que volvió celebridad millonaria a tanto idiota.

Leto habla de ese rock que habita la orilla de la circunferencia: vital aunque coleccione clichés; original aunque simule ser The Cure, Pink Floyd, The Police, The Talking Heads. Rock genuino aunque, con los años, en México se haya mezclado con el ska, con Celso Piña, con el ritmo cadencioso de la negra Tomasa.

Un rock que, pese a todo, rebosa de ímpetu al inundar las calles, justo como el triángulo amoroso de la historia que se cuenta en Leto entre Mike, Viktor y Natalia. Un amor enredado a la eslava: con sonrisas pícaras, infidelidades concedidas, traiciones afectuosas y consentidas. Un trío que, aunque doloroso, nunca pierde la amabilidad y el buen humor. Uno de aquellos amores impredecibles y confusos que se apropian de aceras, trolebuses y avenidas. Esos que merecen la vida y las películas.

Leto nos deja en el paladar el sabor de lo que el rock puede ser sin que por ello no lo haya sido ya muchas veces antes: una forma de hacer nuestras la ciudad, la autopista y las estrellas, como diría lleno de heroína el gurú de The Stooges.
Un rock que, en lo mejor de sus rebeliones, demanda y exige desbordar la realidad; precisamente porque nada fue hecho para nosotros es que podemos reclamar todo: las ventanas intactas de la ciudad, la altura impredecible de los árboles, la montaña con su cielo desgarrado, las estrellas recortadas en cristal, los granos de arena en el desierto, el orgasmo intempestivo del amante, el dolor turbulento del asfalto, las tres notas repetidas de Iggy Pop: lala-lala-lalalala.

Nadie previno nuestro boleto en la lista de pasajeros. Nuestra venganza es poseerlo todo.




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