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lunes, 28 de diciembre de 2015

Palestina, las cosas por su nombre

En estos días en que se profesa amor a espuertas no está de más revisar la situación actual de Belén en Palestina, el lugar en que nació Jesús y que es hoy parte de la herencia religiosa de cristianos, judíos y musulmanes. En este pequeño poblado, asediado por el Estado Israelí, se levantó en estos días el "Árbol de la resistencia". Un símbolo de la voluntad de esperanza y vida de cristianos y musulmanes para defenderse de la ocupación asesina del Estado de Israel. Excelente artículo de María Landi.

Nota tomada de Desinformémonos. Click aquí para el enlace original:
http://desinformemonos.org.mx/en-belen-otra-navidad-bajo-la-ocupacion/

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Palestina, las cosas por su nombre

María Landi

En Belén, otra Navidad bajo la ocupación

En esta época del año solemos evocar con nostalgia la magia que tenía en la infancia preparar el pesebre, o la ilusión con que los villancicos –y las ‘posadas’ en México– nos transportaban a la mítica Belén de “allá lejos y hace tiempo”.
Sin embargo, Belén es también el corazón de Palestina ocupada. En otras palabras, es parte de lo que la ONU definió como Territorios Palestinos Ocupados, ya que está al este de la frontera internacionalmente reconocida (pero que Israel desconoce).
Belén es una ciudad árabe palestina, con una historia cristiana (según la cual allí nació Jesús) y un presente donde las cruces de las iglesias conviven pacíficamente con los minaretes de las mezquitas, unidas en el dolor causado por la ocupación.
El Muro construido por Israel encierra completamente a Belén e impide su crecimiento natural. Las colonias israelíes que estrangulan la ciudad siguen robando más y más tierras y agua a las familias palestinas, a las que sólo les queda un 13% de su tierra. Más de 90.000 israelíes viven hoy en esas colonias.
Además, en Belén se asientan tres campos de refugiados/as, creados con miles de familias palestinas expulsadas de su tierra para fundar el Estado de Israel. Casi el 30% de la población de Belén es refugiada. Son unas 25.000 personas que viven en situación de hacinamiento, sobrepoblación escolar y malas condiciones sanitarias. Allí las tasas de desempleo y de pobreza son superiores al resto de la ciudad.
La población de Belén es de 30.000 habitantes, pero sumando las localidades contiguas de Beit Sahur y Beit Yala y los tres campos de refugiados es de casi 80.000. Considerando la alta tasa de natalidad palestina, no exageran quienes afirman que pronto la ciudad será llamada “el gueto de Belén”. Por eso algunos artesanos locales, expertos en el tallado de madera de olivo, hace años empezaron a agregar a las tradicionales figuras del pesebre un componente más: el Muro.
Belén históricamente estuvo unida a Jerusalén por lazos económicos, sociales, culturales y espirituales. Ambas son parte de la Tierra Santa para las tres religiones monoteístas. Sin embargo la ocupación israelí ha separado a ambas ciudades a través de distintos mecanismos. Aunque está sólo a 9 kilómetros, la gente de Belén no puede ir a Jerusalén sin un permiso especial, muy difícil de conseguir. Eso significó un perjuicio enorme para las familias repartidas entre ambas ciudades (ahora separadas por distintos documentos de identidad y permisos), para quienes trabajaban o estudiaban en Jerusalén, y sobre todo para la actividad turística, que era y aun es uno de sus principales ingresos.
Hoy la industria turística está casi monopolizada por operadores israelíes, que traen grupos de “peregrinos” de todo el mundo y les presentan su versión de Belén, ocultándoles la realidad del Muro, los checkpoints y las colonias en tierra robada, y jamás les ponen en contacto con la población palestina. Personas cristianas de todo el mundo visitan Belén en buses israelíes, con guías y mapas israelíes, creyendo incluso que están en Israel, y se van ignorando todo sobre el pasado y el presente de la ciudad, sin haber conocido siquiera la existencia de la comunidad cristiana palestina, que se reivindica como la más antigua del mundo y heredera directa de Jesús de Nazaret.
Es por eso que varias iniciativas locales están promoviendo un turismo responsable en Tierra Santa. Operadores turísticos y ONG palestinas trabajan para atraer visitantes con un programa que combina una visita informada a los tradicionales lugares de peregrinación con encuentros con la población local –incluidas las iglesias cristianas– para conocer de primera mano la realidad que se vive bajo la ocupación israelí. La propuesta suele incluir visitas a organizaciones locales, campos de refugiados y actividades de apoyo, como plantar o cosechar olivos.
Además, la población y autoridades de Belén hacen lo posible para recibir de la mejor manera, aun bajo circunstancias adversas, a las decenas de miles de visitantes que llegan de todo el mundo en estas fechas. Hay guirnaldas de luces en las principales avenidas, en las cúpulas de las iglesias y alrededor de la plaza central, donde reina un gran árbol de Navidad.
Aunque la ciudad trata a mantener la política fuera de las festividades religiosas, este año es imposible ignorar la ola de violencia que atraviesa Palestina. En el último trimestre, las fuerzas israelíes han asesinado a casi 140 jóvenes –la mayoría de ellos, ejecutados en la calle a sangre fría–, incluyendo unas 7 mujeres y 30 menores de edad; han detenido a unas 2.500 personas (incluyendo 400 niñas y niños) y han herido a unas 9.900. Muchas de las víctimas son de Belén, incluyendo dos jóvenes y un niño de dos campos de refugiados.
Por eso este año, líderes políticos, habitantes y activistas instalaron “el árbol de la Resistencia” frente a la histórica iglesia de la Natividad, en el corazón turístico de Belén. Se trata de un olivo centenario que fue arrancado de un terreno cercano por las fuerzas israelíes, y que la gente colocó en la plaza principal, frente al enorme árbol de Navidad. El olivo fue ‘decorado’ con cartuchos de gas lacrimógeno, fotos de jóvenes y niños recientemente asesinados o detenidos, hondas y kufiah, el pañuelo nacional palestino.
Alrededor del árbol, las activistas formaron una estrella con cartuchos de gas lacrimógeno y encendieron velas en los cilindros de metal, que fueron recogidos durante las protestas diarias que han tenido lugar en Belén en las últimas semanas.
En la ‘ceremonia de encendido’ de las luces, la alcaldesa de Belén, Vera Babun, dijo a la multitud: “Este árbol fue arrancado para construir el Muro de separación israelí. Este árbol es nuestro mensaje. Nosotros plantamos nuestras raíces porque estamos enraizados en esta tierra. Los olivos son los árboles de la vida. En este árbol vemos reflejados los ojos de nuestro pueblo, las esperanzas de nuestras mujeres y los sueños de nuestros hombres”.
Aunque los israelíes hablan el lenguaje de la muerte, nosotros hablamos un lenguaje de vida”, afirmó la alcaldesa.
Para las y los palestinos de Belén -cristianas y musulmanes- celebrar la Navidad recibiendo a visitantes de todo el mundo es algo más que una apuesta de sobrevivencia económica: es también una forma de resistencia por parte de un pueblo al que los poderes coloniales de ayer y de hoy han tratado de borrar de la faz de esa tierra desde hace casi un siglo, y que sin embargo conserva su dignidad, su fe y su capacidad de esperanza.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Sobre el nacimiento de Homo vespa

Incluso yo, cuando niño, era tierno. Al menos eso es lo que cuenta mi madre. Con un morbo por los documentales con insectos copulando y una decepción porque el Lobo nunca se comía a Caperucita, siempre preferí la ternura de Allan Poe. Después de los gatos amurallados y los orangutanes asesinos, las avispas endoparásitas fueron mis criaturas favoritas. No me sedujo la belleza de su talle ni su sofisticado sistema de comunicación ni siquiera su colorido remolino de agresividad. Mis afectos se fundaron más bien en una intimidad revolucionaria, en una afinidad subversiva. Las avispas endoparásitas tienen la bella costumbre de atacar la cursilería de las orugas, inmovilizarlas con su veneno y depositar en sus entrañas racimos de inocencia en forma de huevos. Las larvas crecen, se alimentan de la sangre transparente y consumen poco a poco a la simpática oruguita. 

No es difícil imaginarlo. En un súbito mareo, la oruga camina retorciéndose sin entender: como un eco de sus vísceras una multitud ardorosa le sopla la nuca. Inmóvil y desesperada, la oruga siente el latido, el escándalo, el clamor de decenas de larvas que como niños obesos emergen de su piel. La malograda aspirante a mariposa no sobrevive a los agujeritos por los que se le escapan linfa y aliento. Homo vespa hace referencia a esta dulce historia de la edad de oro. Homo se utiliza para denotar a la especie humana, vespa significa avispa en latín. Atacar al sistema desde dentro, dinamitar la poesía, la filosofía, la política, el amor. Me gusta la idea...





jueves, 10 de diciembre de 2015

El globo y el tornado



Poniendo la mano sobre el corazón,
quisiera decirte al compás de un son,
que tú eres mi vida,
que no quiero a nadie;
que respiro el aire, que respiro el aire,
que respiras tú.

Amor de mis amores, Agustín Lara.


En el centro de la sala una urna de alabastro se erige como un pequeño rascacielos neoclásico. Semejante a una caja de leche tamaño familiar, el contenedor con remates diamantinos da residencia eterna a las cenizas de mi abuela. Nunca la había visto tan cuadrada. Al pie de la urna se encuentra una foto en la que sostiene, con una pinta de cargador de la merced o chulo de esquina, un cigarro con la mano izquierda. Junto a la foto está una cajetilla de Delicados sin filtro. No sé porque le pusieron tantos cirios alrededor; ella nunca necesitó de iluminación externa para darle la bienvenida a los visitantes. No ha cambiado tanto. Borges diría que bastaba que alguien la mirara para que sonriera. Desde su retrato, con la mirada pícara, me ofrece un cigarro. Nos entendemos. Me adelanto al centro de la habitación, tomo el cigarro y lo enciendo. Los ojos de censura de más de una plañidera me aplastan con desaprobación.

Vengo de otro continente. No es metáfora. Viajé más de veinte horas para ver a los restos de mi abuela. Murió un sábado por la madrugada. Esto, por supuesto, se refiere a la madrugada en Europa. Aquí, debió morir la noche del viernes. En México las cosas siempre suceden antes, se anticipan. En vidami abuela también se anticipaba, en especial a cualquier réplica. Su muerte no fue la excepción. Decidió morir de una hemorragia intestinal masiva: su cuerpo se tragó cinco bolsas de sangre antes del paro cardíaco. Sin previo aviso, sin votación de por medio, en menos de tres horas, radical y definitiva, expiró sin dar oportunidad a nadie de reclamar.

Debió haber sido difícil disponer de su cadáver. La recuerdo perfectamente cuando rechazaba el entierro: abominaba la idea de honrar a los gusanos. Por otro lado, la cremación ofendía su pudor de católica de boda y vestido para estrenar. Además, con la lógica que la caracterizaba, pensaba que acostada sobre la plancha de metal que la conduciría al horno, el frío intenso podría aún hacerle daño: “los cambios bruscos de temperatura dan pulmonía”, sentenciaba. Metidos en el ajo de la disputa y ante mi evidente frustración, su respuesta era proverbial: “Cuando muera quiero que me pongan en un tambo grande para que no me asomen los pies y me arrojen a un barranco”. Maldijo al gobierno cuando le dije que en México arrojar cadáveres a los barrancos era frecuente pero ilegal.

Por fortuna no pudo reclamar cuando decidieron incinerarla. La velaron en casa de una de mis tías. Dicen que llevaba un vestido lila, de esos que ella tardaba meses en buscar y modificar para alguna de sus incontables fiestas. Sus labios de rojo marrón, su perfume floral, su peinado con “Wildroot”, los aretes discretos: la imagino dispuesta a seducir en un asedio de carcajadas a algún nuevo pretendiente. ¿Parece broma? ―No lo es. Ser la hija bastarda de un bohemio introductor ganadero y una mulata cubana siempre tuvo su encanto. En los últimos tiempos, sus pretendientes incluyeron al suegro de una de mis primas y a un misterioso merenguero que nos obsequió dos cajones de gaznates en el último fin de año que la tuvimos con nosotros.

Mi abuela era una anciana que disfrutaba de vivir entre la cita poética y el albur de esquina. Su memoria impecable de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz y la poesía cursi de Antonio Plaza se combinaban con la agilidad mental del son cubano y la elegancia de dandi que nunca la abandonó. Más de uno calló rendido; caer rendida era para ella un inaplazable deber de amor.

Criada en el barrio ostentoso de las Lomas de Chapultepec, mi abuela sufrió el desdén y el racismo de la madre obligada a criar una hija ilegítima producto de los coqueteos del “Señor” y una sirvienta cubana de caderas demasiado amuebladas cuyo destino todos quisieron ignorar. Medio robada de carnes, aplanada de narices, rebotada de mejillas, oscurecida como lodo de Oaxaca y para colmo “olorosa como negro”, mi abuela fue una niña fea que aprendió a compensar la impiedad de la naturaleza con simpatía y atrevimiento. Fue amiga íntima de “la Mayuya Zuno”, hija del alguna vez gobernador y cacique jalisciense José Guadalupe Zuno y que, con el tiempo, se convertiría en el suegro del presidente Luis Echeverría. Desde su infancia, mi abuela gozó de los privilegios que dan la mafia política, la holgura económica y el exotismo.

Aunque en la juventud sus amigas y mi abuela se hicieron celebres por su afición a la pomposidad de los vestidos de noche, su fama se fundó inicialmente en el escándalo. Mi abuela contaba que en las tardes de calor inclemente organizaba grupos de adolescentes desocupadas para recorrer en bicicleta las calles de las Lomas enfundadas en sendos trajes de baño. No fue ni la primera ni la peor ocasión en que mi abuela avergonzó a sus padres. Estudió en varios colegios privados, casi todos religiosos; en ellos convirtió las expulsiones escolares en una forma de realización académica. El amor culposo de su padre sobornó más de una vez a los concejos de religiosas para que admitieran a mi abuela después de que “la nena” saltaba la barda del colegio masculino para atolondrar mozalbetes y desesperar padrecitos. Ella juraba, con un ejemplar del “Tesoro del declamador” en la mano, que los ojos de un joven seminarista la tentaban. Pese a su heterodoxo sentido de la academia, mi abuela logró recibirse como maestra en Español y Literatura en un tiempo en que las mujeres ricas se educaban con el mismo espíritu ornamental con que se arreglaban el peinado.

Puede ser que lo de las tentaciones del seminarista no fuera del todo falso. La verdad es que mi abuela siempre tuvo la saludable manía de entender la vida a partir de las tentaciones. Francisco, su primer esposo, improvisando la estrategia, supo tentarla con promesas: le prometió, como siempre se promete en el amor, la permanencia a raja tabla. Después de la boda, se mudó a la calle de Prado Norte, también en las Lomas de Chapultepec. Su esposo viajaba por trabajo con frecuencia al norte del país. Ella se dedicaba a coleccionar copas, a charlar, a jugar cartas, a organizar bacanales para los compromisos de su marido. La felicidad parecía venir en tesitura de cristal cortado y plática de porcelana. Llenaba las ausencias del marido con la lectura. Amaba los poemas cursis con caudalosos despliegues melodramáticos. Engendró, en ese tiempo, tres hijos y dos hijas; perdió dos. A la niña fallecida, solía recitarle:

El Globo
Ocultar queriendo en vano
el dolor que la devora,
marcha una bella señora
con un niño de la mano;
y muestra en el triste luto
de su severo vestido,
que algún otro ser querido
pagó a la muerte tributo.

Grave va el niño y tranquilo,
mientras a otros ve jugando,
un azul globo llevando
pendiente de sutil hilo.

Mamá―de pronto exclamó.―
¿Por qué lloras sin consuelo?
¿No dices que está en el cielo
la niña que se murió?

¡Ah!, sí, el Señor compasivo
la llevó pronto a su lado.
El niño quedó callado,
pero siguió pensativo,
y tras un momento breve
cortó el hilo sin dudar
y al globo dejó volar
a impulsos del viento leve.

¿Qué has hecho?
Y el muchacho
a decir se precipita:
¡Mandárselo a mi hermanita
para que juegue en el Cielo!

Después de algunos años, los viajes de Francisco empezaron a durar semanas; su nueva socia y comadre lo acompañaba en los negocios. En uno de sus viajes, la ausencia de Francisco se dilató más de lo común. Los meses no trajeron de vuelta al marido; tampoco a la comadre. Francisco, al parecer también adicto a las tentaciones, decidió que la permanencia es una promesa muy larga. Una tarde, mi abuela recibió una orden de desalojo: la casa y sus propiedades habían sido vendidas. Fue quizá una de las pocas lanzadas en la historia de las Lomas. Vivió entre muladares de elegancia en las calles de una de las colonias más aristocráticas de la ciudad. Socorrida por sus amigas, transitó por varias casas del vecindario hasta que terminó viviendo con sus cinco hijos en Tacubaya, en casa de una de sus sirvientas. Raquel recibió a la tribu con una solidaridad que sólo se entiende como pago de la benevolencia con que mi abuela siempre trató a su servidumbre. Raquel era también madre soltera; también mantenía cinco hijos. En el silencio, una recia opresión de desamparo les unía.

Mi abuela contaba que, en plena depresión, se acostó un día para dormir sin parar por semanas mientras sus hijos aprendían que la comida dependía de cuantos cubiertos podían vender y cuantos abrigos de piel podían empeñar en el Monte de Piedad. Vivieron durante años de las pequeñas ventas en la Lagunilla, en Donceles, en Bellas Artes. Los refrendos de las boletas de empeño alcanzaron proporciones de directorio telefónico. Cuando mi abuela decidió levantarse, lo hizo no para trabajar, sino para llamar a sus amigas de toda la vida y dedicarse a jugar póker, bailar, y recorrer las calles de la ciudad de México a bordo del Cadillac de una glamurosa pelirroja que forrada de terciopelo llegaba por ella casi todos los días de la semana. Raquel, su ex-sirvienta, le pidió a mi abuela que se fuera al cabo de algunos meses. Mi abuela era, de nuevo, un mal ejemplo.

Exiliada empezó a recorrer la ornitofauna de Tacubaya. Vivió con sus hijos en cuchitriles de esas calles con nombres como Halcón, Cóndor, Paloma, Canario, Faisán. Una mujer expulsada, desdeñada, repudiada y además inútil en extremo. Eventualmente, empezó a vivir del golpe monótono de la aguja de una máquina de coser que aprendió a manejar en talleres multitudinarios. Trabajaba jornadas extenuantes y gozaba del respeto laboral que en México sigue imperando. El segundo turno, lo pasó durante años como mesera en restaurantes que cambiaba con la misma vertiginosidad con la que llegaba a bailar a las posadas de diciembre. Sus hijas pequeñas no la reconocían; los muchachos, con suerte, la saludaban antes de salir a colectar basura en las casas ricas de las colonias Condesa y del Valle. El tabú familiar me ha impedido corroborar su actividad como prostituta educada. No lo dudo ni por un instante. La vida de cinco bocas y una sexta, que su esposo le manufacturó en una reconciliación fugaz pero productiva, dependían de su trabajo. La única poesía necesaria es a veces la que se come.

Los años pasaron. Sus hijos fundaron sus propios hogares. A los 58 años, edad en que el amor suele cobrar ese tono de bolero bien cocido, mi abuela consumó su último matrimonio con Genaro de 34. Él era, desde la infancia, uno de los mejores amigos de mi tío mayor. En el momento de la ceremonia, la pareja llevaba viviendo juntos cerca de 15 años. La boda fue un escándalo para pudorosos y bocas envidiosas que no escasean en ningún lado. Para mi abuela, el escándalo fue que Genaro la abandonara dos años después con todo el dinero que habían ahorrado. Esa noche decidió no llorar y servir la cena. El dolor era para ella, desde hace tiempo, otro comensal ávido en la mesa. Antes de Genaro, incluso antes de Francisco, sus difuntos como ella llamaba a los amores malogrados fueron variados en edad y talante. Para ella, el desamor siempre tuvo más caras que la memoria.

Mi abuela amaba el año nuevo. Preparó desde siempre con meticulosidad una mesa en que cada servicio contaba con muchos más aditamentos de los que sus pedestres nietos sabíamos usar. Por supuesto, ninguno de nosotros logró aprender el orden de tan barroca etiqueta. Entre los brindis y la cena, su voz recitaba sus propios poemas melosos como capuchinos con forma de cisne. Nunca nos importó el exceso de espuma y chocolate. Mi abuela sabía desdoblar a fuerza de doble sentido el ripio, la rima fácil, el lugar común, la telenovela de Blanca Estela Pavón y Pedro Infante. Escribía de la belleza que transitaba por las bisuterías de Correo Mayor y Tabaqueros, las fuentes de Chapultepec, las uvas de la verdulería, la risa de sus bisnietos, los epitafios de sus difuntos, la cicatriz en la mejilla del flaco de oro.

Ella no necesitó a Rainer María Rilke o a Fernando Pessoa para justificar los misterios de las flores, las estrellas o los oscuros pozos de la miseria. Mi abuela siempre se conformó con su poesía de quinceañera cursi, sus amores de defunción premeditada, sus borracheras con ron y dominó, su calendario atestado de fiestas inventadas, sus carcajadas de helicóptero desbocado, su mirada blanca de ciego bailando danzón.

Los arrebatos de mi abuela eran de los que se tiñen con algodones de azúcar, esas nubes plastificadas con que tanto se demoraba en la Alameda. Su luz, aunque inmarcesible, era de las que se diluyen en las lentejuelas de los aparadores; de las que se embelesan con galanterías de chaqué y flor en el ojal. Su vértigo era de los que, aún en el punto de ese otro lugar común que es la muerte, se regodean de ímpetu. Dicen que mientras la llevaban al crematorio la arcada con la que parió seis hijos se agitó con el contoneo de Agustín Lara. Seguro que bailaba.

No necesitan contármelo. Porque no sé que no digo la verdad, puedo recordarlo. El séquito llega al crematorio. Los hombres cargan a mi abuela. La tierra parece un armario de huesos. La larga chimenea se ve desde la entrada del edificio. Las horas pasan. La lengua de humo se asoma, repentina y densa. Mi sobrino de tres años la mira: ¡un tornado dice! Y todos sabemos que mi abuela podía decir adiós sólo así, como un tornado...










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martes, 3 de noviembre de 2015

México: el performance

México: el performance

Los escritores cuya vulgaridad les lleva a creer que menospreciar una fiesta nacional les da un toque de sofisticación deberían ser deportados. Lejos. A Bélgica, por ejemplo. Nuestra patria en estas fechas está de manteles largos; no hay pesimismo que valga ni mexicano que lo aguante. México es grande, lo dice nuestro presidente cada 15 de septiembre: ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Viva la Independencia! ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!

Hace unos  años, Salmita Hayek explicaba: si los mexicanos nos decidimos a levantar la mirada, nuestro destino estará arriba; la duda no puede caber en nuestros pechos, tenemos los recursos, la imaginación y el espíritu para triunfar ante los obstáculos que enfrentamos. Un ejemplo de esa grandeza, imaginación y originalidad a la que se refiere Salmita es la nueva corriente artística de alcance internacional que crece desde hace unos años en nuestro país. Es natural: el alma del mexicano ha estado siempre plena de sensibilidad artística. 

 
Dicen los expertos que esta nueva corriente recrea el radicalismo del happening y el performance de los años sesenta; sus seguidores la llaman clandestinamente “bloody painting”. Algunas de las recientes exhibiciones incluyen cuerpos colgados de puentes viales, “agujereamiento” corporal gratuito y espontáneo en restaurantes, y su obra maestra hasta el momento: deconstrucción de cuerpo sin cabeza con pene entre los dientes. Esta última pieza se ha exhibido ya varias veces y de manera preferente en las afueras de los ayuntamientos. ¡Todo un espectáculo de innovación creativa!


El éxito del bloody painting ha sido tal, que su influencia rebasará, dicen los estudiosos, la de aquella mítica generación del muralismo mexicano. Es tanto el potencial de esta nueva generación de riveras, siqueiros y orozcos, que el gobierno ha incluido detalladas reseñas en los folletos de promoción turística distribuidos en las embajadas mexicanas en el extranjero; se espera, sin temor a equivocarse, que oleadas de visitantes se aglomeren en las calles de Ciudad Juárez, Monterrey o la Ciudad de México, para presenciar la evolución de un arte corporal-realista en su estado más puro de pureza sanguínea (o sanguinolenta, que para el caso aún no decidimos el adjetivo adecuado).
En especial, nuestros siempre entusiastas dirigentes, como el ínclito ex-presidente Felipe Calderón Hinojosa,  el ingenioso ex-presidente Enrique Peña Nieto y al actual monseñor Andrés Manuel López Obrador, han apoyado de manera permanente tan promisorio movimiento artístico. Los resultados de su prolija dedicación son de una contundencia incomparable: decenas, quizá centenas, de miles de muertos en algo más que una década. Estamos ante Uuna pieza artística única que los expertos aún no alcanzan a describir apropiadamente pero que, sin embargo, coinciden en reconocer en su incomparable diversidad. 
 
Nuestras fuerzas armadas, uno de los actores principales de esta efervescencia estética han hecho su propia aportación. La metodología es fascinante: 1. Espere usted alerta pero pacientemente al filo del retén. 2. Detenga los autos que su intuición le indique como útiles para la pieza. 3. Si el auto se detiene, el performance se aborta; no caeremos en trampas del arte convencional. 4. Si el auto prosigue, es su momento de alcanzar la inmortalidad. 5. Apunte bien y dispare: mate una familia. 6. Si le atina a los niños a la primera vale doble.
Las previsiones de los gobiernos para extender este democrático ejercicio no tienen límite. Si usted es uno de esos ardorosos entusiastas dispuestos a participar activamente, el formulario IMSS-5JUN2009 está a su disposición. Los requisitos son mínimos: usted sólo tiene que ser un político o pariente de un político o ex-político conocido como Genaro Borrego EstradaCarlos Medina Plascencia o Juan Molinar Horcasitas, subrogar una guardería del IMSS y del resto no se preocupe: el arte vendrá solo… Así pasó en Hermosillo. Es cierto que ahora con monseñor López Obrador está práctica artística está cayendo en desuso. Nuevas evoluciones del performance le darán a usted suficientes oportunidades para desplegar su talento artístico.Por la impunidad no se preocupe, Esa está garantizada en México como la mismísima gloria se le garantizó a Leonardo da Vinci y a Miguel Ángel gracias a su inobjetable genio artístico.
 
Nada de esto sería posible sin la libertad de expresión necesaria; pregúntenle a los cárteles del narcotráfico. Su conciencia cívica les ha llevado a ejercer el derecho a la manifestación en las calles. Son capaces de adueñarse de barrios e incluso ciudades enteras con comandos convenientemente armados. Han organizado inolvidables exposiciones en Tampico Madero, Durango, Acapulco o incluso Monterrey, Guadalajara o la fifí Colonia Condesa de la Ciudad de México. Es la realización de un ideal.

En este campo sólo tenemos un inconveniente. A los reporteros y periodistas les ha dado últimamente por desaparecer o morir —los muy irresponsables— en el ejercicio de su labor. Esperemos recapaciten, se porten bien como les aconseja López Obrador, y valoren la importancia de su trabajo: México los necesita.

Así pues, no hay duda: estamos ante un nuevo amanecer de la conciencia mexicana. Las autoridades reportaron saldo blanco en las pasadas fiestas nacionales: los artistas también descansan. ¡Viva México Cabrones!



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lunes, 12 de octubre de 2015


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viernes, 9 de octubre de 2015

Kapuściński y las tortugas de Ayotzinapa



Hace poco más de tres años, el 28 de septiembre del 2012, durante una entrevista en televisión, Cristina Pacheco deslizó, con una malicia inocente, una pregunta al decano del periodismo servil en México: Jacobo Zabludovsky.

Kapuściński dice que [el periodismo] no es un oficio para cínicos, ¿qué opinas?

Zabludovsky carraspea, duda, titubea, suelta una risa insegura. Al final evade la pregunta con el pretexto de darle voz a las llamadas telefónicas por parte de los televidentes. La incomodidad de la alusión se diluye entre risas. De manera esperable, el imperativo ético en el periodismo que demanda Kapuściński, probablemente el mejor periodista del siglo XX, se le atraganta al ex-emperador de las noticias en Televisa.

En sus últimos tiempos, expulsado de su trono de privilegios, Zabludovsky hizo un mea culpa y su arrepentimiento de fariseo fue saludado por no pocos de sus antiguos detractores. Oscuros debieron ser los días de la memoria para que la negra figura de Jacobo Zabludovsky se haya convertido, en muchos ámbitos, en la de un adalid de la dignidad del periodismo. Quizá tan cristiana amnesia por parte del pueblo mexicano no esté del todo injustificada. A la luz de la rigurosidad y el compromiso periodístico de Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Carlos Marín, Ricardo Alemán o Javier Alatorre —sólo por nombrar algunos— el arrepentimiento de Zabludovsky se antoja menos miserable. Después de todo, el corazón magnánimo de México sabe bien que en el país de los ciegos el tuerto tiene derecho a tropezarse unas cuantas décadas. 
 

En todo caso, el México de hoy, un país en el que las masacres y los abusos sin igual forman parte de la tradición, atraviesa por uno de los periodos más oscuros de su historia. En consonancia, el periodismo de los medios más difundidos parece un síntoma más del cáncer putrefacto de remedio no descubierto que corroe el cuerpo del país.

Y es aquí, que en el páramo de Mordor, en el horizonte calcinado de Comala, en el vientre estéril de esta fosa supurante, el colectivo Marchando con letras (y yo agregaría con imágenes para honrar el trabajo de los fotoperiodistas) conformado por 43 periodistas, 20 fotoperiodistas y 3 editores decide dar a luz la edición del libro Ayotzinapa. La travesía de las tortugas. Es un trabajo singular: durante la preparación, el colectivo no recibió apoyo por parte de empresa alguna, los autores sufragaron los gastos de sus propias investigaciones y, como cualquier colectivo, enfrentaron los avances, retrocesos y contradicciones de la organización política. La revista Proceso patrocinó finalmente la impresión, promoción y distribución del volumen. El colectivo Marchando con letras acordó que la totalidad del 10% de las ganancias que le corresponden por concepto de regalías serían destinadas a ayudar a los padres de los normalistas, dolientes desgarrados de esta tragedia.


En todo caso, el resultado no se trata sólo de un libro que recopila las historias de 43 jóvenes desaparecidos, tres asesinados y uno en estado de coma, todos ellos estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Este esfuerzo deja entrever, ante todo, la pujanza, la potencia, las dificultades y limitaciones que conlleva engendrar los milagros imposibles de la Política y el periodismo comprometido. Política con mayúscula. Nunca está de más reiterar que, alejada de las perversiones de los partidos políticos y las instituciones, la Política siempre ha sido esencialmente un campo de creación colectiva y emancipación. El periodismo comprometido, como antítesis del cinismo que censuraba Kapuściński, es una de las muchas formas en que esa Política se despliega.

No es poca cosa. El periodismo en México casi siempre está relacionado con la desvergonzada defensa de intereses nunca declarados del que paga, con su publicidad, el micrófono; de los que dan el permiso para conectar el micrófono; del dueño último del micrófono; de los que conceden no asesinar cuando se enciende el micrófono. Como vemos, los periodistas están sitiados por la hegemonía del micrófono. La referencia a Kapuściński, en este contexto, suena por lo menos ingenua. En un medio tan árido y manipulado, donde además campean la competencia y la egolatría, el cinismo no sólo parece ser útil, sino que se erige como la más plausible estrategia de adaptación profesional. Los más se adaptan con presteza y difunden la opinión del que les llena mejor los bolsillos o les asegura alguna tribuna o coto de poder. Son los periodistas cínicos: esos contraejemplos de la tesis del periodista polaco.

Sin embargo Kapuściński tenía razón, “[el periodismo] no es un oficio para cínicos”1. En contra de las lecturas superficiales, Kapuściński precisa: “ El verdadero periodismo...”. Es decir, esta afirmación aplica al periodismo que apunta a la verdad, esa categoría tan vilipendiada y mal entendida a últimas fechas. A diferencia de lo que popularmente se cree, la verdad —a la que se refiere Kapuściński y cualquier otra— no se fundamenta en la descripción exacta y objetiva del mundo en el que vivimos. Desde Immanuel Kant en el siglo XVIII, sabemos que esa verdad fundada en una objetividad desnuda y transparente es una ilusión: acaso un lindo ideal que guía nuestro conocimiento del mundo. Por otro lado, la verdad tampoco está relacionada con esa actitud que muchos periodistas defienden bajo el discurso de la neutralidad: una supuesta asepsia moral que teóricamente descansa en los datos y que asegura la imparcialidad ante una realidad enmarañada y llena de antagonismos.

En esta confusión, objetividad y neutralidad así entendidas son, en el mejor de los casos, los nombres con los que se quiere evocar el rigor que acompaña un trabajo hecho con pulcritud y minuciosidad. Con mayor frecuencia, ambos conceptos se erigen como dogmas de una modernidad acrítica y mal entendida; nostalgias anquilosadas que ni las ciencias más exactas pueden defender sin trastabillar. En el fondo, en las situaciones concretas, consciente o inconscientemente, todos tomamos partido y desde nuestra subjetividad absoluta proponemos la verdad en nuestros fines, en nuestros conocimientos, en nuestras narraciones, en nuestras decisiones.

Para Kapuściński esto está claro desde el principio: “El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio.” (énfasis agregado). En Kapuściński, el cambio tiene el objetivo explicito de darle voz a los pobres y oprimidos del mundo. Lejos de la impostura de la neutralidad, en esa acción intencional habitan el arrebato de una pasión subjetiva, la toma de una posición inevitable, el despliegue de una verdad en permanente recreación. En palabras determinantes de Kapuściński, el periodismo es inviable para “el que cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta «provisional y personal»”. Empero, este carácter provisional no embarga pobreza o impotencia alguna; justamente porque no es posible describir definitivamente y a exhaustividad el mundo, tenemos la responsabilidad de contribuir y proponer, con la veracidad de nuestros relatos, un espacio de lucha por la justicia y la libertad. Es esa responsabilidad el único antídoto posible contra el cinismo.

Desde el despotismo de Murillo Karam y las oficinas gubernamentales se construyó la verdad histórica: una colección de mentiras concebida como una lápida destinada a clausurar la indagación, a imponer la ignominia, a cercenar no sólo la historia, sino las historias. En este contexto, esfuerzos como el de Marchando con Letras cobran toda su relevancia. Con la férrea convicción de que la historia se construye en la multiplicidad y desde abajo hacia arriba, la memoria condensa los detalles, asienta las singularidades, los nudos personales que los discursos oficiales, académicos, o mediáticos, con tanta frecuencia desdeñan. Los relatos de los sueños, las frustraciones, las inconsistencias y valentías de las personas concretas constituyen, en sí mismos, una rebelión en contra de la opresión monolítica de la verdad oficial. Los relatos terminan por embargar una potencia quizá no prevista: proponen desde su seno abundante la riqueza múltiple de Abel, Saúl, Marco Antonio, Israel, Giovanni y el resto de los estudiantes: el bailarín, el campesino, el futbolista; el tribi, el pilas, el copi; el que soñó con ser médico, policía, jinete; el que amaba la música de banda, el breakdance o las cumbias. La operación rinde frutos a espuertas: se desnuda con nueva profundidad la crueldad y el crimen de lo acontecido a manos de agentes del Estado la noche fatídica del 26 de septiembre del 2014.

Jhon Berger, un colega afín en toda dimensión, sentencia en una plática con Kapuściński: “Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación sino el olvido.” Es en este sentido que Ayotzinapa. La travesía de las tortugas es un esfuerzo colectivo que a través del relato elige la verdad que reside en resistir al olvido, preservar la rabia, reinventar el silencio, el grito, la lucha.

¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!


Luis Ramírez Trejo
1 Las citas de este texto se pueden consultar en el compendio de tres entrevistas realizadas a Ryszard Kapuściński en el libro: Kapuściński, Ryszard, Los cínicos no sirven para este oficio :  sobre el buen periodismo. México, D.F. :   Editorial Anagrama,  2013.

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domingo, 30 de agosto de 2015

Desencuentro

 Dormir contigo es estar solo dos veces,
 es la soledad al cuadrado...
Fito Paez.

Luna desplomada en la noche agria. Al fondo de la habitación, la ventana entreabierta murmura el fresco verdor de los árboles de la acera. El viento y su soplido me atraviesan como si un canto de ave nocturna clandestinamente reclamara mis senos. Junto al espejo, en la esquina, nuestra foto de recién casados. Tus ojos de criatura embelesada comiéndome las mejillas. La milenaria cascada que se nos escapaba a borbotones. Yo, inclinada: porque no lograba mantenerme erguida cuando estabas cerca de mí. Sin sentirlo, sin poder impedirlo, mi cuerpo dibujaba una órbita, una rotación descendente hacia tu centro, hacia el inevitable colapso de nuestros cuerpos densos en la insólita gravedad del universo. 

Mi mirada se desvía y me encuentro de nuevo en el espejo: el mismo cuarto, la misma cama, casi la misma luna, mejores muebles, alfombra marrón, y en la esquina el espejo, la foto. Foto sádica. Foto burlona. 

Llegas con tu espalda colmada de nuestra historia.


¿Cómo estás amor?

―Bien..., llamó tu madre, que le hables para lo de la fiesta de tu hermana.

¿Estás enojada?

No, estoy cansada.

Me dirijo a la cocina, enciendo la estufa, preparo la cena. Hirviendo la leche, burbujas en la leche, burbujas grandes y redondas que se me cuelan en las venas. Panecillos con mermelada. Tu taza con tu nombre gris,  tu nombre gris en mi pecho gris, en mis manos grises, en mi voz gris, en tu beso gris. Gris en mi mar gris...

Escucho tu risa fácil de programa estúpido en la televisión. Tu risa desbocada de siempre; pretexto de siempre: “¡sólo descanso mi amor!” No es que seas estúpido, sólo descansas...
“Los hombres cuando descansan son estúpidos”, dice mi madre.

Te sirvo. La leche se derrama como protestando por mi mueca de desamor. No lo notas, tu risa se mantiene atrapada en la televisión. Yo me voy, me pierdo en mi trayectoria sin sentido hacia la cama. Me recuesto y te observo por la puerta entreabierta. No cabe duda: tus ojos malva rematados en dos mariposas nocturnas aún poseen ese raro encanto de revolotearme detrás de las rodillas.

Fin de programa estúpido. Tu dedo apaga el televisor.  Te acercas. Lento como bisonte hermoso reconociendo su pradera. Despliegas tu cuerpo frente al espejo. Te sientas. Me acaricias distraídamente el muslo. Te miro el cuello mientras apagas la luz con tu mano derecha.  Acepto tus manos de alfarero consumado. Permito proximidades reconocidas: milímetros que claman su ansiedad. Con la mente reviso tu piel: recuerdo la aurora, el vislumbre instantáneo, el sudor de redención, la fragilidad de eclipse sobre nuestros madrugada. Recuerdos bajo mi vientre que se ahogan en el mar de su propia memoria.

Mientras jadeas, en el fondo de la obscuridad yo busco. Busco las disneas de mis dedos a tu contacto de humedad,  busco los templos de osadía que solía fabricar en tu pecho, busco los antídotos contra mí misma que aspiraba en tu sexo. Busco, revuelvo, sacudo, restriego: abro espasmos en mis ojos, ansiedades de sentirme fraguada de nuevo en tus muslos, dolores de tenerte sin encontrarte. Porque te tengo: tengo tu beso rabioso, tengo tu amor de mañanas frescas, tengo tus labios repletos de ternura. Pero yo, yo no te encuentro: te miro, te examino, te sacudo, te exploro, quisiera disectarte en autopsias de desespero, desollarte  y voltear tu piel con la ilusión de encontrarnos acurrucados debajo de alguna esquina de tu cuerpo. Tu cuerpo dormido: mi corazón dormido. Tú duermes y mientras no te encuentro me ahogo de nuevo en esta lágrima inmensa en que llevo años extraviada..., extrañándote...


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                                                                    Pintura: Dorina Costras