Cherán,
feminicidio en Ecatepec y Judith Butler I
“El
rostro es el otro pidiéndome que no lo deje morir solo, como si
hacerlo significara volverme cómplice de su muerte.”
Emmanuel
Levinas, 1986, p. 231
“No
es como si un ‘yo’ existiera independientemente por aquí y que
simplemente perdiera un ‘tú’ por allá, especialmente si el
vínculo con ese ‘tú’ forma parte de lo que constituye mi ‘yo’.
Si bajo esas condiciones llegara a perderte, lo que me duele no es
sólo la pérdida, sino volverme inescrutable para mí. ¿Qué ‘soy’,
sin ti?”
Judith
Butler, Vida precaria, p. 482.
La
mañana del 8 de marzo del 2016 un viento rencoroso azotaba los pinos
de la montaña como si los bosques tuvieran que purgar un rosario
interminable de culpas. Desde hace varias semanas vivo en Cherán, un
pequeño pueblo del estado de Michoacán. Situada en la meseta
p’urhépecha, esta comunidad de alrededor de 18,000 habitantes
lleva a cabo ―desde hace 5 años― un experimento político
fincado en el desafío a un sistema plagado por el crimen, la
corrupción y la desesperanza. Trabajo en un libro que trata sobre el
movimiento político que dio origen a este experimento: sus dudas,
sus logros, sus contradicciones, sus horizontes, sus flaquezas.
Visito
con frecuencia el archivo de Cherán que se encuentra en la Casa de
la Cultura. Es el único lugar del pueblo en el que tengo acceso a
una conexión de Internet que funciona regularmente. El 8 de marzo
llevaba varios días desconectado, por lo que tenía decenas de
mensajes acumulados.
Uno
en particular, el del Jerry, me llamó la atención.
―Brother
¿Supiste lo de Edna?
Alarmado
y esperando a que el Jerry estuviera conectado, pregunté qué
había pasado. Me contestó de inmediato:
―La
mataron hace unos días en Ecatepec.
Jerry
no dijo mucho más. El espanto me impidió comprender. Con ansiedad
busqué el nombre de Edna en la red. Encontré la nota
periodística
que relataba cómo había sido encontrada en Ecatepec: a cuatro
cuadras de su casa, semidesnuda, con señales de tortura, violación
y estrangulamiento. Leí dos veces la nota en una de las lecturas más
intensas y rápidas que he hecho. No pude comenzar la tercera
lectura. Me solté a llorar porque las vidas deben merecer lágrimas
y deben merecer historias del dolor que su pérdida produce. En el
caso en que no se llora el fin de una vida, de alguna forma es como
si ésta no hubiera tenido lugar, como si no calificara como vida por
su impotencia para dejar herida alguna3.
Aún ahora, cuando corrijo este texto no puedo evitar la arena que se
atora en la garganta, la tormenta que se arremolina en los ojos, el
desamparo que todos hemos sentido ante una injusticia.
Conocí
a Edna hace unos 6 años. Ella trabajaba en
un café de la colonia
Narvarte en la esquina de Vértiz y Diagonal San Antonio. La Narvarte
es la colonia en la que he vivido con mayor frecuencia cuando resido
en la Ciudad de México. Era una mujer de unos 28 años. Siempre
amable, Edna atendía con una sonrisa permanente y una simpatía
inmarcesible al grupo de amigos que poco a poco se fue formando en
ese café de barrio. Nos reuníamos los viernes o los sábados. Eran
veladas agradables en las que se platicaba, se discutía, o se acudía
a alguna exposición de fotografía o presentación de libro. Lejos
del antro en el que uno va casi exclusivamente a emborracharse o a
ligar, acudíamos con la esperanza de encontrar una buena plática y
una compañía agradable al final de la semana. Nunca salimos
defraudados: también nos emborrachábamos. Edna desde el principio
formó parte del grupo. La camaradería era su hábitat natural.
Me
imagino que todos los que la conocimos alguna vez jugamos o
platicamos con su hijo que la acompañaba con frecuencia en su
jornada laboral. Un pequeño que ahora, al día de la tragedia,
tendrá unos 13 años. Recuerdo haber pasado un par de fines de año
tronando cuetes con él y un amigo mío más osado que yo. Mientras
mi amigo arrojaba cuetes, el pequeño reía y yo buscaba algún lugar
donde esconderme, Edna vigilaba a la distancia. No era difícil notar
en el pequeño una independencia y respeto hacia la madre que no es
tan fácil de encontrar en estos tiempos de padres paranoicos y niños
maleducados.
En
todo caso Edna se volvió una buena amiga: una mujer dulce, sonriente
y solidaria que granjeaba simpatías en todos lados. Después de un
tiempo, Edna dejó de trabajar en ese café. Me contó con
indignación que acumulaba varios pagos retrasados: algo raro en el
México del respeto a los derechos laborales. Sin menoscabar
su coraje, parecía descartar toda amargura de su corazón: lejos de
la venganza, tomó sus cosas y se fue. Comenzó a trabajar con la
misma jovialidad en un café a la vuelta de la esquina. Yo iba a
verla a veces a su nuevo trabajo. Otros amigos hicieron lo mismo.
Recibir
la noticia de su asesinato justo el día de la mujer fue una de esas
ironías que rayan en la crueldad. Nunca he sido afecto a las
celebraciones institucionales; ahora odio ésta en particular. Saber
cómo murió Edna transformó el dolor en indignación para
convertirse en ira y después de nuevo en dolor. El resultado de esta
alquimia es una mezcla indefinible difícil de manejar. Y es que la
de Edna no es una muerte cualquiera, aunque ninguna lo sea. Edna no
murió por un paro cardíaco, un accidente, un catarro mal cuidado, o
una leucemia: Edna fue interceptada camino a su casa, golpeada,
desfigurada hasta el punto de lo irreconocible, torturada, violada y
estrangulada. El asesino o los asesinos tuvieron más sangre fría
que cualquier retrato o personaje de Truman Capote. No intentaré
contar lo que pude investigar con algunas llamadas telefónicas,
porque si la realidad concreta es irrepresentable, la narración de
este tipo de horrores está destinada de antemano al fracaso. El
terror siempre le llevará la ventaja al teclado.
Un
par de horas después de recibir la noticia, salí del archivo. Me
lavé la cara, me limpié los ojos. Me repuse, sin mucho éxito,como
pude. Tenía que entrevistar a Doña Lupe y a Margarita4.
Dos de las mujeres que participaron en el movimiento del 15 de abril
del 2011 en el Barrio Tercero de Cherán. Doña Lupe es una adorable
anciana de 73 años de edad. Su hija Margarita tiene 34 años.
Como
probablemente el lector ha escuchado, el pueblo de Cherán se levantó
en contra del crimen organizado que depredaba sus bosques. En las
primeras semanas del movimiento, expulsaron a los talamontes
ilegales, a la policía coludida con el crimen, al presidente
municipal y a
todos
los
partidos políticos. El
pueblo entero se organizó en una forma de democracia innovadora que
desde entonces se concentra en la participación directa en unas 150
fogatas instaladas a lo largo y ancho de la comunidad. La Suprema
Corte de Justicia de la Nación aprobó una controversia
constitucional
que permite a Cherán regirse por sus usos y costumbres. Eligieron,
en voto público, un concejo mayor formado por 12 notables llamados
Keri
(grandes). Todos ellos propuestos primero en sus fogatas, elegidos en
sus asambleas de barrio y designados por la asamblea general. La
mayor grandeza de estos Keri
es que no son autoridades. Como lo explican con orgullo los
habitantes de Cherán: al interior de la comunidad “los
Keri son sólo representantes; la única autoridad es la asamblea”.
Lo que esto significa de manera práctica es que los Keri
sólo
pueden ejecutar las decisiones que se toman en fogatas y asambleas y
pueden ser relevados de su puesto en cualquier momento que la
asamblea lo decida. Algo bien distinto a lo que pasa con el resto de
los representantes del país.
Como
resultado de esta nueva política, Cherán no participó en las
elecciones federales del 2012 y 2015. El pueblo no se llenó de
propaganda ni de las componendas, sobornos y promesas con las que
todos los partidos políticos de este país operan. En mayo del 2015,
Cherán eligió, por usos y costumbres, su segundo Concejo Mayor. A
la distancia de cinco años, la comunidad enfrenta un sinnúmero de
desafíos al interior y de presiones continuas del exterior. Sin
embargo, pase lo que pase, el municipio de Cherán ha dado testimonio
de cómo crear una política muy distinta a la que tiene a este país
ahogado en sangre5.
Ir a segunda parte.
Ir a segunda parte.
Debido a su extensión de alrededor de 10 cuartillas, este ensayo se publicará en tres partes. ¿Quieres tener el texto completo en formato ISSUU y PDF con opción a impresión? Suscríbete por 10 pesos a Homo vespa y recibe todos los textos en primicia.
1 Emmanuel
Levinas y Richard Kearney, Dialogue
witih Emmanuel Levinas, en Face
to Face with Levinas, Albany, SUNY
Press, 1986.
2 Judith
Buttler . Violencia, duelo, política en Vida Precaria.
El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós,
2006.
3
Judith Buttler explora el papel del luto en la vulnerabilidad en un
excelente ensayo titulado Violencia, duelo, política en Vida
Precaria, ibid, pp. 45-78.
4
En este texto sigo la misma política para citar entrevistas que la
del proyecto en elaboración Cherán: la invención de lo
imposible. A menos que se aclare explícitamente, los nombres de
los entrevistados fueron cambiados, previo acuerdo con ellos, como
una forma de respeto a su seguridad y privacidad.
5
De aquí en adelante me referiré a la política en este
sentido que se implementó en Cherán: acciones colectivas que
transgreden y transformen la realidad fuera del marco de la dinámica
electoral. Le pido al lector que por el momento se despoje de todas
las ideas ligadas a elecciones, partidos políticos, candidatos,
presidentes, secretarios de estado, etc. que con frecuencia acaparan
el término de política.
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Este ensayo forma parte del proyecto Cherán: la invención de lo imposible. Un proyecto de publicación editorial autogestiva llevado a cabo con recursos propios por Homo vespa en acuerdo con el Concejo Mayor de Cherán. ¿Quieres apoyar el proyecto? Suscríbete aquí y recibe todos los textos de Homo vespa en primicia.
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