Cherán, feminicidio en Ecatepec y Judith Butler III
Puedes encontrar la segunda parte de este ensayo aquí.
Probablemente
ayude comprender que una cosa es que el ser humano sea precario en el
sentido de nuestra dependencia y nuestra porosidad a los llamados de
los otros y, otra cosa, es que hay otras formas de precariedad
específica1
que provienen de la dominación. Todos vivimos bajo una distribución
desigual de la precariedad: hay vidas más precarias que otras; más
reprimidas que otras; más susceptibles de la destrucción que otras.
Una consecuencia de esa desigualdad es que si consideramos el
esfuerzo que se hace para proteger unos cuerpos más que otros, hay
cuerpos y vidas que valen más. José Alfredo Jiménez se equivocó:
no es que la vida no valga nada; es que en la sociedad no todas las
vidas valen igual.
El
reparto de las precariedades específicas ha sido inducido por los de
siempre: el Estado, el gobierno, el poder económico, el crimen
organizado; pero no sólo ellos: en la medida en que no escuchamos el
rostro del Otro, en la medida en que no la combatimos, nosotros
mismos participamos de la construcción de esa desigualdad. Vale la
pena aclarar que en este reparto desigual de la precariedad no sólo
intervienen los aspectos materiales. Hay dimensiones simbólicas de
exclusión y violencia que están en juego. Por ejemplo, los cuerpos
de las mujeres son precarios menos debido a la infraestructura
material de la calle o la plaza, que debido a la posibilidad
permanente de que pase un tipo y les grite una frase no solicitada,
les dé una nalgada, les meta un dedo en la vulva, las viole o decida
estrangularlas. Nadie puede negar que en Ecatepec; en Ciudad Juárez;
en el Cherán de antes, el de los talamontes; y en muchos otros
lugares del país, una mujer es construida para ser destruida. En
particular, Ecatepec pertenece al Estado de México, entidad que fue
gobernada por Enrique Peña Nieto y que, desde hace años, tiene la
mayor tasa de asesinatos de mujeres en un país en que ser mujer no
es de por sí la condición más segura2.
En esta construcción de las mujeres como individuos dispensables no
sólo participa el Estado al minimizar o ignorar el problema y el
crimen al depredar ciertos cuerpos; también participamos hombres y
mujeres cada vez que creamos condiciones que excluyen o expulsan por
anticipado del espacio público a los cuerpos de ciertas mujeres. Hay
que pensar en eso la próxima vez que queramos decirle “sabrosa”
a una chica que pasa por la calle o que queramos juzgar a una chica
por su vestimenta o trabajo: “¡mírala qué vulgar! Se viste
como puta”; ¡ella se lo busca; para qué anda de puta!
La
vida de Edna era precaria; las vidas amenazadas de las mujeres de
Cherán también eran precarias; las de las mujeres de Ecatepec lo
son cada vez que caminan por su municipio. Pero seamos precisos. A
estas alturas, espero que esto no se confunda con una defensa de las
mujeres sólo por el hecho per
se
de ser tales: una defensa como víctimas
de una violencia que las arrasa. Para empezar porque en este país no
sólo se mata a mujeres. En este país se mata a todos; aunque no se
les mate por igual. Por otro lado, son muchos los argumentos que
minan las políticas basadas en la identidad de las mujeres o
cualquier otra, pero en este ensayo sólo se mencionará que las
víctimas como tales se despliegan con una pasividad que no puede
abrir ningún horizonte para transformar la realidad. “Ser
vulnerable no equivale a ser víctima”,
diría Butler, para señalar que la vulnerabilidad que ella concibe
es una forma activa de lucha contra la injusticia. En el extremo, una
víctima recibe la violencia tan pasivamente que parece ser incapaz
de escuchar el rostro del sufrimiento de otro o el suyo propio.
Sin
embargo, es innegable que hay poblaciones que están más expuestas a
la violencia. Las mujeres en general son una de esas
poblaciones. Los estudiantes, los activistas, las prostitutas, los
jóvenes, los defensores de derechos humanos, los anarquistas, los
homosexuales, los transgénero, los pueblos indígenas, los
periodistas, son algunos de los grupos que están también expuestos
a una humillación histórica, a una violencia asesina.
Sin
embargo, las identidades aquí no son relevantes porque las
precariedades específicas no son etiquetas congeladas, sino que se
modifican todo el tiempo. Además, la precariedad está desigualmente
distribuida al interior de todas las categorías: las vidas de las
feministas de la UNAM son menos precarias que las de las indígenas
de Chiapas; las de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey son
menos precarias que las de los del Conalep; la vida de Ricky Martín
es menos precaria que las de las locas de Tlalpan; las vidas
de las mujeres ricas de las Lomas de Chapultepec son menos precarias
que las de los pandilleros de Tacubaya; la vida de los escritores
independientes, por muy precaria que sea, lo es menos que la de la
mayor parte de los mexicanos. Lo que aprendemos de esto es que la
precariedad, como clave para entender la necesidad de la lucha
política, deja atrás por mucho el discurso identitario. En palabras
de Butler:
“es
la asignación diferencial de precaridad lo que, a mi entender,
constituye el punto de partida para un repensamiento tanto de la
ontología corporal como de la política progresista, o de
izquierdas, de una manera que siga excediendo —y atravesando— las
categorías de la identidad.”3
Más
aún:
“habría
que insistir menos en la política identitaria, o en el tipo de
intereses y creencias formulados sobre la base de pretensiones
identitarias, y más en la precaridad y en sus distribuciones
diferenciales”4.
Así
pues, es en primera instancia el reparto desigual de las
precariedades específicas y no la identidad de género, étnica, de
clase social, cultural o cualquier otra lo que permite cimentar la
lucha política de manera crítica y radical. Por supuesto, la
identidad puede ser importante para cohesionar a la comunidad en
resistencia, pero es un error concebirla en una sola dimensión,
anteponerla a la distribución desigual de las precariedades o a la
lucha conjunta con otros oprimidos que no comparten nuestra
identidad5.
Una
idea muy frecuente es que para que la gente pueda luchar contra la
desigualdad primero tiene que superar su miedo, su vulnerabilidad. Es
como si fuera necesario liberarse de nuestra fragilidad para
levantarse y exigir justicia por los medios disponibles. Esto no
necesariamente es así. Cuando le pregunté a Margarita qué había
sentido al detener aquella camioneta el 15 de abril del 2011
contestó:
“Aquí
agarramos el primer carro. Aquí, aquí en la esquina. Decían las
señoras: hay que juntar piedras, hay que juntar piedras. Como diez
mujeres éramos. Nomás detuvimos los carros. Se daba miedo. Pero al
mismo tiempo se daba miedo y coraje de que no podíamos hacer otra
cosa, más que de echarle ganas. Los señores trataban de aventar el
carro así. Pues el carro así pa'rriba. Se levantaba como parándose
de llantas. Y nosotras pus lo parábamos. Era mucho coraje […] pero
teníamos un como temorcito dentro del corazón”
Doña
Lupe, su madre, que llegó inmediatamente después, fue más
explícita:
“Yo
ya me vine a la carrera le dije a mi hija. Yo ya estoy temblando de
miedo, le dije. ¡Ay madre mía! Pero vamos a poner tantito té.
Atízale hija, le dije. Vamos a llevarles tantito té a los que están
allá.
Nosotros
llevamos una olla de té puro amargoso y yo llevé una botellita de
Mezcal. Las mujeres esas temblaban. Tomen pa' que se controlen.
Cuando empezamos a oír ya los cuetes y los balazos. […] Escuchamos
el tiroteo y nosotros no traíbamos nada, puro con piedra, puro con
piedra. Todos estábamos a contra, pues. Todos estábamos enojados.
Se decide uno a levantarse porque ya no le importa a uno el coraje, y
así pues.
Cuando
yo apenas llegué aquí yo ya no soporté mas. Yo llegué y me
hinqué. Ahí tenía una estampa, un cuadro del sagrado corazón. Me
hinqué y dije: ¡Ay padre mío! Yo ya no me aguanto más, pero tú
estás con nosotros, no nos abandones. Yo le dije y me salí.”
“No
nos rebelamos por valientes, sino por miedo”
Como
es claro, los cuerpos de estas mujeres y hombres no necesitaron
erradicar su miedo para actuar, para fundar un acontecimiento, un
horizonte político de nueva realidad6.
Es posible que ni siquiera necesitaran vencer su miedo,
cualquiera que sea la idea de vencer que tengamos. La mordida
rabiosa del terror no los abandonó; siempre estuvo ahí. Tampoco se
sobrepusieron a su precariedad, a su vulnerabilidad; de hecho, la
hicieron mayor, la maximizaron: esas mujeres se colocaron en una
situación en donde cualquiera pudo terminar arrollada o baleada. Es
posible que nunca en sus vidas hayan sido tan vulnerables.
Regresando
a Butler, si entendemos la vulnerabilidad como la capacidad de estar
abiertos a la aflicción de otros, al rostro del Otro, y además
movilizarnos políticamente con ese fundamento, estas mujeres se
movilizaron porque estaban abiertas no sólo a los llamados de su
propio dolor, su ira, su tristeza, su desesperación acumulada; sino
que estuvieron abiertas a las demandas de todas las amenazadas, todos
los asesinados, todos los agraviados del pueblo; todos los otros
vulnerables. Estaban incluso abiertas a una nueva realidad de
resistencia absolutamente indeterminada. Ellas empezaron el
acontecimiento político repletas de vulnerabilidad. Una
vulnerabilidad que las llevó ―como diría Butler― a exponerse
deliberadamente al poder aplastante del crimen organizado y
engendrar, con ello, la resistencia política7.
Mi
amiga Edna y las mujeres de Cherán eran precarias: eran vulnerables
al rostro del Otro. Ojalá nosotros seamos vulnerables al rostro de
ellas, al rostro de todos los vulnerables.
1 Estas
precariedades específicas se refieren a la asignación de la
precariedad por parte de los poderes dominantes. Corresponde a lo
que Butler llama “precarity”. Ver Marcos de Guerra.
Las vidas lloradas. ibid, pp. 13-16.
2
Ver por ejemplo el excelente texto de Humberto Padgett “Las
muertas del Estado: los números del odio”.
3 Butler,
Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Ibid p. 16.
4 Butler,
Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Ibid p. 55.
5 Un
ejemplo especialmente desafortunado de este error es la posición de
ciertos grupos feministas en el reclamo reaccionario “Nosotras
no somos Ayotzinapa”
6
El filósofo francés Alain Badiou ha hecho todo un trabajo sobre lo
que significa un acontecimiento en política, ciencia, amor y arte.
El lector interesado puede ver mi serie introductoria a la política
de Badiou en tres artículos que empiezan en “La
política de lo posible, Alain Badiou y el fraude a la democracia
Parte I”. Una de mis tesis en desarrollo es
que si bien el acontecimiento político de Badiou permite entender
cómo se abre el horizonte para transformar la realidad, no
necesariamente da cuenta de las condiciones de posibilidad que
permiten dicho acontecimiento. Es posible que las aproximaciones de
Levinas y Butler ayuden a entender como se conforman esas
condiciones de posibilidad desde la vulnerabilidad.
7 Ver
video
de Judith Butler: “ I want to argue affirmatively that
vulnerability, understood as a deliberate exposure to power, is part
of the very meaning of political resistance as an embodied
enactment”. Conferencia impartida el 24 de junio en el XV
Simposio de la Asociación Internacional de Filósofas, Alcalá de
Henares, España.
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