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miércoles, 27 de abril de 2016

Cherán, feminicidio en Ecatepec y Judith Butler III



Cherán, feminicidio en Ecatepec y Judith Butler III

Puedes encontrar la segunda parte de este ensayo aquí.


Probablemente ayude comprender que una cosa es que el ser humano sea precario en el sentido de nuestra dependencia y nuestra porosidad a los llamados de los otros y, otra cosa, es que hay otras formas de precariedad específica1 que provienen de la dominación. Todos vivimos bajo una distribución desigual de la precariedad: hay vidas más precarias que otras; más reprimidas que otras; más susceptibles de la destrucción que otras. Una consecuencia de esa desigualdad es que si consideramos el esfuerzo que se hace para proteger unos cuerpos más que otros, hay cuerpos y vidas que valen más. José Alfredo Jiménez se equivocó: no es que la vida no valga nada; es que en la sociedad no todas las vidas valen igual.

El reparto de las precariedades específicas ha sido inducido por los de siempre: el Estado, el gobierno, el poder económico, el crimen organizado; pero no sólo ellos: en la medida en que no escuchamos el rostro del Otro, en la medida en que no la combatimos, nosotros mismos participamos de la construcción de esa desigualdad. Vale la pena aclarar que en este reparto desigual de la precariedad no sólo intervienen los aspectos materiales. Hay dimensiones simbólicas de exclusión y violencia que están en juego. Por ejemplo, los cuerpos de las mujeres son precarios menos debido a la infraestructura material de la calle o la plaza, que debido a la posibilidad permanente de que pase un tipo y les grite una frase no solicitada, les dé una nalgada, les meta un dedo en la vulva, las viole o decida estrangularlas. Nadie puede negar que en Ecatepec; en Ciudad Juárez; en el Cherán de antes, el de los talamontes; y en muchos otros lugares del país, una mujer es construida para ser destruida. En particular, Ecatepec pertenece al Estado de México, entidad que fue gobernada por Enrique Peña Nieto y que, desde hace años, tiene la mayor tasa de asesinatos de mujeres en un país en que ser mujer no es de por sí la condición más segura2. En esta construcción de las mujeres como individuos dispensables no sólo participa el Estado al minimizar o ignorar el problema y el crimen al depredar ciertos cuerpos; también participamos hombres y mujeres cada vez que creamos condiciones que excluyen o expulsan por anticipado del espacio público a los cuerpos de ciertas mujeres. Hay que pensar en eso la próxima vez que queramos decirle “sabrosa” a una chica que pasa por la calle o que queramos juzgar a una chica por su vestimenta o trabajo: “¡mírala qué vulgar! Se viste como puta”; ¡ella se lo busca; para qué anda de puta!

La vida de Edna era precaria; las vidas amenazadas de las mujeres de Cherán también eran precarias; las de las mujeres de Ecatepec lo son cada vez que caminan por su municipio. Pero seamos precisos. A estas alturas, espero que esto no se confunda con una defensa de las mujeres sólo por el hecho per se de ser tales: una defensa como víctimas de una violencia que las arrasa. Para empezar porque en este país no sólo se mata a mujeres. En este país se mata a todos; aunque no se les mate por igual. Por otro lado, son muchos los argumentos que minan las políticas basadas en la identidad de las mujeres o cualquier otra, pero en este ensayo sólo se mencionará que las víctimas como tales se despliegan con una pasividad que no puede abrir ningún horizonte para transformar la realidad. “Ser vulnerable no equivale a ser víctima”, diría Butler, para señalar que la vulnerabilidad que ella concibe es una forma activa de lucha contra la injusticia. En el extremo, una víctima recibe la violencia tan pasivamente que parece ser incapaz de escuchar el rostro del sufrimiento de otro o el suyo propio.

Sin embargo, es innegable que hay poblaciones que están más expuestas a la violencia. Las mujeres en general son una de esas poblaciones. Los estudiantes, los activistas, las prostitutas, los jóvenes, los defensores de derechos humanos, los anarquistas, los homosexuales, los transgénero, los pueblos indígenas, los periodistas, son algunos de los grupos que están también expuestos a una humillación histórica, a una violencia asesina.

Sin embargo, las identidades aquí no son relevantes porque las precariedades específicas no son etiquetas congeladas, sino que se modifican todo el tiempo. Además, la precariedad está desigualmente distribuida al interior de todas las categorías: las vidas de las feministas de la UNAM son menos precarias que las de las indígenas de Chiapas; las de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey son menos precarias que las de los del Conalep; la vida de Ricky Martín es menos precaria que las de las locas de Tlalpan; las vidas de las mujeres ricas de las Lomas de Chapultepec son menos precarias que las de los pandilleros de Tacubaya; la vida de los escritores independientes, por muy precaria que sea, lo es menos que la de la mayor parte de los mexicanos. Lo que aprendemos de esto es que la precariedad, como clave para entender la necesidad de la lucha política, deja atrás por mucho el discurso identitario. En palabras de Butler:
es la asignación diferencial de precaridad lo que, a mi entender, constituye el punto de partida para un repensamiento tanto de la ontología corporal como de la política progresista, o de izquierdas, de una manera que siga excediendo —y atravesando— las categorías de la identidad.”3

Más aún:

habría que insistir menos en la política identitaria, o en el tipo de intereses y creencias formulados sobre la base de pretensiones identitarias, y más en la precaridad y en sus distribuciones diferenciales”4.

Así pues, es en primera instancia el reparto desigual de las precariedades específicas y no la identidad de género, étnica, de clase social, cultural o cualquier otra lo que permite cimentar la lucha política de manera crítica y radical. Por supuesto, la identidad puede ser importante para cohesionar a la comunidad en resistencia, pero es un error concebirla en una sola dimensión, anteponerla a la distribución desigual de las precariedades o a la lucha conjunta con otros oprimidos que no comparten nuestra identidad5.

Una idea muy frecuente es que para que la gente pueda luchar contra la desigualdad primero tiene que superar su miedo, su vulnerabilidad. Es como si fuera necesario liberarse de nuestra fragilidad para levantarse y exigir justicia por los medios disponibles. Esto no necesariamente es así. Cuando le pregunté a Margarita qué había sentido al detener aquella camioneta el 15 de abril del 2011 contestó:

Aquí agarramos el primer carro. Aquí, aquí en la esquina. Decían las señoras: hay que juntar piedras, hay que juntar piedras. Como diez mujeres éramos. Nomás detuvimos los carros. Se daba miedo. Pero al mismo tiempo se daba miedo y coraje de que no podíamos hacer otra cosa, más que de echarle ganas. Los señores trataban de aventar el carro así. Pues el carro así pa'rriba. Se levantaba como parándose de llantas. Y nosotras pus lo parábamos. Era mucho coraje […] pero teníamos un como temorcito dentro del corazón”

Doña Lupe, su madre, que llegó inmediatamente después, fue más explícita:

Yo ya me vine a la carrera le dije a mi hija. Yo ya estoy temblando de miedo, le dije. ¡Ay madre mía! Pero vamos a poner tantito té. Atízale hija, le dije. Vamos a llevarles tantito té a los que están allá.

Nosotros llevamos una olla de té puro amargoso y yo llevé una botellita de Mezcal. Las mujeres esas temblaban. Tomen pa' que se controlen. Cuando empezamos a oír ya los cuetes y los balazos. […] Escuchamos el tiroteo y nosotros no traíbamos nada, puro con piedra, puro con piedra. Todos estábamos a contra, pues. Todos estábamos enojados. Se decide uno a levantarse porque ya no le importa a uno el coraje, y así pues.

Cuando yo apenas llegué aquí yo ya no soporté mas. Yo llegué y me hinqué. Ahí tenía una estampa, un cuadro del sagrado corazón. Me hinqué y dije: ¡Ay padre mío! Yo ya no me aguanto más, pero tú estás con nosotros, no nos abandones. Yo le dije y me salí.”

Durante la celebración del quinto aniversario del movimiento, el 15 de abril del 2016, uno de los integrantes del Concejo Mayor de Cherán encabezó una ceremonia de agradecimiento frente a la iglesia del Calvario. Ahí frente al copal humeando, bajo el sonido de la caracola y las consignas en p’urhépecha, un hombre recio de unos 56 años, el Keri Enedino Santaclara Madrigal, sentenció en el punto más álgido de su discurso:

No nos rebelamos por valientes, sino por miedo”

Como es claro, los cuerpos de estas mujeres y hombres no necesitaron erradicar su miedo para actuar, para fundar un acontecimiento, un horizonte político de nueva realidad6. Es posible que ni siquiera necesitaran vencer su miedo, cualquiera que sea la idea de vencer que tengamos. La mordida rabiosa del terror no los abandonó; siempre estuvo ahí. Tampoco se sobrepusieron a su precariedad, a su vulnerabilidad; de hecho, la hicieron mayor, la maximizaron: esas mujeres se colocaron en una situación en donde cualquiera pudo terminar arrollada o baleada. Es posible que nunca en sus vidas hayan sido tan vulnerables.

Regresando a Butler, si entendemos la vulnerabilidad como la capacidad de estar abiertos a la aflicción de otros, al rostro del Otro, y además movilizarnos políticamente con ese fundamento, estas mujeres se movilizaron porque estaban abiertas no sólo a los llamados de su propio dolor, su ira, su tristeza, su desesperación acumulada; sino que estuvieron abiertas a las demandas de todas las amenazadas, todos los asesinados, todos los agraviados del pueblo; todos los otros vulnerables. Estaban incluso abiertas a una nueva realidad de resistencia absolutamente indeterminada. Ellas empezaron el acontecimiento político repletas de vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que las llevó ―como diría Butler― a exponerse deliberadamente al poder aplastante del crimen organizado y engendrar, con ello, la resistencia política7.

Mi amiga Edna y las mujeres de Cherán eran precarias: eran vulnerables al rostro del Otro. Ojalá nosotros seamos vulnerables al rostro de ellas, al rostro de todos los vulnerables.


1 Estas precariedades específicas se refieren a la asignación de la precariedad por parte de los poderes dominantes. Corresponde a lo que Butler llama “precarity”. Ver Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. ibid, pp. 13-16.

2 Ver por ejemplo el excelente texto de Humberto Padgett “Las muertas del Estado: los números del odio”.

3 Butler, Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Ibid p. 16.

4 Butler, Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Ibid p. 55.

5 Un ejemplo especialmente desafortunado de este error es la posición de ciertos grupos feministas en el reclamo reaccionario “Nosotras no somos Ayotzinapa  

6 El filósofo francés Alain Badiou ha hecho todo un trabajo sobre lo que significa un acontecimiento en política, ciencia, amor y arte. El lector interesado puede ver mi serie introductoria a la política de Badiou en tres artículos que empiezan en “La política de lo posible, Alain Badiou y el fraude a la democracia Parte I”. Una de mis tesis en desarrollo es que si bien el acontecimiento político de Badiou permite entender cómo se abre el horizonte para transformar la realidad, no necesariamente da cuenta de las condiciones de posibilidad que permiten dicho acontecimiento. Es posible que las aproximaciones de Levinas y Butler ayuden a entender como se conforman esas condiciones de posibilidad desde la vulnerabilidad.

7 Ver video de Judith Butler: “ I want to argue affirmatively that vulnerability, understood as a deliberate exposure to power, is part of the very meaning of political resistance as an embodied enactment”. Conferencia impartida el 24 de junio en el XV Simposio de la Asociación Internacional de Filósofas, Alcalá de Henares, España.

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