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lunes, 25 de abril de 2016

Cherán, feminicidio en Ecatepec y Judith Butler I



Cherán, feminicidio en Ecatepec y Judith Butler I



El rostro es el otro pidiéndome que no lo deje morir solo, como si hacerlo significara volverme cómplice de su muerte.”

Emmanuel Levinas, 1986, p. 231

No es como si un ‘yo’ existiera independientemente por aquí y que simplemente perdiera un ‘tú’ por allá, especialmente si el vínculo con ese ‘tú’ forma parte de lo que constituye mi ‘yo’. Si bajo esas condiciones llegara a perderte, lo que me duele no es sólo la pérdida, sino volverme inescrutable para mí. ¿Qué ‘soy’, sin ti?”

Judith Butler, Vida precaria, p. 482.


La mañana del 8 de marzo del 2016 un viento rencoroso azotaba los pinos de la montaña como si los bosques tuvieran que purgar un rosario interminable de culpas. Desde hace varias semanas vivo en Cherán, un pequeño pueblo del estado de Michoacán. Situada en la meseta p’urhépecha, esta comunidad de alrededor de 18,000 habitantes lleva a cabo ―desde hace 5 años― un experimento político fincado en el desafío a un sistema plagado por el crimen, la corrupción y la desesperanza. Trabajo en un libro que trata sobre el movimiento político que dio origen a este experimento: sus dudas, sus logros, sus contradicciones, sus horizontes, sus flaquezas.

Visito con frecuencia el archivo de Cherán que se encuentra en la Casa de la Cultura. Es el único lugar del pueblo en el que tengo acceso a una conexión de Internet que funciona regularmente. El 8 de marzo llevaba varios días desconectado, por lo que tenía decenas de mensajes acumulados.

Uno en particular, el del Jerry, me llamó la atención.

Brother ¿Supiste lo de Edna?

Alarmado y esperando a que el Jerry estuviera conectado, pregunté qué había pasado. Me contestó de inmediato:

La mataron hace unos días en Ecatepec.

Jerry no dijo mucho más. El espanto me impidió comprender. Con ansiedad busqué el nombre de Edna en la red. Encontré la nota periodística que relataba cómo había sido encontrada en Ecatepec: a cuatro cuadras de su casa, semidesnuda, con señales de tortura, violación y estrangulamiento. Leí dos veces la nota en una de las lecturas más intensas y rápidas que he hecho. No pude comenzar la tercera lectura. Me solté a llorar porque las vidas deben merecer lágrimas y deben merecer historias del dolor que su pérdida produce. En el caso en que no se llora el fin de una vida, de alguna forma es como si ésta no hubiera tenido lugar, como si no calificara como vida por su impotencia para dejar herida alguna3. Aún ahora, cuando corrijo este texto no puedo evitar la arena que se atora en la garganta, la tormenta que se arremolina en los ojos, el desamparo que todos hemos sentido ante una injusticia.

Conocí a Edna hace unos 6 años. Ella trabajaba en
un café de la colonia Narvarte en la esquina de Vértiz y Diagonal San Antonio. La Narvarte es la colonia en la que he vivido con mayor frecuencia cuando resido en la Ciudad de México. Era una mujer de unos 28 años. Siempre amable, Edna atendía con una sonrisa permanente y una simpatía inmarcesible al grupo de amigos que poco a poco se fue formando en ese café de barrio. Nos reuníamos los viernes o los sábados. Eran veladas agradables en las que se platicaba, se discutía, o se acudía a alguna exposición de fotografía o presentación de libro. Lejos del antro en el que uno va casi exclusivamente a emborracharse o a ligar, acudíamos con la esperanza de encontrar una buena plática y una compañía agradable al final de la semana. Nunca salimos defraudados: también nos emborrachábamos. Edna desde el principio formó parte del grupo. La camaradería era su hábitat natural.

Me imagino que todos los que la conocimos alguna vez jugamos o platicamos con su hijo que la acompañaba con frecuencia en su jornada laboral. Un pequeño que ahora, al día de la tragedia, tendrá unos 13 años. Recuerdo haber pasado un par de fines de año tronando cuetes con él y un amigo mío más osado que yo. Mientras mi amigo arrojaba cuetes, el pequeño reía y yo buscaba algún lugar donde esconderme, Edna vigilaba a la distancia. No era difícil notar en el pequeño una independencia y respeto hacia la madre que no es tan fácil de encontrar en estos tiempos de padres paranoicos y niños maleducados.

En todo caso Edna se volvió una buena amiga: una mujer dulce, sonriente y solidaria que granjeaba simpatías en todos lados. Después de un tiempo, Edna dejó de trabajar en ese café. Me contó con indignación que acumulaba varios pagos retrasados: algo raro en el México del respeto a los derechos laborales. Sin menoscabar su coraje, parecía descartar toda amargura de su corazón: lejos de la venganza, tomó sus cosas y se fue. Comenzó a trabajar con la misma jovialidad en un café a la vuelta de la esquina. Yo iba a verla a veces a su nuevo trabajo. Otros amigos hicieron lo mismo.

Recibir la noticia de su asesinato justo el día de la mujer fue una de esas ironías que rayan en la crueldad. Nunca he sido afecto a las celebraciones institucionales; ahora odio ésta en particular. Saber cómo murió Edna transformó el dolor en indignación para convertirse en ira y después de nuevo en dolor. El resultado de esta alquimia es una mezcla indefinible difícil de manejar. Y es que la de Edna no es una muerte cualquiera, aunque ninguna lo sea. Edna no murió por un paro cardíaco, un accidente, un catarro mal cuidado, o una leucemia: Edna fue interceptada camino a su casa, golpeada, desfigurada hasta el punto de lo irreconocible, torturada, violada y estrangulada. El asesino o los asesinos tuvieron más sangre fría que cualquier retrato o personaje de Truman Capote. No intentaré contar lo que pude investigar con algunas llamadas telefónicas, porque si la realidad concreta es irrepresentable, la narración de este tipo de horrores está destinada de antemano al fracaso. El terror siempre le llevará la ventaja al teclado.

Un par de horas después de recibir la noticia, salí del archivo. Me lavé la cara, me limpié los ojos. Me repuse, sin mucho éxito,como pude. Tenía que entrevistar a Doña Lupe y a Margarita4. Dos de las mujeres que participaron en el movimiento del 15 de abril del 2011 en el Barrio Tercero de Cherán. Doña Lupe es una adorable anciana de 73 años de edad. Su hija Margarita tiene 34 años.

Como probablemente el lector ha escuchado, el pueblo de Cherán se levantó en contra del crimen organizado que depredaba sus bosques. En las primeras semanas del movimiento, expulsaron a los talamontes ilegales, a la policía coludida con el crimen, al presidente municipal y a todos los partidos políticos. El pueblo entero se organizó en una forma de democracia innovadora que desde entonces se concentra en la participación directa en unas 150 fogatas instaladas a lo largo y ancho de la comunidad. La Suprema Corte de Justicia de la Nación aprobó una controversia constitucional que permite a Cherán regirse por sus usos y costumbres. Eligieron, en voto público, un concejo mayor formado por 12 notables llamados Keri (grandes). Todos ellos propuestos primero en sus fogatas, elegidos en sus asambleas de barrio y designados por la asamblea general. La mayor grandeza de estos Keri es que no son autoridades. Como lo explican con orgullo los habitantes de Cherán: al interior de la comunidad “los Keri son sólo representantes; la única autoridad es la asamblea”. Lo que esto significa de manera práctica es que los Keri sólo pueden ejecutar las decisiones que se toman en fogatas y asambleas y pueden ser relevados de su puesto en cualquier momento que la asamblea lo decida. Algo bien distinto a lo que pasa con el resto de los representantes del país.

Como resultado de esta nueva política, Cherán no participó en las elecciones federales del 2012 y 2015. El pueblo no se llenó de propaganda ni de las componendas, sobornos y promesas con las que todos los partidos políticos de este país operan. En mayo del 2015, Cherán eligió, por usos y costumbres, su segundo Concejo Mayor. A la distancia de cinco años, la comunidad enfrenta un sinnúmero de desafíos al interior y de presiones continuas del exterior. Sin embargo, pase lo que pase, el municipio de Cherán ha dado testimonio de cómo crear una política muy distinta a la que tiene a este país ahogado en sangre5
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1 Emmanuel Levinas y Richard Kearney, Dialogue witih Emmanuel Levinas, en Face to Face with Levinas, Albany, SUNY Press, 1986.

2 Judith Buttler . Violencia, duelo, política en Vida Precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós, 2006.

3 Judith Buttler explora el papel del luto en la vulnerabilidad en un excelente ensayo titulado Violencia, duelo, política en Vida Precaria, ibid, pp. 45-78.

4 En este texto sigo la misma política para citar entrevistas que la del proyecto en elaboración Cherán: la invención de lo imposible. A menos que se aclare explícitamente, los nombres de los entrevistados fueron cambiados, previo acuerdo con ellos, como una forma de respeto a su seguridad y privacidad.

5 De aquí en adelante me referiré a la política en este sentido que se implementó en Cherán: acciones colectivas que transgreden y transformen la realidad fuera del marco de la dinámica electoral. Le pido al lector que por el momento se despoje de todas las ideas ligadas a elecciones, partidos políticos, candidatos, presidentes, secretarios de estado, etc. que con frecuencia acaparan el término de política.

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