Rita
Segato o el feminismo incómodo
Apuntes
para las Tribulaciones de un feminista insumiso.
La radicalidad del pensamiento suele ser
incómoda, pero cultivarla posiblemente sea la única forma en la que las luchas
políticas no terminan reproduciendo lo mismo a lo que intentan oponerse.
Dice la renombrada antropóloga feminista Rita
Segato en su libro Las estructuras
elementales de la violencia que
al hablar de la violencia de género está obligada a referirse a «un
"sujeto masculino" en contraste con "quien exhibe significantes
femeninos", en lugar de utilizar los habituales "hombre" y
"mujer" porque, a decir verdad, la violación -en cuanto uso y abuso
del cuerpo del otro- no es una práctica exclusiva de los hombres ni son siempre
las mujeres quienes la padecen.» En efecto, aunque "un sujeto identificado
con el registro afectivo masculino suele ser un hombre, [y que] también es
estadísticamente más probable que los significantes de la femineidad estén
asociados a la mujer", las mujeres pueden tener perfectamente
privilegios de machos patriarcales y los tienen en muchas circunstancias.
Paralelamente, los hombres ―independientemente de su preferencia
sexual― pueden desplegarse femeninamente y lo hacen, aunque son reprimidos
y humillados casi siempre por otros hombres, pero también por mujeres.
La reflexión de Segato resulta fundamental en
tiempos en que casi nunca se entiende que la lucha contra el patriarcado no es
una lucha ni de las mujeres ni por la defensa de las mujeres; sino una lucha de
todos por la defensa de lo femenino que se reconfigura en distintos contextos y por la igualdad de género, que es bien
distinto. Un tiempo en el que no pocas corrientes feministas despliegan
estrategias que, más allá de su dudosa necesidad coyuntural, terminan por
confinarse en una identidad esencializada y acrítica, que se convierte en su
propio límite y camisa de fuerza. La sororidad, la victimización exclusiva y
monolítica de todas las mujeres, el lenguaje inclusivo, y la generación
de espacios seguros en los
que a cualquier hombre se le percibe y señala a priori como intromisión o franca amenaza, no
infrecuentemente se ahogan en sus propias contradicciones y callejones sin
salida.
A este respecto, el pensamiento radical de
Segato corre en una vertiente mucho más aguda. Se trata de una perspectiva no centrada en la violencia hacia las mujeres como las víctimas por antonomasia de
la violencia de género, sino en las estructuras globales que producen esa
violencia. Es una posición sin concesiones:
"No podemos conformarnos ni por un
instante con lo literal o lo que parece evidente por sí mismo; si lo
hiciéramos, nos alejaríamos cada vez más de las estructuras subyacentes a los
comportamientos que observamos.".
Su conclusión es escandalosa para el
feminismo obsesionado en la diferencia existencial de opresión de las mujeres.
En la entrevista en video en dos partes que se puede ver abajo, Segato concluye con respecto a la violación:
"La primera víctima del mandato de
masculinidad es el hombre, no la mujer" y lo que se debe hacer es
“instalar en la sociedad una conciencia de género [que nos permita ver] como
las relaciones patriarcales nos hacen sufrir a los hombres y a las mujeres,
principalmente a los hombres.”.
Las implicaciones de un pensamiento estructural tan
riguroso son imprescindibles en un país con una tasa de feminicidios
espeluznante y una de asesinatos violentos a hombres que se calcula unas siete
veces mayor a la de los asesinatos violentos a mujeres. En todo caso, estos
argumentos no pueden ser usados para desacreditar al feminismo pues las
estadísticas de la crueldad son irrelevantes a la hora de guiar cualquier lucha
política.
Lo importante es que, como Rita Segato,
Judith Butler y otras feministas enseñan, la desigualdad de género es un
problema estructural que no puede solucionarse desde esencias aislacionistas pues afecta a hombres y mujeres aunque los afecte de formas distintas. Es en esa
consciencia en que es imprescindible superar la falsa idea de que las
experiencias de opresión masculinas y femeninas son exclusivas de hombres y
mujeres respectivamente. En todo caso, es falso que los seres humanos seamos
vasos incomunicantes e incomunicables cualquiera que sean las categorías de
género que se quieran usar.
La ventaja que ofrecen perspectivas como la
de Segato y colegas es que no sólo permiten entender el sufrimiento que el machismo causa en los propios hombres y las mujeres, sino convocar a todos a una lucha conjunta en
contra de este tipo de violencia. Una lucha que hombres y mujeres debemos
dar no como víctimas resentidas unas y observadores condescendientes y
pasivos otros―“aliados solidarios”, en el mejor de los casos; sino
como plenos participantes de una lucha en contra de una opresión que nos está
matando a todos. En última instancia, la única empatía que cuenta en la lucha
por la justicia sólo es aquella en la que no sólo se convoca a la otra, sino en
la que uno se encuentra a sí mismo en el dolor de la otra: en el dolor de
todos.
No
tenemos alternativa, otras luchas lo han mostrado: o luchamos juntos o nos van
a matar por separado.
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