Freaks
Mutilada
de palabras y de párrafos, mi escritura naufraga sin remedio. Hay
días en que ni las mariposas cantan ni las noches esconden una
sorpresa. Algo hay de sangriento en el pestañeo de un cursor
inmóvil; algo de burlón en una oración incompleta; algo de asesino
en una historia muda. El escritor es la víctima: el puñal se esconde
en el silencio del monitor.
Me
consuelo y recuerdo a Johnny
Eck,
el asombroso medio hombre cuyo cuerpo discurría del copete a la
cintura. Corpulento pero sin piernas, Johnny usaba unos guantes de
cuero grueso a manera de zapatos. Johnny trepaba por las escaleras;
suspendido de sus brazos corría por las cornisas, por los tejados.
Con el brazo derecho colgado de una mujer como del viento, Johnny
toca con maestría el saxofón, el clarinete y la trompeta.
Escucho las notas que nacen de Johnny y su breve tronco: su música se eleva con la ligereza que da el medio cuerpo. Cabizbajo me miro decapitado: mi prosa jamás aprendió a volar con las manos.
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