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martes, 10 de mayo de 2016

¿Madrecita santa? por Marta Lamas


Este diez de Mayo Homo vespa les comparte uno de los textos más inteligentes que ha leído sobre la maternidad. Su autora es Marta Lamas, conocida antropóloga y feminista mexicana.


Madrecita santa
Marta Lamas

"Madre hay una sola", "El amor materno es eterno", "Mi madre es una santa", "El amor de una madre aguanta todo". ¿Qué hay bajo el mito del amor materno? Quienes han indagado sobre la especificidad de lo mexicano, desde Samuel Ramos y Octavio Paz hasta Carlos Monsiváis y Roger Bartra, han abordado cuestiones que rozan el mito de la madre. Un veto, con interesantes resonancias, es el guadalupanismo como culto a "nuestra madre morena". Otra, la que plantea el machismo como resultado de "mucha madre y poco padre". Una tercera es la que da cuenta de la fuerte presencia del culto a la madre en la cultura popular. Carlos Monsiváis ha señalado que la cifra de las películas mexicanas producidas entre los años cuarenta y los cincuenta que propositivamente tocan el tema de la madre rondó las mil. Estas producciones visuales, vistas por millones de mexicanos, siguen alimentando la idealización de la madrecita santa. Sin embargo, estas interpretaciones no dan elementos suficientes para explicar el crecimiento del mito de la madrecita santa, tan presente en la cultura mexicana.

Para comprender la fuerza que ha ganado el mito hay que interrogarse sobre qué está encubriendo la avalanche discursiva y comercial que exalta la maternidad. Marta Acevedo (núm. Vll de la serie Memoria y olvido de la SEP, México, 1982) da una pista al mostrar cómo, en México, la celebración del l0 de mayo, Día de la Madre estuvo vinculada a una manipulación política deliberada, frente al incipiente movimiento feminista mexicano. El proceso social yucateco, generado por la Revolución Mexicana, alentó un movimiento feminista que realizó su primer congreso en Yucatán en 1916. Entre otras cosas fue discutida la maternidad, planteándose la necesidad de libre elección y aconsejando a las mujeres a evitar embarazos no deseados mediante el método anticonceptivo de Margaret Sanger. A principios de 1922, cuando comienza a gobernar Felipe Carrillo Puerto, se realizan varios retos públicos de la Liga Central de Resistencia del Partido Socialista del Sureste. Grupos de feministas hablan por todo el estado sobre la emancipación de la mujer y sus derechos. Las conferencias son traducidas al maya y se establecen comités feministas en varios lugares. Las críticas al pueblo yucateco, en especial a sus mujeres, no tardaron. Entre marzo y abril de 1922 varios periódicos locales emprenden una campaña contra las feministas y sus propuestas inmorales para evitar la procreación.

En este contexto, Excélsior retoma la celebración norteamericana del Día de la Madre y convoca, en 1922, a un festejo igual, con el apoyo decidido de Vasconcelos, entonces Secretario de Educación Pública, el arzobispo primado de México, la Cruz Roja y las Cámaras de Comercio. Las propuestas feministas quedan enterradas bajo la avalanche propagandística que exalta la maternidad tradicional: prolífica, sacrificada y heróica. De 1922 a 1968 Excélsior organizó festivales populares en el Día de la Madre, donde participan figuras artísticas de primer orden: Agustín Lara, quien declaró: "Todos llevamos un altar para nuestra madre, iluminado con la llama votiva del amor y la admiración"; Pedro Vargas dice: "Más que de la garganta, saldrán del corazón las palabras para depositar mi homenaje a sus pies" (Excélsior, 10 de mayo de 1953). También parte de Excélsior la iniciativa, en 1927, de construir un Monumento a la Madre, que el presidente Miguel Alemán inaugura en 1949. Dicho lleva el lema "A la que nos amó antes de conocernos".

Una mañana de frío invierno
un pajarillo me fue a cantar
era mi madre que en forma de ave
a su hijo amado iba a consolar
(Prisionero de San Juan de Ulúa.)

El mito de la madre es el mito de la omnipotencia materna. Surgida del amor incondicional, de la abnegación absoluta y del sacrificio. Al explorar la psicología de las motivaciones del mexicano, Santiago Ramírez considera que la carencia de la figura paterna es determinante en la constitución del "machismo"; según él, en ese proceso, la madre aparece refugiada en el "martirio masoquista" de la abnegación.

Como siempre sucede, el mito recoge cuestiones reales -las madres suelen ser abnegadas, generosas y amorosas- y también encubre aspectos negativos o contradictorios. Si desmitificamos la imagen de la "madrecita santa" encontramos a madres agotadas, hartas, golpeadoras, ambivalentes, culposas, inseguras, competitivas o deprimidas. El mito de la madre no registra las aberraciones, crueldades y locuras que muchas madres -sin duda víctimas a su vez- ejercen contra sus hijos. El mito del amor materno encubre Las motivaciones hedonistas, oportunistas, utilitaristas e interesadas de madres pasivas, insatisfechas, locas, crueles, nareisistas o simplemente desinteresadas en el hijo. El deseo "natural" de tener un hijo puede ser el deseo de reafirmar la propia femineidad, de rejuvenecer, de unirse a un compañero, de llenar el hueco dejado por hijos mayores, de asegurarse una vejez acompañada.

Sibila Aleramo se pregunta: "¿Por qué adoramos en la maternidad el sacrificio? ¿De dónde ha llegado hasta nosotros esta inhumana idea de la inmolación materna? De madre a hija, durante siglos, se transmite la servidumbre." El sufrimiento aparece como indispensable del amor materno, como si los dolores de parto marearan la maternidad para siempre como una vivencia dolorosa. A pesar de los elementos que articulan la figura materna como omnipotente, el mito favorece una mentalidad victimista que homologa maternidad, amor, servicio, victimización. La valoración social de las mujeres como madres y el nivel de gratificación narcisista que las compensa profundamente, facilitan la aceptación de las propias madres del mito impregnado de sacrificio y victimización.

La capacidad femenina de gestar y parir, y el concomitante trabajo de crianza y atención, son considerados para la mayoría de las personas como la esencia de las mujeres. El entramado que sostiene el mito de la madre es la femineidad, no en el sentido del estereotipo o de las consignas comerciales de lo que es "ser femenina", sino como el proceso psíquico que lleva a las mujeres a asumirse, sentirse y vivirse como tales. La maternidad, un trabajo ligado a la afectividad (un trabajo de amor se suele decir), recibe a cambio dosis más o menos elevadas de gratificación psíquica y de poder en el campo interpersonal de la familia y la pareja.

Cuando se habla de la maternidad sólo en términos de "destino sublime" se olvidan las horas/trabajo que implica; cuando se elogia la abnegación, se deja de lado el despotismo y la arbitrariedad que suele acompañar la crianza; cuando se alaba la devoción, se desconocen el maltrato y la crueldad. Por otro lado, las embarazadas no consiguen empleo, las parturientas son maltratadas en los hospitales y las madres no cuentan con opciones de cuidado para los hijos, lo que las limita laboral, política y socialmente, además de cargarlas con el desgaste físico y emocional que supone atender a los hijos.

La familia es el lugar de trabajo no reconocido de las mujeres, en su mayoría madres. El mito privilegia el ámbito de la familia, y oculta que la responsabilidad de las madres por este espacio privado limita su participación pública. Aunque se declare que la familia tiene superioridad moral sobre cualquier otro ámbito público, es evidente que no se prioriza políticamente a la familia con medidas económicas o de servicios. La mistificación de la maternidad sirve para ocultar la poca importancia real que la sociedad otorga a este laborioso, complejo y determinante trabajo. Como ser madre es algo "natural" tampoco se reconoce el alto costo personal que la maternidad supone para las mujeres.

Sólo me parte el alma y me conmueve,
que dejo tan solita a mi mamá,
mi pobre madrecita que es tan vieja,
¿quién en mi ausencia la consolará? (Despedida.)

La maternidad hace vivir a las mujeres de manera simultánea una subordinación a los poderes establecidos en la sociedad y el disfrute de un poder casi total sobre los hijos. El atrapamiento de las madres en lo privado tiene como consecuencia la pérdida de ejercicio de su ciudadanía y de poder político. Pero este "sacrificio" no es gratuito, tiene un precio y les cobra muy caro a las criaturas la exclusión social de sus madres Rosa Coil señala que la maternidad "está urdida en una trama de posesión y de dominio" pares "ha sido tan fácil, tan 'natural', para la madre confundirse y creer que ella verdaderamente posee a sus hijos: se engendran en su vientre, maman de sus pechos, la necesitan constantemente, ¿cómo no va a creer que son suyos?" Esta situación vuelve a la mujer más propensa que el varón a caer en la "trampa de los hijos". Coll concluye que: "Si la mujer ejerciese más plenamente su poder como individuo, no necesitaría entrar en el juego nefasto que logra el dominio a través de la entrega: el poder sobre los hijos y la dependencia de éstos se nutre de su constante carácter de surtidor."

Coll apunta la salida feminista: "Quizá un camino posible para la mujer-madre sea no postergarse eternamente, de modo tal que sus deseos insatisfechos no avancen sobre sus hijos, al pretender que éstos completen los huecos de sentido que ella no llenó." En ese sentido, coincide con la literatura psicoanalítica, que plantea que la dedicación exclusiva de las madres no favorece la salud mental de los hijos, si no que, al contrario, los carga de problemas.

Des-construir el mito de la madrecita santa es una urgente tarea política. Para ir desarmando el discurso que plantea la maternidad como vocación "natural" de las mujeres o como "esencia" de la femineidad, hay que parafrasear a De Beauvoir: "No se nace madre, se llega a serlo." El desmoronamiento del mito de la madrecita santa debería llevar, pues, a una redefinición de una nueva forma gozosa, compartida y responsable de tener y criar hijos. Dejar de considerar la maternidad como sinónimo de y empezar a considerarla como un hecho amoroso que requiere, para poder ejercerlo a plenitud, de un paso previo: el amor de la mujer a sí misma. El amor propio de las mujeres, en los términos que apunta Fernando Savater, "como inspiración ética que funda un sujeto responsable de sí mismo", es un requerimiento para enfrentar el victimismo, el dominio o la sobreprotección que envenenan el ejercicio tradicional de la maternidad.



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