Opciones de suscripción

Menu desplegables

jueves, 19 de mayo de 2011

Apología de la Mano



Ese curioso indumento que parece colgar del borde de nuestros brazos. Ese pedazo poligonal y asimétrico del que emergen cinco rebabas inquietas, a la sazón llamadas dedos, y que aún pequeñas se trenzan flexibles y furiosas del primer objeto que se les acerca. Esa pobre imitación de árbol escuálido y recio es denominada, simple y llanamente, mano. Anatomistas expertos arguyen que la mano es una prolongación natural e importante del cuerpo, tal como su cabeza o sus piernas; aún más, análoga a sus entrañas.

Pareciera la mano, en primera instancia, torpe y en su tosco diseño inadecuada para minucias de primor que seguro ameritarían la sutileza de alguna pinza electrónica. Nada más alejado de esa frívola impresión: amplias investigaciones detallan como ejemplares distintos de estos artefactos logran, con el debido entrenamiento, construir, edificar, y precisar las más diversas y acabadas obras de la técnica y el arte nacional. Va de antemano, nuestro reconocimiento por ello para todas las manos que con el sudor de sus falanges han hecho vivible y amable este mundo.

Pero no es nuestro objetivo caer en la lisonja fácil ni alabar a nuestro objeto de estudio desde una ética utilitarista. Por el contrario, estamos aquí para valorar a este apéndice en contextos, si bien más sutiles, quizá mucho más importantes. Y para ejemplificar esta voluntad metafísica lo conminamos a que cierre los ojos y, en un intento de abstracción, repase las manos que ha tenido a bien conocer. Concedemos que esta puede ser una tarea un tanto dificultosa. Empéñese. Verá como las imágenes empezarán a transitar secuencialmente detrás de sus párpados.

Distinguirá, sin mucho afán, las manos callosas y densas de su padre; las curtidas y regordetas de su madre; las de su profesor de tercero de primaria, aquéllas que con tirones de orejas solían corregirle. Siga usted revisando minuciosamente su archivo de manos. Déjelas pasar poco a poco; nada le apresura. Si súbitamente tiene que tragar saliva como quien hace gárgaras con arena, le pediremos que se detenga.

Estará frente a usted un sortilegio que pretenderá asfixiarlo: seguramente se trata de la mano de aquella colegiala de secundaria que le atormentaba con la simple danza de sus dedos. Será, tal vez, aquel vetusto recuerdo de la mano atrevida que en uno de sus viajes de negocios o congresos le enseñó todo lo que usted no había podido aprender en sus años de matrimonio. ¡Pues bien! Es este justamente el tipo de mano en el que deseamos que concentre toda su atención.

Ahora que todos tenemos nuestra imagen entrañable de mano, estoy seguro que concordamos en las múltiples formas y significados que esta minucia corporal posee. Observe usted el cuenco perfecto que se forma en esta mano. Dígame si no, lo primero que le viene a la mente es vaciarse usted ―sus pantalones, sus ojos, sus sudores, su pelo― en ese pozo de carne mullido y confortable. Sea bueno y déjese llevar. No nos queda duda alguna que no le será difícil recordar esa mano reptante en sus mejillas: la manera con que conjuraba con su leve roce, con sus cosquillas de miriápodo, las muecas agrias, el ceño fruncido, las huellas de sus huesos desastrados.

No podrá negar ―sería una necedad― que los asombros de ese dedo índice fueron, o quizá sean, las más ambiciosas expediciones emprendidas en sus muslos. Esfuércese usted; verá que no le alcanzará la mente para enumerar los caminos pavimentados durante el programa de urbanización y bacheo con que la palma de esa mano transitó su pecho. ¡Hablando de pechos! Para despecho de su madre, de la palma de esa mano le nacieron a usted sus piernas, sus hombros, las rodillas, las verrugas, y hasta los sobrantes y defectos de fabricación por ella descubiertos. Ella —la palma— dictaminó lo que existía y lo que no. Hasta sus alas, esos enseres tan obvios y evidentes fueron solamente cuando ella quiso que fueran. La cuestión es así: ¡no rezongue usted!; que eso de creer que uno nace el día que su madre lo parió es solamente para los simples y usted ―¡Gracias a Dios!― no es uno de ellos.

Usted hoy reconoce las propiedades terapéuticas de esa mano: su blandura ergonómica; la humedad atmosférica de sus dedos; sus uñas de estrella sideral, tan útiles en los páramos desiertos. Pero sobre todo, usted hoy reconoce en ese tipo de manos esa vocación eventual de taxidermista experto: esa maestría con que le desuellan a uno el corazón, lo desaguan, lo cuerean, lo diseccionan minuciosamente para montarlo paradito y correcto ―y para que todo el público aplauda ―en la vitrina del pecho.

Si usted tiene una de estas manos a la mano, ¿Por qué sigue leyendo esto?



¿Te gustó el texto? Homo vespa es un proyecto de publicación editorial autogestiva que es posible gracias a tus pagos. Conoce más del proyecto Homo vespa.

Paga una tarifa por el texto o suscríbete a Homo vespa y apoya la creación independiente. ¿No sabes como hacer pagos por Internet? Escribe a ometeotlram@yahoo.com.mx y pregunta por otras opciones de pago.

$10 $50

1 comentario:

  1. Algo relacionado :)

    http://www.bbc.co.uk/news/science-environment-13273348

    ResponderEliminar