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viernes, 24 de mayo de 2024

La hija de Lerna



Supongo que me dijo su nombre, pero desde el principio supe que ella querría olvidar al mío así que yo pretendo que nunca lo supe. Esa noche nos amamos con la parquedad que permitían sus ojos cetrinos, su cadera coloreada y mi torpeza perfeccionada con la soledad, las tardes de terrazas, la resolana y el vino tinto. Después, ella me descubrió un sexo doloroso: quizá una acumulación de resentimiento que venía de una era muerta como la de los dioses condenados a vivir sin descanso. No sospeché que detrás de su ternura se escondía una Hidra recién nacida capaz revolverse en la cama como la furiosa heredera de una larga casta de asesinos devoradores de hombres.

Nunca imaginé que sus miles de cabezas me perseguirían por meses mientras bebía café, caminaba por las calles o saludaba a los vecinos. Bajo el sol que calcina sin tocar su memoria, esas cabezas aún me muerden sin que pueda evitar sus dientes sin labios, su sed sin horizonte, su cuerpo lleno de alas que, desde entonces, me obligan a caminar por el aire con el riesgo permanente de caer y perecer arrasado y feliz en medio de la acera.





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