“Siiiiii,
para enamorarme ahoooora,
volveraaa a míiiii
la maldita primaveeeraaa”
volveraaa a míiiii
la maldita primaveeeraaa”
La
maldita primavera.
Yuri, ahí por el pleistoceno.
La advertencia
¡Quédate
en casa!¡Quédate en casa!¡Quédate en casa!
Con
la pandemia de coronavirus COVID-19 a punto de entrar a la tercera
fase en México, para el subsecretario la única oportunidad que
tenemos para reducir la velocidad de contagio es disminuir ahora
drásticamente el contacto social. Esto no evita la epidemia, sino
que permite dosificarla para que el sistema de salud mexicano pueda
atender a los enfermos que se produzcan. En palabras del
subsecretario:
“Quédate
en casa. Porque si lo haces tú y lo hacemos todos es la única
manera de reducir la transmisión de este virus.” “No es posible
evitar la epidemia aquí ni en ninguna parte del mundo. La vamos a
tener en la Fase 2 que ya estamos viviendo y en la Fase 3 que se
avecina; es la más difícil”.
[Evitar
ahora al máximo el contacto social] “no significa, como lo hemos
dicho desde el principio, que se va a evitar que sigan aumentando los
casos. Seguirán aumentando los casos y va a haber casos graves y
muertes. Lo que se puede lograr es que se retarde la velocidad de
contagio y, entonces, cuando lleguemos a la fase de máxima
transmisión, los hospitales tengan suficientes camas para poder
atender a los necesitados”.
En
México el monstruo se anunció por semanas, avanzó discretamente, y
ahora se revela con una violencia por determinar. La pandemia del
coronavirus COVID-19 posiblemente sea la crisis mundial más
relevante de las últimas décadas. Las siguientes semanas serán las
que registren el mayor número de infectados en nuestro país. Ante
este escenario, ¡no hay pretexto que valga! Debemos seguir lo mejor
posible las indicaciones del subsecretario López Gatell de distancia
social: lávese las manos, salude con la mirada, no estornude como si
quisiera bendecir al público, no se vaya de farra, cuide a los
ancianos, si puede quédese en casa y lea un libro. ¡Hágale caso al
subsecretario López Gatell!: no espere a que la Guardia Nacional lo
eduque a nalgadas.
¡Hágale
caso al subsecretario López Gatell! A menos que usted sea uno de los
más de 30 millones de mexicanos que trabajan en la economía
informal, o de los más de 4.3 millones que están apenas
sub-empleados, o de los 2 millones de mexicanos desempleados sin
remedio, o incluso parte de los incontables millones a los que sus
empresas los despiden si no acuden a laborar. En México, alrededor
del 70% de la población económicamente activa no cuenta ni con
prestaciones ni con seguro social ni puede elegir “home office”.
No tiene alternativa más que salir a la calle a buscarse la vida.
Si
usted es uno más de esa multitud, temo decirle que lo más probable
es que usted no tenga opción de hacerle caso al subsecretario López
Gatell. ¡Ni modo! Salga usted a la calle sin pánico, sin psicosis;
pero con precaución. Justo como sale todos los días para no morir
en México: un país experto en matar mexicanos. No estará solo;
como ya se dijo, millones lo acompañaremos desde la precariedad y la
informalidad. Y sí: quizá anden por ahí algunos infectados por el
coronavirus: ¡qué remedio! Nadie nos pagará, si no trabajamos
fuera de casa; si es que tenemos casa. Y por favor: no confunda con
ricos privilegiados a los asalariados que están confinados en sus
hogares. Deje la denuncia de los “privilegios de clase” para los
dueños de los medios de producción o los funcionarios enriquecidos
de las altas capas del gobierno. Marx se lo agradecerá. Entre
explotados es bastante ridículo envidiarnos el tamaño de los
mendrugos que nos metemos a la boca.
En
medio de un avalancha de falsas noticias y teorías de la
conspiración que intentan minimizar o incluso negar la existencia de
la pandemia, hay que darle el espacio que se merece al pensamiento
científico y riguroso. Los virus existen: son agregados de ácidos
nucleicos, proteínas y grasas que se replican dentro de las células.
Los virus y otras entidades similares con nombres tan extraños como
plásmidos, transposones o priones han acompañado la evolución de
la vida desde el inicio. Con los instrumentos y el entrenamiento
adecuados usted puede aislar, modificar, contar y fotografiar los
virus. El COVID-19 no es más que un virus de reciente aparición de
una familia de coranovirus que a veces infectan organismo de
distintas especies. En el ser humano, este virus puede causar una
infección respiratoria más mortal que otros virus con los que hemos
coexistido desde siempre. Nadie gana suponiendo que los muertos son
una especie de obra de teatro que crearon los gobiernos para llevar a
cabo extraños y maquiavélicos designios. Ahí están los
científicos, los testimonios y por desgracia los ataúdes y los
muertos que son pruebas inobjetables de la emergencia.
Sin
embargo, hasta ahora, según las estadísticas mundiales de casos
confirmados, un 95% de los infectados verificados por COVID-19
desarrolla a lo más síntomas de una gripe ligera, fiebre y tos seca
(si quiere ver las estadísticas en tiempo real de la Organización
Mundial de la Salud, OMS, de clic aquí).
En el anuncio inicial del 3 de marzo de 2020, el Dr. Tedros Adhanom
Ghebreyesus, director de la OMS, estimó que entre 3 y 4 personas
mueren por cada 100 infectados de coronavirus (tasa de mortalidad=
3.4%). Un estudio reciente llevado a cabo en el epicentro de la
pandemia, Wuhan China, señala una tasa de mortalidad de 1.4% una vez
que personas desarrollan síntomas (Kim y otros en próxima
publicación). No obstante, los científicos admiten que todas estas
estimaciones están hechas sobre casos confirmados; es decir, se
divide el número de muertos entre el total de infectados siempre y
cuando todos hayan sido diagnosticados con una prueba de laboratorio
para encontrar rastros genéticos del virus. ¿Qué tan precisas son
estas estimaciones? Quizá no tanto. La verdad es que nadie sabe, con
exactitud, la magnitud de la tasa de mortalidad porque no es posible
saber el número total de infectados: una cantidad enorme y
desconocida de ellos no presenta síntomas o los presenta tan leves
que ni siquiera acude a intentar diagnosticarse. Incluso algunos
expertos
opinan que la tasa de mortalidad podría ser de menos del 1%.
¿Esto
hace menos grave la emergencia? No. Es importante pensar en el medio
de las crisis de forma relativa para poder dimensionar la emergencia.
Las gripas estacionales matan cada año a alrededor del 0.1%: una
muerte por cada mil infectados. El virus SARS tiene una tasa de
mortalidad de 9.6% casi 10 de cada 100 infectados y el MERS de un
terrorífico 34%. El coronavirus COVID-19 es mucho menos mortal que
el SARS o el MERS; pero es, al menos, unas 10 veces más mortífero
que las gripas estacionales. También es relevante precisar que la
inmensa mayoría de los muertos por COVID-19 son personas de más de
64 años o personas con problemas de salud previos a la infección.
El
coronavirus tiene una tasa de mortalidad incierta aunque modesta;
pero es muy contagioso. En casi todos los países ha seguido una
dinámica exponencial estudiada en las epidemias. El número de
contagiados que al principio es muy pequeño se incrementa
rápidamente con el tiempo (fig 1). Idealmente, conforme avanza la
enfermedad se agregan cada vez menos infectados hasta que se producen
muy pocos casos nuevos y la curva de infección deja de ser
exponencial para estabilizarse.
Fig
1. Curva de infección del COVID-19
¿Entonces
si en México muere más gente a balazos, por venta de refrescos, o
por no cuidar el nivel de los triglicéridos, por qué tanta
alharaca?
Principalmente,
por dos problemas. El primero es que el sistema de salud de México
NO tendría capacidad de respuesta ante un incremento súbito y
descontrolado de la cantidad de infectados. Según los científicos,
entre el 5 y el 10 % de los infectados necesitarían atención
hospitalaria y muchos de ellos alcanzarían un estado crítico. En
México, la incidencia de diabetes, problemas cardiovasculares y
obesidad empeoran el pronóstico, pues hace más susceptibles a las
personas ante la infección y sus complicaciones. Nosotros ya
teníamos esas epidemias y no hemos hecho, ni de lejos, lo suficiente
para controlarlas: puede que ahora tengamos que pagar esa factura.
A
eso hay que sumarle la pobreza y saturación del sistema de salud
pública que, en tiempos recientes, pasó por recortes de presupuesto
por la llamada “austeridad republicana”. Además, el sector salud
ha sido protagonista de una incierta reestructuración con el llamado
INSABI y de problemas de desabasto de medicamentos. El gobierno dice
que dichos problemas han sido culpa de la corrupción de las
farmacéuticas y puede que tenga razón; pero cierto es que el
sistema de salud mexicano nunca ha sido excelente y justo ahora no
está en su mejor momento. Por otro lado, tiene sus fuertes y uno de
los más importantes es la vigilancia epidemiológica que acumula la
experiencia contra la epidemia H1N1 en 2009. Sin embargo, parece que
la pandemia del COVID-19 agarra al sistema de salud volando bajo y
bastante confundido.
Un
aspecto que nunca es cómodo pensar es que aunque aún no hay datos
en ningún lado para saber si hay una correlación entre estatus
socio-económico del enfermo y mortalidad, lo más probable es que,
como en todas las catástrofes y eventualidades, los más pobres sean
los más afectados. En este caso, esto tiene una explicación simple:
como ya se mencionó, un porcentaje pequeño de los contagiados
llegará a un estado crítico y en esa condición sí que es vital
una buena atención para que las enfermedades asociadas o las
infecciones nosocomiales (las que prevalecen en los hospitales) no
maten al enfermo. La vida, como siempre, dependerá del grado de
atención que reciba. Así que si el enfermo en estado crítico no es
anciano ni tiene la salud deteriorada por alguna condición previa y
además es rico, sería raro que no se recuperara. Los medicamentos
necesarios y puntuales, el aislamiento escrupuloso, y el monitoreo
continuo, facilitarían un pronto restablecimiento.
Los
pobres, dado que siempre vamos a parar a una clínica del IMSS o de
salubridad, con todos los problemas de operación y precariedad que
las caracterizan, tendremos más probabilidades de morir aunque
tengamos menos de 64 años. Las infecciones hospitalarias, la falta
de recursos y el desgaste del personal médico en un escenario
rebasado harán lo que no puede hacer el coronavirus.
Como
diría mi abuela, hasta entre los muertos por coronavirus hay clases:
aunque los pobres siempre pongan la mayor cuota de los fallecidos.
Pero
el horizonte de un sistema de salud insuficiente no es el único
problema. A nivel mundial, el costo de esta pandemia se concentra, en
buena parte, en el hecho de que al romperse las cadenas de producción
de un mundo globalizado, a la economía mundial no sólo le da fiebre
y tos seca; sino que verdaderamente cae en una recesión parecida a
una peligrosa neumonía. Lo peor es que ese colapso es más fuerte
conforme se limita el contacto social para contener el avance del
virus. Así que si usted se pregunta por qué el gobierno mexicano ha
retrasado lo más posible imponer medidas más agresivas que limiten
la interacción social, la respuesta es simple: esas medidas afectan
a la economía en una forma que promueve la pobreza que también
mata, aunque quizá lo haga de forma más lenta.
Abundemos
en ese argumento. En México, la economía ya estaba estancada o en
contracción desde antes de la pandemia debido a la caída de los
precios del petróleo y a la dudosa dirección política del gobierno
de Andrés Manuel López Obrador: la inversión pública y privada
han estado en franco descenso; no se ha registrado crecimiento
económico (menos del 0%) en lo que va del sexenio, y el desempleo
--que venía descendiendo desde 2015 según
los datos del INEGI
del
propio gobierno-- no ha dejado de aumentar en 2018 y 2019.
Uno no tiene que ser un fanático de la economía ni un prianista
para saber que hasta el momento es falso pensar que la mayor parte de
los mexicanos están mejor, en términos económicos, con la 4T que
con los gobiernos corruptos del pasado. De Guatemala a Guatepior,
dicen en mi pueblo. Sin saber cuál es cual, digo yo.
En
ese escenario ya dañado, el gobierno ha estado atrapado en la
tensión de postergar lo más posible el perjuicio a una economía ya
empobrecida y tratar de contener el avance del virus. Para honrar a
la verdad, estos problemas son más o menos los mismos en todo el
mundo. A contrapelo de muchos países del mundo (por ejemplo, Rusia,
Argentina o Taiwan) que endurecieron sus medidas de manera más
temprana, el gobierno apostó a una estrategia razonable pero
riesgosa: vigilar con la mayor precisión posible el avance de la
pandemia para
retrasar la implementación de medidas que dañaran a la economía.
Todo
ellos,
sin poner en un riesgo sanitario mayor a la población. El gobierno
decidió jugar con la osadía de un maestro internacional: ojalá no
acabe desfondado antes de que termine la partida.
Por
desgracia ahora es claro que el principal lastre del gobierno de
Andrés Manuel López Obrador, es el propio presidente. Como es su
costumbre, AMLO ha concentrado en él la atención mediática con un
claro despliegue de incongruencia. Al mismo tiempo que el
subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo
López-Gatell Ramírez recomendaba medidas de sana distancia, el
presidente se empeñaba en viajar, abrazar y besar a todos los
mexicanos que necesitaran la bendición del patriarca. Al mismo
tiempo que se exponía un plan de contención acaso cauto, viable y
para nada extremo; el presidente sacaba unas estampitas religiosas en
plena mañanera. Ese episodio del
18 de marzo merece
mayor análisis. Es mentira que AMLO haya usado esas estampitas como
un sortilegio contra el virus durante una pregunta sobre el cierre
parcial de la frontera con EEUU. Sus acciones y palabras fueron
sacadas del contexto en que se dieron (si tiene alguna duda, puede
revisar el video en este
enlace
entre los minutos 1:47:00 y el 1:49:36).
Sin
embargo, es absolutamente cierto que el performance de las estampitas
gubernamentales causa desconfianza en la comunicación oficial y
polarización en la sociedad. Quizá
por eso, el presidente ha empezado a desaparecer de las conferencias
de prensa sobre el COVID-19. Por
otro lado, la reticencia del presidente para cancelar actos públicos
y seguir repartiendo besos y abrazos formó parte de una práctica
política contraria a la seriedad de la emergencia. En ese sentido,
el articulista Jesús Silva Herzog Márquez no se equivoca al
calificar duramente al presidente como el "charlatán
de las estampitas".
Las redes sociales, por su parte, se concentraron en retratar a AMLO
como un anciano supersticioso que confía en amuletos para hacer
frente a una epidemia. Como ya se dijo, uno puede defender que todo
esto se trata de una distorsión malintencionada de lo dicho y hecho
por López Obrador en aquella mañanera. Tan malintencionada y
deshonesta como el reciente anuncio de AMLO de que la baja del precio
de la gasolina es efecto de una decisión de su gobierno y no un
producto de la guerra comercial entre Arabia Saudita y Rusia. Parece
que quienes se empeñan en tergiversar lo que dice el presidente son
iguales a la miseria del propio presidente. Ambos no tienen ningún
reparo para mentir con descaro.
Como
resultado de esa política, desde finales de febrero y casi todo
marzo, el gobierno mexicano postergó medidas más extremas bajo el
argumento de
que
los enfermos provenían casi en su totalidad de gente que llegaba de
otros países. Las estadísticas que mostraron casi todos los días
parecen darles la razón. Lo
importante era
saber el momento en que los
contagios provenían de fuera
a contagios
comunitarios: aquellos
que
se dan entre
integrantes
de la
propia población sin que sea posible rastrear un
contacto directo con alguien
que venga de fuera.
En
el momento en que el incremento de los casos comunitarios se
dispararon a finales de marzo, las medidas se endurecieron a partir
de la conferencia del 28 de marzo de López Gatell. El lunes
30
de marzo el gobierno declaró al país en emergencia sanitaria y la
suspensión de actividades no esenciales en los sectores público,
privado y social hasta
el
30 de abril. Al filo de la fase 3 de la epidemia, con más de mil
casos ya comprobados y 28 muertos,
la estrategia gubernamental enfrenta su prueba de fuego.
El
Doctor Alberto Díaz-Cayeros1
de la Universidad de Stanford apunta, que la estrategia mexicana sólo
tiene sentido si las autoridades acertaron en pensar que los casos
que se reportaron hasta ya avanzado marzo fueron casi exclusivamente
de contagios externos y no contagios
comunitarios. Para
que eso fuera
cierto
se debía
cumplir el primer supuesto
de esta
estrategia: que
México
contaba
con un sistema de vigilancia capaz de un monitoreo eficaz y oportuno
de los casos que han ido surgiendo. Suponía,
en efecto, que las estadísticas que se
recolectaron
y reportaron con tanta aplicación por
López
Gatell y su equipo son veraces y que el sistema de salud ha sido
capaz de reportar los nuevos casos de manera eficiente.
Sin
embargo, las burocracias
de profesionales del sector salud no necesariamente son siempre
eficientes y meticulosas;
tampoco es
seguro
que cuenten con las condiciones y los canales
adecuados para transmitir
la
información pertinente a los centros de decisión lo
más rápido posible.
Díaz-Cayeros agrega que además siempre
hay problemas para
que las personas reporten rápidamente
al sistema a
familiares
y conocidos cuando se sospeche
un
brote. Eso
hace más dificil
rastrear
la red de la infección.
¿Tendrá
éxito la estrategia del gobierno mexicano? Justo con el incremento
de contagios comunitarios a los que se refirió el subsecretario
López Gatell el 28 y el 30 de marzo, la estrategia mostrará
si fue correcta o no.
El veredicto dependerá de si el gobierno fue capaz de seguir con
fidelidad la evolución de la epidemia o si tuvieron
lugar muchos
brotes comunitarios sin que el radar del sector salud los haya podido
registrar con oportunidad. En el segundo caso la curva de contagio se
disparará de
manera descontrolada, en
buena parte, gracias a que el gobierno postergó medidas que pudo
aplicar de manera más temprana. México
estaría siguiendo los pasos de España o Italia. Por
el bien de todos los mexicanos, ojalá las
autoridades no
se hayan equivocado.
Más
allá de la evidencia empírica aún por conocer sobre la efectividad
de la estrategia mexicana, podríamos preguntarnos
si el gobierno mexicano tenía una salida muy distinta a la que ha
desplegado. En mi opinión, su
margen de maniobra era reducido: una alternativa con expectativas
radicalmente mejores me parece imposible dado que, el régimen de
López Obrador nada ha hecho para impulsar una reforma fiscal más
justa que
permita
mejorar los
hospitales,
atender
con rigor la educación, impulsar
la investigación y
la divulgación científicas,
y
consolidar
programas de contención ante los desastres.
En
el contexto de un gobierno popular, pero operativamente débil y
bastante pobre; México no tiene la posibilidad de tomar medidas de
contención más fuertes (como Rusia o China) o de detección
masiva de los infectados (como Corea del Sur), porque con dichas
medidas la economía mexicana se iría en picada casi de inmediato.
Eso
por no mencionar la pobrísima cultura científica de la población
que sigue descreyendo tanto
de la emergencia de la pandemia
como de la
mera existencia del virus. Bajo
el esquema de trabajar con lo que se tiene es razonable que se
apostaran las fichas a un estrategia que retrasó medidas más
radicales como las que se implementaron incluso en Argentina,
Colombia o el Salvador.
No
obstante,
la crisis del coronavirus ha venido a intensificar o al menos a
exhibir problemas estructurales que no deberíamos pasar por alto. Es
imperativo preguntarse si la doble debilidad de México --la
desigualdad de la sociedad mexicana y un gobierno comandado por un
presidente incapaz de seguir las recomendaciones de su propio
gobierno-- era inevitable. Quizá así sea. Después de todo, no es
sorprendente que alguien
parecido
a un vendedor
de homilías o
de discursos
de autoayuda diera esperanza a un país ávido de algo en que creer.
De
todas formas, no había de donde escoger en una
historia
de regímenes panistas y priistas que saquearon a voluntad al
gobierno y la sociedad mexicana. Como se sabe, en la democracia
electoral no gana el bueno; sino el menos malo aunque también sea
muy malo.
Pese
a ello, es importante pensar más allá de lo que el tablero de “es
lo que hay” nos ofrece. Un primer paso quizá sea precisar la
crítica: como ya se dijo, lo que sucede ahora en México es de
esperarse porque el gobierno en lugar de aplicar impuestos
progresivos, para que los ricos paguen mayores tasas, ha optado por
promover programas sociales –sin
duda
necesarios-- pero con tintes cínicamente clientelares. ¡Es el
patriarca! ¡El benefactor! ¡El iluminado y su partido omnipotente
el que te da esta beca, este apoyo, aquél minitrabajo! Dicho sea de
paso, el gobierno suele hacer esa caravana de generosidad demagógica
en franco contubernio con los Alfonso Romo, los Carlos Slim, los
dueños de las mineras o de las televisoras. La mafia del poder
empresarial hace mucho que se sienta cómodamente a cenar con su
inquieto presidente subordinado. ¿No me cree? ¿Por qué se imagina
que una de las primeras acciones del presidente, apenas iniciada
su gestión, fue aceptar la colaboración de un consejo empresarial
de indudable influencia? ¿En serio cree que el presidente pasó
charola a los empresarios, nomás de a gratis, para cubrir su
ocurrencia de la rifa del avión presidencial? ¿Recuerda usted como
el presidente abrió las puertas del país a la Nestlé el
año pasado?
¿Lo recuerda promoviendo el Teletón? Es perfectamente documentable
que el gobierno amloísta se ha dedicado, en buena medida, a
beneficiar exactamente a aquellos que siempre han sido beneficiados
de la desigualdad en que vivimos.
Así
pues, el gobierno de AMLO prefirió y sigue prefiriendo apostar al
petróleo (hoy en jaque debido a la ya mencionada pulverización del
precio internacional), postergar las demandas sociales, y beneficiar
al gran capital con megaproyectos como los infames Tren Maya y el
corredor transístmico.
Si
piensa que todo
eso
no es relevante en este momento
de crisis,
le pido que recuerde el discurso de López Gatell del 28 de marzo
resumido
en la primera sección de este ensayo:
“¡Quédate
en casa! ¡Quédate en casa! ¡Quédate en casa!”
¿Quien
nos va a pagar a los cerca
de
40
millones de mexicanos que no tenemos salarios
durante esta pandemia, si no salimos a trabajar? ¿Cómo se van a
alimentar
las decenas de millones que dependen de esos 40
millones de trabajadores?
¿Van
a repartir despensa, comida, agua o servicios para que la gente pueda
soportar el aislamiento lo mejor posible? ¿Se van a condonar los
pagos de luz, agua, impuestos, deudas
por
créditos para
la mayoría de la población? ¿Se
establecerá un sistema de ingreso universal para que todo mundo
cuente con recursos para paliar los efectos de esta epidemia? Para
financiar
todo lo anterior, ¿se
impondrá un impuesto
especial
a los más ricos del país que, dicho sea de paso, forman
parte de
los más ricos del mundo?
Si
nada de eso va a pasar es
porque la desigualdad en México sigue siendo monstruosa: un
pequeñísimo porcentaje de mexicanos acapara la inmensa mayoría de
la riqueza que producimos y eso no ha cambiado con la 4T. En ese
contexto,
el llamado
de López Gatell no
es más que una forma de transferir
a los ciudadanos
la
responsabilidad
de lo que pase en esta
pandemia. Una
forma de decirles: si hay muertos es tu culpa, no la nuestra. En ese
caso, López
Gatell, con toda su técnica
elocuencia,
no
es más que el irrelevante vocero de una estrategia para que el
gobierno
evada
sus responsabilidades.
Como
él, ha habido muchos.
En
ese tenor, las
muertes que tendremos que lamentar en los próximos meses exigen,
como pasa siempre en las catástrofes, preguntanos si el monstruo
vino a tocar la puerta o ya estaba adentro fermentándose para saltar
en el momento apropiado. Parte de la respuesta a esa pregunta debe
estar en el hecho de
que
los políticos
del PRI, el PAN, el PRD y demás partidos, que no se han pasado a las
filas del presidente y MORENA, han gastado innumerables pixeles en
criticar al gobierno de AMLO con la desfachatez y el cinismo de quien
simula que no tiene nada que
ver con
que se dejara destapado el pozo y se empujara al niño para que se
ahoge.
La misma pregunta con otra forma salta del tintero ya que a preguntar
estamos: ¿quién es el monstruo? ¿El coronavirus o nuestra clase
política y la desigualdad en la que no hemos dejado de vivir ni por
un segundo?
Yuri: canto en la pandemia
Es
bien conocido que cuando al mundo le da gripa a México le da
pulmonía. A México sepa Dios que le vaya a dar cuando al resto del
mundo le da coronavirus... En este panorama, parece que en lo único
que podemos guardar algún tipo de esperanza es en que no se hayan
equivocado las autoridades de la secretaría de salud y, sobre todo,
en los esfuerzos de médicos, enfermeras y demás profesionales de la
salud que, a pesar de las deficiencias con las que trabajan, intentan
contener los estragos de esta pandemia. ¡Apláudales, si los ve! Los
mexicanos, por otro lado lado, ya han enfrentado con solidaridad
otras epidemias, terremotos y catástrofes. En esa capacidad de
auto-organización hay un potencial que no infrecuentemente nos ha
sacado a flote. De manera inmediata, hay otra fuente de optimismo:
ojalá el calor primaveral, a veces desértico, de buena parte de
nuestro país ayude, como cada año, a esterilizar el medio ambiente
y disminuir las afecciones respiratorias. Cante conmigo: “No
importa si, para enamorarme ahora/ volverá a mi…. la maldita
primavera...”
En
cualquier caso, el
coronavirus dejará una lección bien clara si aprendemos a leerla:
la forma en que un gobierno neoliberal (que
se dice progresista)
es incapaz de evitar que en las crisis se cobre la factura más alta
a los más necesitados. ¡Claro! Siempre podemos repetir el eterno
pretexto de que todo es culpa de los gobiernos previos. Lo mismo
solían
decir
los panistas y los
priistas; lo mismo han dicho siempre todos los gobiernos. Es el
pretexto de siempre; el consuelo de nadie. Si nos aferramos a esas
escusas,
en la misma ausencia de pensamiento crítico podemos enfrentar esta
pandemia con un escapulario, un dólar, un trébol de 12 hojas y un
cascabel de serpiente. Si esa es su elección, le recomiendo que,
mientras pasa el vendaval, ponga a todo volumen a Yuri cantando y
consiga
su colección de ¡Detente enemigo que Jesús está conmigo!
Lávese
después las manos; si tiene agua, también los oídos.
Referencias
Hyerim Kim, Jung-Man Lee, Jiwon Lee et al. Effect of neck extension on the advancement of tracheal tubes from the nasal cavity to the oropharynx in nasotracheal intubation: a randomized controlled trial, 12 September 2019, PREPRINT (Version 4) Disponible en Research Square [+https://doi.org/10.21203/rs.2.10802/v4+].
1Posiblemente
el mejor texto que se ha publicado hasta el momento analizando la
estrategia del gobierno fue escrito por Alberto
Díaz-Cayero
el Director del Centro para Estudios
Latinoamericanos de la Universidad de Stanford: The
balancing Act in Mexico’s COVID-19 response.
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