Este
diez de Mayo Homo vespa les comparte uno de los textos más
inteligentes que ha leído sobre la maternidad. Su autora es Marta
Lamas, conocida antropóloga y feminista mexicana.
Madrecita
santa
Marta
Lamas
"Madre
hay una sola", "El amor materno es eterno", "Mi
madre es una santa", "El amor de una madre aguanta todo".
¿Qué hay bajo el mito del amor materno? Quienes han indagado sobre
la especificidad de lo mexicano, desde Samuel Ramos y Octavio Paz
hasta Carlos Monsiváis y Roger Bartra, han abordado cuestiones que
rozan el mito de la madre. Un veto, con interesantes resonancias, es
el guadalupanismo como culto a "nuestra madre morena".
Otra, la que plantea el machismo como resultado de "mucha madre
y poco padre". Una tercera es la que da cuenta de la fuerte
presencia del culto a la madre en la cultura popular. Carlos
Monsiváis ha señalado que la cifra de las películas mexicanas
producidas entre los años cuarenta y los cincuenta que
propositivamente tocan el tema de la madre rondó las mil. Estas
producciones visuales, vistas por millones de mexicanos, siguen
alimentando la idealización de la madrecita santa. Sin embargo,
estas interpretaciones no dan elementos suficientes para explicar el
crecimiento del mito de la madrecita santa, tan presente en la
cultura mexicana.
Para
comprender la fuerza que ha ganado el mito hay que interrogarse sobre
qué está encubriendo la avalanche discursiva y comercial que exalta
la maternidad. Marta Acevedo (núm. Vll de la serie Memoria y olvido
de la SEP, México, 1982) da una pista al mostrar cómo, en México,
la celebración del l0 de mayo, Día de la Madre estuvo vinculada a
una manipulación política deliberada, frente al incipiente
movimiento feminista mexicano. El proceso social yucateco, generado
por la Revolución Mexicana, alentó un movimiento feminista que
realizó su primer congreso en Yucatán en 1916. Entre otras cosas
fue discutida la maternidad, planteándose la necesidad de libre
elección y aconsejando a las mujeres a evitar embarazos no deseados
mediante el método anticonceptivo de Margaret Sanger. A principios
de 1922, cuando comienza a gobernar Felipe Carrillo Puerto, se
realizan varios retos públicos de la Liga Central de Resistencia del
Partido Socialista del Sureste. Grupos de feministas hablan por todo
el estado sobre la emancipación de la mujer y sus derechos. Las
conferencias son traducidas al maya y se establecen comités
feministas en varios lugares. Las críticas al pueblo yucateco, en
especial a sus mujeres, no tardaron. Entre marzo y abril de 1922
varios periódicos locales emprenden una campaña contra las
feministas y sus propuestas inmorales para evitar la procreación.
En
este contexto, Excélsior retoma la celebración norteamericana del
Día de la Madre y convoca, en 1922, a un festejo igual, con el apoyo
decidido de Vasconcelos, entonces Secretario de Educación Pública,
el arzobispo primado de México, la Cruz Roja y las Cámaras de
Comercio. Las propuestas feministas quedan enterradas bajo la
avalanche propagandística que exalta la maternidad tradicional:
prolífica, sacrificada y heróica. De 1922 a 1968 Excélsior
organizó festivales populares en el Día de la Madre, donde
participan figuras artísticas de primer orden: Agustín Lara, quien
declaró: "Todos llevamos un altar para nuestra madre, iluminado
con la llama votiva del amor y la admiración"; Pedro Vargas
dice: "Más que de la garganta, saldrán del corazón las
palabras para depositar mi homenaje a sus pies" (Excélsior, 10
de mayo de 1953). También parte de Excélsior la iniciativa, en
1927, de construir un Monumento a la Madre, que el presidente Miguel
Alemán inaugura en 1949. Dicho lleva el lema "A la que nos amó
antes de conocernos".
Una
mañana de frío invierno
un
pajarillo me fue a cantar
era
mi madre que en forma de ave
a
su hijo amado iba a consolar
(Prisionero
de San Juan de Ulúa.)
El
mito de la madre es el mito de la omnipotencia materna. Surgida del
amor incondicional, de la abnegación absoluta y del sacrificio. Al
explorar la psicología de las motivaciones del mexicano, Santiago
Ramírez considera que la carencia de la figura paterna es
determinante en la constitución del "machismo"; según él,
en ese proceso, la madre aparece refugiada en el "martirio
masoquista" de la abnegación.
Como
siempre sucede, el mito recoge cuestiones reales -las madres suelen
ser abnegadas, generosas y amorosas- y también encubre aspectos
negativos o contradictorios. Si desmitificamos la imagen de la
"madrecita santa" encontramos a madres agotadas, hartas,
golpeadoras, ambivalentes, culposas, inseguras, competitivas o
deprimidas. El mito de la madre no registra las aberraciones,
crueldades y locuras que muchas madres -sin duda víctimas a su vez-
ejercen contra sus hijos. El mito del amor materno encubre Las
motivaciones hedonistas, oportunistas, utilitaristas e interesadas de
madres pasivas, insatisfechas, locas, crueles, nareisistas o
simplemente desinteresadas en el hijo. El deseo "natural"
de tener un hijo puede ser el deseo de reafirmar la propia
femineidad, de rejuvenecer, de unirse a un compañero, de llenar el
hueco dejado por hijos mayores, de asegurarse una vejez acompañada.
Sibila
Aleramo se pregunta: "¿Por qué adoramos en la maternidad el
sacrificio? ¿De dónde ha llegado hasta nosotros esta inhumana idea
de la inmolación materna? De madre a hija, durante siglos, se
transmite la servidumbre." El sufrimiento aparece como
indispensable del amor materno, como si los dolores de parto marearan
la maternidad para siempre como una vivencia dolorosa. A pesar de los
elementos que articulan la figura materna como omnipotente, el mito
favorece una mentalidad victimista que homologa maternidad, amor,
servicio, victimización. La valoración social de las mujeres como
madres y el nivel de gratificación narcisista que las compensa
profundamente, facilitan la aceptación de las propias madres del
mito impregnado de sacrificio y victimización.
La
capacidad femenina de gestar y parir, y el concomitante trabajo de
crianza y atención, son considerados para la mayoría de las
personas como la esencia de las mujeres. El entramado que sostiene el
mito de la madre es la femineidad, no en el sentido del estereotipo o
de las consignas comerciales de lo que es "ser femenina",
sino como el proceso psíquico que lleva a las mujeres a asumirse,
sentirse y vivirse como tales. La maternidad, un trabajo ligado a la
afectividad (un trabajo de amor se suele decir), recibe a cambio
dosis más o menos elevadas de gratificación psíquica y de poder en
el campo interpersonal de la familia y la pareja.
Cuando
se habla de la maternidad sólo en términos de "destino
sublime" se olvidan las horas/trabajo que implica; cuando se
elogia la abnegación, se deja de lado el despotismo y la
arbitrariedad que suele acompañar la crianza; cuando se alaba la
devoción, se desconocen el maltrato y la crueldad. Por otro lado,
las embarazadas no consiguen empleo, las parturientas son maltratadas
en los hospitales y las madres no cuentan con opciones de cuidado
para los hijos, lo que las limita laboral, política y socialmente,
además de cargarlas con el desgaste físico y emocional que supone
atender a los hijos.
La
familia es el lugar de trabajo no reconocido de las mujeres, en su
mayoría madres. El mito privilegia el ámbito de la familia, y
oculta que la responsabilidad de las madres por este espacio privado
limita su participación pública. Aunque se declare que la familia
tiene superioridad moral sobre cualquier otro ámbito público, es
evidente que no se prioriza políticamente a la familia con medidas
económicas o de servicios. La mistificación de la maternidad sirve
para ocultar la poca importancia real que la sociedad otorga a este
laborioso, complejo y determinante trabajo. Como ser madre es algo
"natural" tampoco se reconoce el alto costo personal que la
maternidad supone para las mujeres.
Sólo
me parte el alma y me conmueve,
que
dejo tan solita a mi mamá,
mi
pobre madrecita que es tan vieja,
¿quién
en mi ausencia la consolará? (Despedida.)
La
maternidad hace vivir a las mujeres de manera simultánea una
subordinación a los poderes establecidos en la sociedad y el
disfrute de un poder casi total sobre los hijos. El atrapamiento de
las madres en lo privado tiene como consecuencia la pérdida de
ejercicio de su ciudadanía y de poder político. Pero este
"sacrificio" no es gratuito, tiene un precio y les cobra
muy caro a las criaturas la exclusión social de sus madres Rosa Coil
señala que la maternidad "está urdida en una trama de posesión
y de dominio" pares "ha sido tan fácil, tan 'natural',
para la madre confundirse y creer que ella verdaderamente posee a sus
hijos: se engendran en su vientre, maman de sus pechos, la necesitan
constantemente, ¿cómo no va a creer que son suyos?" Esta
situación vuelve a la mujer más propensa que el varón a caer en la
"trampa de los hijos". Coll concluye que: "Si la mujer
ejerciese más plenamente su poder como individuo, no necesitaría
entrar en el juego nefasto que logra el dominio a través de la
entrega: el poder sobre los hijos y la dependencia de éstos se nutre
de su constante carácter de surtidor."
Coll
apunta la salida feminista: "Quizá un camino posible para la
mujer-madre sea no postergarse eternamente, de modo tal que sus
deseos insatisfechos no avancen sobre sus hijos, al pretender que
éstos completen los huecos de sentido que ella no llenó." En
ese sentido, coincide con la literatura psicoanalítica, que plantea
que la dedicación exclusiva de las madres no favorece la salud
mental de los hijos, si no que, al contrario, los carga de problemas.
Des-construir
el mito de la madrecita santa es una urgente tarea política. Para ir
desarmando el discurso que plantea la maternidad como vocación
"natural" de las mujeres o como "esencia" de la
femineidad, hay que parafrasear a De Beauvoir: "No se nace
madre, se llega a serlo." El desmoronamiento del mito de la
madrecita santa debería llevar, pues, a una redefinición de una
nueva forma gozosa, compartida y responsable de tener y criar hijos.
Dejar de considerar la maternidad como sinónimo de y empezar a
considerarla como un hecho amoroso que requiere, para poder ejercerlo
a plenitud, de un paso previo: el amor de la mujer a sí misma. El
amor propio de las mujeres, en los términos que apunta Fernando
Savater, "como inspiración ética que funda un sujeto
responsable de sí mismo", es un requerimiento para enfrentar el
victimismo, el dominio o la sobreprotección que envenenan el
ejercicio tradicional de la maternidad.
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