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Mano de Álvaro Obregón con moneda incluida |
Hay, sin embargo, mexicanos que prefieren buscar la riqueza lejos del elevado sentido del humor de nuestros políticos. Es una riqueza ciertamente extraña para nuestra clase política, pues demanda esfuerzo continuo pero no produce abultadas cuentas bancarias ni cargos públicos. Arturo Álvarez Buylla Roces, por ejemplo, decidió buscar la riqueza en una fascinante posibilidad: su cabeza; para ser más precisos, su cerebro, o de hecho el cerebro de todos.
Comparto con Arturo la fortuna de haber recibido una preparación científica excepcional en la licenciatura en Investigación Biomédica Básica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Uno de los planes de formación científica más ambiciosos y exitosos del país. Fue ahí donde supe de Arturo por primera vez. Siendo él ya un reconocido científico y yo un estudiante de recién ingreso, Arturo mostró en una reunión de ex alumnos un alucinante video en el que una afanosa neuronita recorría la pantalla de un lado a otro, trotando con una determinación y tenacidad que ya envidiarían nuestros marchistas olímpicos. Para entonces, Arturo llevaba varios años trabajando en la Universidad Rockefeller, en Estados Unidos, donde obtuvo su doctorado en neurobiología. Sus intereses lo llevaron a ser testigo en primera fila de nacimientos que se creían imposibles. Arturo formó parte de un grupo selecto de científicos que demostró que un área particular del cerebro de canarios incorpora neuronas nacidas después de que los polluelos salieron del cascarón.
Comparto con Arturo la fortuna de haber recibido una preparación científica excepcional en la licenciatura en Investigación Biomédica Básica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Uno de los planes de formación científica más ambiciosos y exitosos del país. Fue ahí donde supe de Arturo por primera vez. Siendo él ya un reconocido científico y yo un estudiante de recién ingreso, Arturo mostró en una reunión de ex alumnos un alucinante video en el que una afanosa neuronita recorría la pantalla de un lado a otro, trotando con una determinación y tenacidad que ya envidiarían nuestros marchistas olímpicos. Para entonces, Arturo llevaba varios años trabajando en la Universidad Rockefeller, en Estados Unidos, donde obtuvo su doctorado en neurobiología. Sus intereses lo llevaron a ser testigo en primera fila de nacimientos que se creían imposibles. Arturo formó parte de un grupo selecto de científicos que demostró que un área particular del cerebro de canarios incorpora neuronas nacidas después de que los polluelos salieron del cascarón.
Investigaciones como esta derribaron la creencia que se tuvo, por alrededor de 100 años, de que no se producen neuronas nuevas después del nacimiento. Pero la historia tiene, además, un toque particularmente romántico. Los canarios, como otras especies de aves, tienen la capacidad de aprender canciones para cortejar a las hembras durante la época de apareamiento. La producción de nuevas neuronas —o neurogénesis— produce células que se alojan en una parte especial del cerebro del canario relacionada con el canto. Parece ser que tener neuronas frescas puede ser sexy; al menos entre los canarios.
Hoy sabemos que la neurogénesis no sólo sucede en aves y roedores, sino en muchos otros vertebrados, incluido el ser humano. Desde su actual puesto en la Universidad de California-San Francisco, Arturo investiga la posible relación de la neurogénesis y la incidencia de varios tipos de tumores cerebrales.
Por sus contribuciones al entendimiento de la extraordinaria riqueza cerebral, el doctor Arturo Álvarez Buylla Roces fue galardonado, a fines de mayo pasado, con el premio Príncipe de Asturias en la categoría de investigación científica y técnica. Este galardón, el más importante al avance científico en Hispanoamérica, se suma a los muchos que ya premian las investigaciones de este científico. Sin embargo, para Arturo este premio tiene un significado especial, un significado que le viene de familia. El doctor Arturo Álvarez Buylla Roces es miembro de una familia devota de la ciencia y la cultura. Una familia, además, preocupada por la opresión y la inequidad, que llegó a México como parte del exilio republicano español. Arturo es nieto de Arturo Álvarez-Buylla Godino, fiel oficial a la república española asesinado por el franquismo; y de Wenceslao Roces Suárez, jurista, traductor y comunista mexicano que enriqueció la cultura universitaria y nacional. Es también hijo de dos connotados fisiólogos, Elena Roces y Ramón Álvarez-Buylla, y hermano de María Elena Álvarez Buylla Roces, reconocida científica, ciudadana comprometida y excelente maestra en la UNAM.
Mexicanos como el doctor Álvarez Buylla Roces y familia demuestran que la búsqueda del conocimiento y la emancipación son, aún en tiempos de cinismo, un hilo de esperanza para entender la riqueza alejada de la vanidad de los secretarios de Estado y su séquito de estulticia. La riqueza, como seguramente la entiende el nuevo Premio Príncipe de Asturias, se encuentra en el amor al trabajo creativo, al conocimiento, la disciplina y, por ejemplo, a las neuronas jovencitas galopando en plena marcha por el cerebro.

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